Cuando en los países del primer mundo se habla de “La Guerra del Pacífico” todos entienden al conflicto entre Estados Unidos y Japón durante la Segunda Guerra Mundial, a mediados del siglo XX. Los sudamericanos, en cambio, la entienden como aquella derrota bélica de peruanos y bolivianos a fines del siglo XIX ante Chile, en el el siglo XIX. Es curioso que siendo la primera de las mencionadas una confrontación mucho más reciente y más grave, sea la segunda la que no logra ser superada. Me explico.
Hoy estadounidenses y japoneses viven como socios competitivos en toda la amplitud del término. Los japoneses atacaron con total sorpresa y traición a los estadounidenses en Pearl Harbor sin siquiera declararles la guerra. Los norteamericanos sometieron a través de bombas atómicas a los asiáticos, Hiroshima y Nagasaki son las únicas poblaciones del mundo que han soportado semejante masacre. Ni chilenos, bolivianos ni peruanos pueden alegar un ataque de esos aun cuando, efectivamente, toda guerra es deplorable per sé. Más aun, todavía quedan testigos presenciales, que vivieron en su propia piel la guerra entre los del hemisferio norte. Por otra parte, hoy no hay ni testigos directos ni sobrevivientes de la guerra sudamericana, por lo que éste es un sentimiento que debería ser naturalmente más lejano.
Perú, Bolivia y Chile siguen atascados en un resentimiento tan mutuo como anacrónico, tan real como injustificado. Desde que aquella guerra terminó, Perú y Bolivia han sido unos malos perdedores, quejumbrosos y victimistas, y Chile ha sido un mal ganador, arrogante y prepotente. Por parte de los perdedores, puede alegarse de todo… el expansionismo, el belicismo, el robo, las violaciones de mujeres y el asesinato de niños y ancianos durante a invasión que hicieron los del extremo sur, entre otras atrocidades. Hay los que se autoinculpan como perdedores por su falta de visión geoplítica, improvisación, luchas intestinas, etc. Los ganadores también tienen su propia palabrería… pactos secretos, abusos gubernamentales contra empresas nacionales, expansionismo. En fin. Entre perdedores se recriminan. Entre ganadores se felicitan.
Hoy, ciento treinta años después, tenemos que soportar el penoso espectáculo de tres países de poca monta que no saben seguir el ejemplo de los verdaderos ganadores de la Historia. Japón y Estados Unidos son líderes globales en casi todo aspecto en que se lo han propuesto (y se lo han propuesto en todo). Es cierto que hoy tenemos una crisis capitalista, pero que no festejen los izquierdistas ni los intelectuales: es una mala racha nomás. Estos dos países, así como Europa y Asia capitalista (incluyendo a China) miran para adelante, son una clase de vanguardia que va más allá de tener más plata que el resto. La principal diferencia no la tienen en el bolsillo sino dentro de la cabeza.
Hoy no nos imaginamos a Polonia buscando la revancha contra Alemania, ni a Alemania, Japón o Italia resentidos contra los aliados, ni a Francia haciendo ejercicios militares en la frontera alemana con un libreto aparentemente ficticio de luchar contra un vecino invasor, ni nada que equivalga a los sentimientos de muchos peruanos, bolivianos y chilenos. ¿De qué caverna salen esos supuestos pragmáticos del siglo antepasado? ¿En qué jaula les enseñaron historia? “Si uno no aprende de la historia está condenado a repetirla” dicen sin el pudor que Pedro Picapiedra sentiría con un Ipod en la mano.
No, esa gente aprende la historia de modo atemporal, estudian los hechos de hace 130 años y los aplican al presente atendiendo únicamente lo que pasó en esa guerra pero principalmente sin darse cuenta de lo que ha venido pasando después.
Nos relatan la pre y post Guerra del Pacífico con lujo de detalles, que el salitre, que las salitreras chilenas, que el armamentismo chileno, que los impuestos bolivianos, que Grau, que Prat, que el Huáscar, que el mar boliviano, que Tacna y un interminable blablablá estadístico.
Lo que no dicen, y no se les da la gana de decir, es que el mundo hoy funciona muy diferente, claro, cuando digo mundo me refiero al primer mundo, no a estas tres tribus tercermundistas que tienen delirios de grandeza bélica.
Hoy estadounidenses y japoneses viven como socios competitivos en toda la amplitud del término. Los japoneses atacaron con total sorpresa y traición a los estadounidenses en Pearl Harbor sin siquiera declararles la guerra. Los norteamericanos sometieron a través de bombas atómicas a los asiáticos, Hiroshima y Nagasaki son las únicas poblaciones del mundo que han soportado semejante masacre. Ni chilenos, bolivianos ni peruanos pueden alegar un ataque de esos aun cuando, efectivamente, toda guerra es deplorable per sé. Más aun, todavía quedan testigos presenciales, que vivieron en su propia piel la guerra entre los del hemisferio norte. Por otra parte, hoy no hay ni testigos directos ni sobrevivientes de la guerra sudamericana, por lo que éste es un sentimiento que debería ser naturalmente más lejano.
Perú, Bolivia y Chile siguen atascados en un resentimiento tan mutuo como anacrónico, tan real como injustificado. Desde que aquella guerra terminó, Perú y Bolivia han sido unos malos perdedores, quejumbrosos y victimistas, y Chile ha sido un mal ganador, arrogante y prepotente. Por parte de los perdedores, puede alegarse de todo… el expansionismo, el belicismo, el robo, las violaciones de mujeres y el asesinato de niños y ancianos durante a invasión que hicieron los del extremo sur, entre otras atrocidades. Hay los que se autoinculpan como perdedores por su falta de visión geoplítica, improvisación, luchas intestinas, etc. Los ganadores también tienen su propia palabrería… pactos secretos, abusos gubernamentales contra empresas nacionales, expansionismo. En fin. Entre perdedores se recriminan. Entre ganadores se felicitan.
Hoy, ciento treinta años después, tenemos que soportar el penoso espectáculo de tres países de poca monta que no saben seguir el ejemplo de los verdaderos ganadores de la Historia. Japón y Estados Unidos son líderes globales en casi todo aspecto en que se lo han propuesto (y se lo han propuesto en todo). Es cierto que hoy tenemos una crisis capitalista, pero que no festejen los izquierdistas ni los intelectuales: es una mala racha nomás. Estos dos países, así como Europa y Asia capitalista (incluyendo a China) miran para adelante, son una clase de vanguardia que va más allá de tener más plata que el resto. La principal diferencia no la tienen en el bolsillo sino dentro de la cabeza.
Hoy no nos imaginamos a Polonia buscando la revancha contra Alemania, ni a Alemania, Japón o Italia resentidos contra los aliados, ni a Francia haciendo ejercicios militares en la frontera alemana con un libreto aparentemente ficticio de luchar contra un vecino invasor, ni nada que equivalga a los sentimientos de muchos peruanos, bolivianos y chilenos. ¿De qué caverna salen esos supuestos pragmáticos del siglo antepasado? ¿En qué jaula les enseñaron historia? “Si uno no aprende de la historia está condenado a repetirla” dicen sin el pudor que Pedro Picapiedra sentiría con un Ipod en la mano.
No, esa gente aprende la historia de modo atemporal, estudian los hechos de hace 130 años y los aplican al presente atendiendo únicamente lo que pasó en esa guerra pero principalmente sin darse cuenta de lo que ha venido pasando después.
Nos relatan la pre y post Guerra del Pacífico con lujo de detalles, que el salitre, que las salitreras chilenas, que el armamentismo chileno, que los impuestos bolivianos, que Grau, que Prat, que el Huáscar, que el mar boliviano, que Tacna y un interminable blablablá estadístico.
Lo que no dicen, y no se les da la gana de decir, es que el mundo hoy funciona muy diferente, claro, cuando digo mundo me refiero al primer mundo, no a estas tres tribus tercermundistas que tienen delirios de grandeza bélica.
Mira Perú, en vez de soñar con territorios perdidos, pregúntate para qué diablos los tendrías si aun hoy tienes olvidado y mal nutrido al trapecio andino.
Mira Bolivia, en vez de soñar con ser campeón mundial de surf, aprende que Suiza no tiene mar y no le echa la culpa a Chile ni a Dios ni al maldito destino.
Mira Chile, en vez de creerte la versión araucana de Rambo y Terminator, mejor fíjate cómo integrar a tus comunidades nativas en tu sociedad racista con complejos de europeos mal copiados.
La vergüenza latina es arar mirando para atrás, es querer ganar una carrera de autos en pura reversa. Esa estupidez es la que a veces hace pírricas las cifras macroeconómicas. Todo se puede ir por la borda porque nuestro disco duro sigue siendo, en esencia, el mismo de hace siglos.
Hoy deberíamos estar hablando de integración económica, de derribar barreras fronterizas a capitales, a pobladores, a culturas. Hoy un boliviano debería viajar a Santiago como si fuera turismo interno, un chileno pasearía en la selva peruana con la misma libertad que en su propio barrio y un peruano en visitaría Santa Cruz con la comodidad de su propia casa. Todo sin pasaporte ni permisos ni plazos ni nada, con toda la región. Hoy sería tan hermoso, por ejemplo, un proyecto multinacional para hacer un modernísimo tren panamericano de norte a sur, desde Norteamérica hasta la Tierra del Fuego. Sería futurista destruir barreras económicas, establecer políticas modernas que nos conviertan por inercia en un solo Estado a la manera europea, en donde los países compitan por liberalizarse, no por protegerse. Sería increíble que por fin entendamos que las diferencias nos dan colorido y variedad, no desunión ni intolerancia. La educación de esos países debería destilar armonía y optimismo, no veneno y matonería. En Europa coexisten muchos idiomas y están unidos, aquí no nos unimos pese a hablar un solo idioma.
Pero seamos realistas. Nada de eso está ocurriendo. Por el contrario, hay una corriente retrógrada, hay una anticorriente, belicista y populista, muy fuerte, que de un modo u otro empuja hacia una guerra mientras palabrea que no, que sólo es disuasión y defensa. Los belicistas juran que no quieren la guerra pero promueven el armamentismo, fíjese bien. En todos los países. Esos extremistas ganan terreno pidiendo más presupuesto en armas, alarmistas que falazmente estimulan el miedo nacionalista a la derrota en vez de promover el repudio a la guerra.
Algo hay que hacer para no predicar en el desierto. No podemos gastar fortunas en una carrera armamentista. No podemos poner en segunda fila a la salud, las escuelas, los bajos salarios, la infraestructura vial, las comunidades nativas, la seguridad ciudadana, las obras de saneamiento, la modernización judicial y carcelaria, la jubilación, el consumidor, y un largo etcétera. Pero tampoco podemos quedarnos sin hacer nada. Tampoco podemos ser hippies hueveando entre las nubes.
Soy peruano. No soy nacionalista pero tengo identidad nacional. No creo que mi país sea superior ni mejor que cualquier otro ni viceversa. Soy contrario a los militares pero reconozco que, en el mejor de los casos, pueden ser un mal necesario. Soy pacifista pero no tonto útil de los supremacistas del otro lado de la frontera.
Perú debe promover la formación de un bloque occidental en América Latina, aliado de los Estados Unidos. En otras palabras, debe aliarse con los ganadores de verdad, debe unirse al equipo de los que hoy lideran el mundo y debe traer esa alianza a Sudamérica. Hoy Colombia nos ha dado el ejemplo. Importa poco lo que opinen los demás. No le vamos a pedir permiso a nadie para hacer con nuestro país lo que más nos conviene. Hoy Perú no puede hacer frente a una carrera armamentista, pero sí puede unirse a quien le garantice la victoria sin disparar un solo tiro. Los Estados Unidos quieren luchar directamente contra las mafias narcoterroristas. No queremos que Sendero llegue a ser unas FARC, un mal endémico apoyado por Chávez rastreramente. Que los norteamericanos instalen sus bases militares, todas las que quieran y donde quieran, pero como mínimo en Puno, Tacna y Tumbes. Cuanto antes y que se unan más países que crean en el progreso y la libertad. Basta de aliarse con perdedores como los bolivianos, hoy entregados a la demagogia izquierdista y al oportunismo por un poco de mar. Buenos para nada es lo que siempre han sido. Perú debe ser socio económico, político y militar de Estados Unidos. A corto plazo, Perú debe lograr lo que Colombia y unirse a ella. A largo plazo, Perú debe proponerse llegar al estatus de Puerto Rico.
De esta forma, nadie se atreverá mirar a Perú como presa fácil, que miren para otro lado. Cualquier país preferirá ser nuestro socio y no nuestro enemigo.
¿No es fácil? ¿Y quién dijo que es fácil?
Créditos por las fotos:
Todas tomadas de www.flickr.com
En orden de aparición:
Motostefano - Cementerio Memorial de la IIGM, Firenze, Italia
Sergioranall - Guerreros de la Selva de Brasil
Altamar - Ojos Curiosos, México.
Interesante punto de vista... Sudamérica es como como el mundialito del porvenir... no entra ni a cuarta división pero sí que sale en las noticias con sus kechis y zancadillas... Estoy de acuerdo en que para no perder plata en armas hay que tener un buen padrino y que mejor que uno que nos necesita para luchar contra una de sus peores adicciones... la coca. La polarización de latinoamérica es una bomba de tiempo y Chile y Colombia lo saben mejor que nadie.
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