Es verdad que hay algunas cosas que no comparto más de sus creencias, usos y costumbres. Creo que en su momento podré comentar algunas cosas por aquí.
Por lo pronto, ahora con la Navidad me viene a la memoria la intolerancia de algunos de ambos lados, de los que celebran y de los que no celebran.
Entre los intolerantes que celebran recuerdo más a mi padre, típico derechista, amante de la tradición familiar y de las costumbres, se sentía traicionado cuando yo no estaba presente en la cena navideña o en el brindis por año nuevo, en los cumpleaños, o cualquier cosa que no compartía en ese tiempo. Admirador él de Fujimori y de su re-re-re-reelección, no es de extrañar que hace poco yo le reprochara que fuera un cachaco en un cuartel de tres dormitorios, listo para el reproche y nulo para la felicitación sincera desde mi infancia. Cuando yo era Testigo y soltero me decía que yo podía creer lo que se me diera la gana pero que igual tenía que participar en todas las celebraciones familiares. O sea que mis creencias no las debía manifestar en la práctica. ¿Cómo yo podía creer algo sin practicarlo? Metiéndomelo en el culo, supongo.
Pero los Testigos de Jehová también son intolerantes, aun siendo buenos tipos en lo cotidiano. Irónicamente, la certeza de la verdad nos quita humildad. Es un poco sentirse iluminado, tocado por dios, guiado por él. Y claro, si uno es guiado por el mayor ser del universo ¿quién puede atreverse a pensar distinto? Difícilmente un Testigo trata a los demás sintiéndose mental y espiritualmente igual a los demás. Siempre hay un sesgo de superioridad moral como resultado de “conocer la verdad”. Esta oposición de los Testigos a la Navidad (dictada por un directorio neoyorquino) es de cumplimiento obligatorio para todos sus miembros, so pena de ser sometido a disciplina por considerar que se participa de traición espiritual, idolatría, apoyo a falsas doctrinas y cosas similares a esas, lo cual puede llevar hasta la expulsión del infractor e implica una condena a muerte social debido a que nadie le va a dirigir la palabra ni el más leve saludo. Un leproso espiritual. O sea, no hay libertad individual para decidir celebrar la Navidad o no, ni siquiera hay libertad para pensar distinto a lo que publican en sus revistas. Un cuartel santo, sin dudas ni murmuraciones. Aunque, valgan verdades, la inmensa mayoría de ellos parece sentirse a gusto sin celebrar estas fiestas. Y es verdad que yo comulgué plenamente con eso también. Pero hacia el final les conté a los ancianos que algunas cosas ya no compartía. Me respondieron que podía pensar así pero no debía decírselo a nadie. ¿Cómo yo podía pensar algo sin decirlo? Metiéndomelo en el culo, supongo.
Sin duda, si mi viejo se hiciera Testigo de Jehová sería un gladiador de dios, el Bin Laden fujimorista cristiano, el lugarteniente facho de Cristo. Dicen que me parezco a él pero creo que en realidad yo soy solo punk y nunca pude dejar de serlo. Contreras, que le dicen. Soy un disidente compulsivo.
Hoy, ya sin religión ni pastores desde hace varios años, me da igual celebrar o no: en mi casa no habrá nada porque mi esposa aun es Testigo, y si mis padres me invitan iré con gusto porque veré contentos a mi madre, mis hermanos y mis sobrinos y porque comeré gratis. Pero si nadie me invita me acostaré temprano luego de un sexo reparador. No hay escape: esa será una noche buena.
¿A alguien le importa un carajo la parte religiosa de la Navidad? A mí tampoco, como tampoco las costumbres, las tradiciones y los niños con regalos. ¿Y qué hago entonces comentando todo esto, ya por dos posts consecutivos? Tal vez lo mejor sea metérmelo en el culo, supongo.
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