2 de Mayo, el golpe diario

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Algo tan fortuito como una piedra cayendo sobre uno puede despertarnos a una realidad que no habíamos sospechado antes. Estaba en la esquina de la avenida Alfonso Ugarte con la Plaza 2 de Mayo esperando micro cuando, al estirarme para tomar uno, me cayó una enorme piedra sobre uno de mis brazos. Era un pedazo de cornisa que se había desprendido porque estaban limpiando los edificios de la Plaza para pintarla. El pintor, hombre rudo que solo tiene cabeza para terminar rápido el encargo, estaba zarandeando las antiguas y descuidadas cornisas y molduras con tal fuerza en la brocha que terminaba desprendiéndolas.

Alguien ha dicho con mucho acierto que a las ciudades antiguas como Lima hay que mirarlas hacia arriba, y no falta razón en ese dicho. Levantar la mirada para buscar el origen de la piedra de yeso me mostró una realidad injusta y dolorosa: Los ocho edificios afrancesados de la Plaza 2 de Mayo se están viniendo abajo solos, víctimas del olvido, la negligencia y la ignorancia inexcusable de sus propietarios, ocupantes y autoridades. La pared de donde salió el yeso está totalmente pandeada hacia afuera, sin más futuro cercano que el próximo temblor que ponga fin a sus malabares contra las leyes físicas.

Aparte del peligro de que ese yeso pudiera haberle caído en la cabeza a alguien y matarlo, me sorprendí de mi propia ceguera. ¿Cómo es posible que yo no me diera cuenta del sistemático maltrato, tan descomunal como la belleza de la propia plaza? Pero mirarla con atención también me condujo a notar todos los hermosos detalles de los que está compuesta la Plaza 2 de Mayo. Increíble. Es una obra de arte por la que he pasado durante décadas ignorándola como se ignora a una bellísima dama debido a que viste andrajos, no se asea ni se acicala. O, mejor dicho, nadie la asea ni la acicala.
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¿Y qué hay del monumento central? Como la mayoría de transeúntes, yo simplemente podía describir que se trata de un obelisco gris plomo en cuya cima está un ángel negro a punto de volar, en la base hay cuatro estatuas negras de mujeres con túnicas, unos faroles antiguos que comúnmente no encienden y unas enormes cadenas circundantes en pequeños postes de estilo también antiguo. Ésta probablemente sea la descripción que cualquier limeño haría de la rotonda de la Plaza 2 de Mayo, si acaso puede hacerla.

Desde niño la única mención a este lugar era las permanentes advertencias de mi padre cuando pasábamos por allí: “En la Plaza 2 de Mayo hay que ir con la boca cerrada y los ojos abiertos”, no refiriéndose a los ojos del arte sino a la seguridad personal. O sea que ya desde hace décadas este ha sido un lugar olvidado por la seguridad ciudadana y por cualquiera investido con algo de autoridad. Las manos de pintura no restauran nada, sólo hacen más honda la burla a nuestra Historia.


Un acontecimiento continental.

Hacia mediados de los años veinte del siglo XIX España ya había sido desalojada de Sudamérica; Lima, como capital española en esta parte del continente, fue la última en lograr zafarse de la dictadura ibérica. Cada país sudamericano se había independizado con el apoyo de sus vecinos, es decir, fue una empresa lograda en conjunto, en familia, no fue mérito individual de cada nación. Bolívar por el norte y San Martín por el sur habían liderado el proceso emancipador que llegó a su punto culminante en Perú.

Sin embargo, España trató de retomar el control unos cuarenta años después. Este intento hizo que nuevamente América se pusiera en alerta. Ecuador, Perú, Bolivia y Chile se unieron para vencer a España. El 2 de Mayo de 1866 ocurrió la victoria final en Callao, el principal puerto de Perú y vía de acceso a Lima, el objetivo central del intento español.

Sin duda, esta fecha coronó la resonante victoria de cuatro países con los mismos intereses, historias y futuros. España perdió la revancha y la fiesta era toda nuestra. ¡Viva América!


“Para las generaciones venideras”

Inmediatamente se decidió crear un monumento que conmemore esta inolvidable ocasión, la victoria del 2 de mayo de 1866. El gobierno peruano, presidido por Mariano Ignacio Prado, organizó un concurso internacional en el que se elegiría el monumento central en honor a los héroes caídos, principalmente José Gálvez. Este concurso fue desarrollado en París en 1868 y los concursantes presentaron modelos a escala de sus propuestas.

Finalmente el ganador fue el diseño propuesto por el francés Edmond Guillaume y su compatriota el escultor León Cugrol, y el monumento fue construido y exhibido en París antes de desarmarse, trasladarse y rearmarse en Lima en donde antes estaba el llamado “Óvalo de la Reina”, construido durante la Colonia en homenaje a la reina de España. Oportuno reemplazo de honores.

El Óvalo de la Reina era la entrada a Lima desde el puerto del Callao (donde ocurrió el combate) a través de la actual avenida Oscar Benavides, o más popularmente “Avenida Colonial”, de modo que era una ubicación estratégica que evocaba simultáneamente muchas cosas relacionadas al combate del 2 de mayo de 1866.

El texto principal del monumento dice lo siguiente: “A los defensores del Perú y de la América que, renovando las glorias de la independencia, rechazaron la invasión española y sellaron la Unión Americana en el Callao el 2 de mayo de 1866. La patria reconocida ha elevado este monumento para la memoria y ejemplo de las generaciones venideras. MDCCLXXIII”. Nunca me cansaré de decirlo: Nosotros somos esas generaciones venideras. ¿Era esto lo que ellos esperaban de nosotros? Esta frase, a la luz de los años, sólo puede llenarnos de dolor porque hoy en día el 2 de Mayo no es una fecha especial. Más especial es Navidad, Año Nuevo, un viernes en cualquier chingana o mearse en la esquina de la Plaza. “Para memoria y ejemplo” dice ilusamente. No nos sirvió ni como memoria ni menos como ejemplo. Parecemos peruanos de otro planeta.

Un entorno ideal.

A inicios del siglo XX, durante el gobierno de Augusto Leguía, se construyó ocho edificios circundantes que le darían el entorno adecuado a la Plaza con el aporte económico de don Rafael Larco Herrera. Los encargados de su diseño y construcción fueron el francés Claudio Sahut y el legendario arquitecto polaco Ricardo de Jaxa Malachowski Kulisicz, quienes le imprimieron una impresionante elegancia, digna de los más estilizados lugares del mundo occidental de aquel tiempo. Estos ocho edificios de la Plaza 2 de Mayo han sido inspirados en la arquitectura francesa que estaba en boga a fines del siglo XIX e inicios del XX. Una vuelta por París (en fotos, no pido más) confirma esta influencia.


Como si odiáramos a nuestro país,
como si nuestro pasado fuera basura.

Hoy, y desde hace mucho tiempo, toda la plaza está sumida en el peor de los olvidos, como ya esbocé en los primeros párrafos. Los techos, paredes, cornisas, molduras y otros ornamentos de yeso se están cayendo como consecuencia de un mantenimiento inexistente que los sucesivos alcaldes y propietarios han creído que se soluciona o disimula simplemente con pintura arrojada a la mala. La suciedad es evidente en todo lugar de la plaza, resulta obvio al olfato que allí se mea y caga impunemente, se vende alimentos en las peores condiciones y en cualquier lado, los postes y paredes están empapelados en publicidad informal o pintarrajeados. Vagabundos que esperan el paso del tiempo lucen su inacción sentados en las escaleras de entrada de los edificios, las empresas de telefonía y electricidad han tendido sus redes como si el Hombre Araña acabara de pasar por allí, los adoquines de las aceras están levantados, repuestos sin ningún cuidado o simplemente desaparecidos, los vendedores que ocupan la primera planta de los edificios han cambiado muchos de los pisos originales por losetas que más parecen de baño o han insertado muros internos, las escaleras de mármol ya casi no existen, han modificado las puertas y ventanas, las han enrejado, les cuelgan carteles y avisos comerciales de toda clase, en muchas de las ventanas superiores se puede ver ropa tendida o macetas en baldes de pintura, entre otras barbaridades propias de criminales.

Ante una autoridad sin autoridad, la primera cuadra de la Avenida Colonial es un cúmulo de microbuses viejos cuyos conductores y cobradores llaman a gritos a nuevos pasajeros para dirigirse a Chosica en el este o al Callao al oeste de la ciudad. Ellos, sus vehículos y su habla son una mugre que hace juego con el estado de toda la plaza.

Las alcaldías suelen querer mejorar la plaza traicionando su estilo arquitectónico, por ejemplo, durante la gestión de Ricardo Belmont se construyó un par de baños públicos que más parecen un par de cajas de zapatos gigantes (y que igual casi nadie usa porque no es gratuito y prefieren evacuarse en las esquinas), la municipalidad del alcalde Castañeda reemplazó antiguos faroles de estilo por espantosos postes modernos asegurados con púas, y además hizo pintar los pisos de un color rojo putero. Ahora mismo se están colocando semáforos nuevos que –para variar- no respetan el diseño ni estilo de la plaza. Es recomendable que la alcaldesa Villarán vea cómo su gestión hereda y permite esta última estupidez.

El propio monumento no se salva: Todas las estatuas son de bronce, es decir, que si tuvieran mantenimiento deberían brillar casi como el oro, en vez de eso, José Gálvez luce más moribundo que nunca porque se lo ha pintado de negro al igual que todas las demás estatuas, la de las cuatro damas que representan a los países aliados y aun la propia estatua en la cúspide de la columna estriada de mármol macizo, de Niké, la diosa griega de la victoria, quien parece querer volar de verdad para escapar de todos los que durante décadas los han humillado, todos han sido verdugos peruanos, no españoles, nada en la plaza se ha salvado de este atropello sin nombre. La columna de mármol blanco parece de cualquier piedra barata debido a tantos años acumulando polvo y hollín. Ninguno de los faroles ni reflectores centrales tiene luminaria, y los pequeños jardines han desaparecido por sus recientes invasores: Los azucareros de Tumán, quienes de modo desafiante han colocado pancartas que declaran que la plaza es del pueblo y nadie los moverá de allí mientras no les hagan caso. Ni siquiera son limeños para que digan que la Plaza 2 de Mayo es suya en algún sentido. No saben, les aseguro porque les he preguntado, qué conmemora este lugar. Si les preguntan por José Gálvez probablemente respondan que es un equipo de fútbol de Chimbote. Sin duda, la ignorancia es insolente aunque sus reclamos sean justos.

Decir hoy que la Plaza 2 de Mayo debería ser como el Hotel Ritz de París parece una burla cruel y desgraciada y, sin embargo, es cierto. ¿Cuánto dinero sería necesario para restaurar la plaza a ese justo esplendor? Probablemente sea tanto como lo que no se invirtió durante un siglo, y acaso mucho más por el daño ocasionado, una cuantiosa fortuna. ¿Vale la pena ese esfuerzo? Yo creo que sí y que además revertiría económicamente si se aborda el asunto como arte que es y si se encuadra en un proyecto de gran envergadura con propósitos turísticos.


A moverse.

Como no todo puede hacerse con palabras, decidí hacer un álbum en Facebook con más de ciento cincuenta fotos de las peores cosas a manera de denuncia y de llamado de atención, poco antes de la invasión de los mencionados azucareros de Tumán. Parece que poco a poco esto logró llamar a la conciencia de algunos porque a fines de enero me llamó la joven periodista de lamula.com Dánae Rivadeneyra para pedirme una entrevista sobre este tema junto con otras personas de “Lima, la Única” un grupo de Facebook formado por David Pino, simpático y emprendedor limeñista a carta cabal, de Monserrate para más autoridad moral. Este grupo ya es una comunidad, un colectivo, como les llaman ahora.

De esa entrevista (temprano en la mañana del domingo 6 de febrero) resultó un corto pero lindo reportaje de denuncia, en la línea de mi álbum, acerca del maltrato que durante tantos años sufre este monumento histórico de la otrora ciudad más importante de la América Española.

Tanto le gustó el tema a Dánae que hasta nos ha acompañado en otras actividades de “Lima, la Única” y espero que muchas personas más se unan a esta preocupación por Lima, sin más propósito que el de amarla y rescatarla como uno ama y rescataría a su propia madre de las garras de un secuestrador.

Para terminar, les presento el reportaje mencionado, no sin agradecer a Dánae por permitirme colgarlo aquí. ¡Viva Lima!

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