Tal vez uno de los mayores cambios sociales de nuestros tiempos es el de los derechos civiles de los integrantes de las comunidades LGTBI (Lesbianas, gays, transexuales, bisexuales e intersexuales). Como cualquier reforma profunda en favor de minorías, recibe decidida oposición de las mayorías conservadoras, así como a veces demasiado exaltado apoyo de sus partidarios.
No hay que olvidar que anteriores reformas en favor de minorías ya desataron pasiones que hoy nos parecen totalmente superadas. Esto, como ya sabemos, ocurrió también con la liberación de los esclavos, con el voto femenino, con el reconocimiento de nuevas religiones y cultos, etc. Siempre el escenario ha sido el mismo: Odios, prejuicios y confrontaciones.
¿Estamos ante un cambio similar cuando hablamos de individuos y comunidades no-heterosexuales? Es probable que sí, a juzgar por los progresivos avance legal y aceptación social de estas formas alternativas de sexualidad. Los más conservadores suelen ser las generaciones mayores. Conforme pasan los años, las nuevas generaciones no son tan resistentes al cambio, y hasta lo apoyan. Con los anteriores procesos de cambio también fue así.
Se han dado muchos argumentos en un sentido y en otro, pero quiero compartir con ustedes, en primer lugar, un texto oficial que publicó la iglesia mormona estadounidense cuando este tema se trataba en ese país, en 2008. Hoy, en América Latina, estamos discutiendo este mismo tema un lustro después.
Aunque hay muchos textos y comentarios tanto de corte religioso como científico que no admiten la unión homosexual, creo que éste en particular esgrime buenos argumentos, muy atendibles. Además, lo hace en forma clara y respetuosa, evitando los ya conocidos excesos insultantes y claramente homofóbicos en los que suelen caer muchos agitados líderes religiosos y políticos de extrema derecha.
Les pido leerlo con paciencia, pues es un poco extenso, pero no deja de ser muy interesante. En los próximos posts espero contraponer otras opiniones y mi propia perspectiva sobre este asunto:
La
institución divina del matrimonio
SALT LAKE
CITY 13 de agosto de 2008
Introducción
Recientemente, el Tribunal
Supremo de California dictaminó que el matrimonio entre personas del mismo sexo
era legal en ese estado. Reconociendo la importancia del matrimonio en la
sociedad, la Iglesia aceptó la invitación a tomar parte en ProtectMarriage, una coalición de iglesias,
organizaciones y personas que promueven la medida conocida como “Propuesta 8”, para
el plebiscito de noviembre, y que es una enmienda a la constitución del estado
de California para garantizar el reconocimiento jurídico exclusivo del matrimonio entre un
hombre y una mujer.
(Para saber más sobre esta
coalición, visite http://www.protectmarriage.com/.)
El 20 de junio de 2008 la
Primera Presidencia de la Iglesia hizo público el documento “Preservemos el
matrimonio tradicional y fortalezcamos a las familias”, donde se comunicaba la
participación de la Iglesia en dicha coalición. El documento, leído durante los servicios religiosos
de los Santos de los Últimos Días de California, pedía a los miembros de la
Iglesia que “[hicieran] todo lo posible para respaldar la propuesta de enmienda
a la constitución”.
Los miembros de la Iglesia
que residen en Arizona y en Florida también son llamados a votar por enmiendas
constitucionales en sus estados, donde se están formando coaliciones similares a la de California,
también relacionadas con el matrimonio. El interés de la intervención de la
Iglesia radica específicamente en el matrimonio entre personas del mismo sexo y
sus consecuencias. La Iglesia no se opone a los derechos (ya aprobados en
California) relacionados con la hospitalización y la atención médica, la
vivienda, el trabajo o la sucesión testamentaria siempre y cuando éstos no
atenten contra la integridad de la
familia o los derechos
constitucionales que tienen las iglesias y sus feligreses para conducir y practicar su
religión libre de interferencias gubernamentales. En cuanto a la moralidad
sexual, la Iglesia sólo tiene una norma directa y firme: las relaciones íntimas
son correctas únicamente entre un hombre y una mujer unidos mediante los votos
matrimoniales.
La oposición de la Iglesia
al matrimonio entre personas del mismo sexo no constituye ni aprueba ningún tipo de
hostilidad hacia los hombres y mujeres homosexuales. Proteger el matrimonio
entre un hombre y una mujer no afecta a las obligaciones que tienen los
miembros de la Iglesia de mostrar amor, bondad y sensibilidad a toda persona.
Al decidir su nivel de
participación en la protección del matrimonio entre un hombre y una mujer, los miembros de
la Iglesia deberán abordar este asunto con respeto, comprensión, franqueza y civismo hacia el
prójimo.
A fin de reducir al mínimo
la falta de entendimiento y la animadversión, la Iglesia ha preparado el siguiente
documento (“La institución divina del matrimonio”) junto con los vínculos a otros
materiales que en él se incluyen con el propósito de explicar las razones por
las que defiende el matrimonio entre un hombre y una mujer como un asunto imperativo
de lo moral.
La
institución divina del matrimonio
El matrimonio es sagrado y
ordenado por Dios desde antes de la fundación del mundo. Después de crear a
Adán y a Eva, el Señor Dios los declaró esposo y esposa, y Adán dijo:
“Por tanto, dejará el hombre
a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne”[1].
Jesucristo citó estas palabras de Adán mientras reafirmaba el origen divino del
convenio del matrimonio: “¿No habéis leído que el que los hizo al principio,
varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se
unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? Así que no son ya más dos,
sino una sola carne” [2].
En 1995, “La Familia: Una
proclamación para el mundo” declaraba las siguientes verdades invariables respecto al
matrimonio: Nosotros, la Primera Presidencia y el Consejo de los Doce Apóstoles
de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, solemnemente proclamamos que el matrimonio
entre el hombre y la mujer es ordenado por Dios y que la familia es la parte
central del plan del Creador para el destino eterno de Sus hijos... La
familia es ordenada por Dios. El matrimonio entre el hombre y la mujer es
esencial para Su plan eterno. Los hijos tienen el derecho de nacer dentro de
los lazos del matrimonio, y de ser criados por un padre y una madre que honran
sus promesas matrimoniales con fidelidad completa.
La Proclamación también
enseña que “el ser hombre o mujer es una característica esencial de la
identidad y el propósito eternos de los seres humanos en la vida premortal,
mortal y eterna”. El relato del génesis de Adán y Eva, de su creación y
establecimiento en la tierra, recalca la creación de dos sexos diferentes: “Y
yo, Dios, creé al hombre a mi propia imagen, a imagen de mi Unigénito lo creé;
varón y hembra los creé” [3].
El matrimonio entre un
hombre y una mujer es esencial en el plan de salvación. La naturaleza sagrada
del matrimonio está íntimamente ligada al poder de la procreación: sólo la
unión de un hombre y una mujer tiene la capacidad biológica natural para
concebir hijos. El poder procreador, que permite crear la vida y traer a los
hijos espirituales de Dios al mundo, es sagrado y muy valioso. Su uso
incorrecto socava la institución de la familia y, por ende, debilita el tejido
social[4]. Las familias fuertes son la institución fundamental para
transmitir a las generaciones futuras la entereza, las tradiciones y los
valores sociales sobre los que se sustenta la civilización. La Declaración
Universal de los Derechos Humanos afirma:
“La familia es el elemento
natural y fundamental de la sociedad” [5].
El matrimonio es más que
un contrato entre personas para ratificar sus afectos y garantizar sus obligaciones mutuas.
El matrimonio y la familia son también instrumentos vitales para criar a los hijos y
enseñarles a ser adultos responsables. Si bien el matrimonio no es fruto de ningún gobierno,
durante los siglos, los gobiernos de toda índole han reconocido y declarado que éste es una
institución esencial en la preservación de la estabilidad social y la
perpetuación de la vida. Por consiguiente, independientemente de si se
celebraban en un rito religioso o en una ceremonia civil, los matrimonios de
casi todas las culturas han tenido beneficios
especiales dirigidos, principalmente, a preservar su relación y fomentar un entorno en el
cual criar a los hijos. Ambos cónyuges, marido y mujer, no reciben estos
beneficios con el fin de situarse por encima de otras dos personas que
compartan un domicilio o un vínculo social, sino para preservar, proteger y
defender las tan importantes instituciones
que son el matrimonio y la familia.
Es verdad que hay
matrimonios que no van a tener hijos, bien por decisión propia o debido a
causas biológicas (esterilidad), pero ello no reduce su condición especial
estrechamente vinculada a los poderes y
las responsabilidades inherentes de la procreación, así como a las diferencias
también inherentes entre ambos sexos. La cohabitación, en sus diversas
manifestaciones y circunstancias, no constituye motivo suficiente para definir
nuevos conceptos del matrimonio.
Las elevadas tasas de
divorcio y de nacimientos fuera del matrimonio han resultado en un elevado
número de padres solteros en la sociedad estadounidense, muchos de los cuales
han criado a hijos ejemplares. Sin embargo, numerosos estudios han demostrado
que, en términos generales, un marido y una mujer, unidos en un matrimonio
amoroso y comprometido, constituyen el
entorno ideal para que los hijos gocen de protección, alimentación y buena
crianza[6]. Esto no se debe exclusivamente a los importantes recursos
materiales que ambos padres puedan incorporar a la crianza de un hijo, sino a
las diversas aptitudes que aportan un padre y una madre en virtud de su sexo.
El prominente sociólogo David Popenoe declaró:
La abundante evidencia que
aporta la ciencia social apoya la idea de que la paternidad y la maternidad,
funciones asumidas por ambos sexos, es crucial para el desarrollo humano y que
la aportación del progenitor varón a la crianza de sus hijos es única e
irreemplazable[7].
Popenoe explicó:
[...] La complementariedad
de los estilos del hombre y la mujer en la crianza de los hijos es asombrosa y
tiene una gran importancia en el desarrollo general de los hijos. Se suele decir que el padre
manifiesta mayor preocupación por el desarrollo a largo plazo del hijo mientras
que la madre se centra en su bienestar más inmediato (lo cual, claro está,
también tiene que ver con el bienestar a largo plazo del pequeño). Lo que es
evidente es que los hijos tienen necesidades duales que se deben atender: una
de independencia y otra de vinculación, una de retos y otra de apoyo[8].
El historiador social
David Blankenhorn argumenta algo similar en su libro Fatherless America[9] [Los
Estados Unidos sin padres]. En una sociedad ideal, todo hijo debería ser criado por un padre y una
madre.
Los retos
que encaran el matrimonio y la familia
La era moderna ha
presenciado de qué manera el matrimonio y la familia tradicionales (definido
como un marido y una mujer con hijos en un matrimonio intacto) ha ido sufriendo
un mayor número de ataques.
Hemos presenciado un
descenso de la moralidad sexual y un aumento de la infidelidad. Desde 1960, el
porcentaje de niños nacidos fuera de los vínculos del matrimonio ha aumentado
del 5,3 % al 38,5 % (2006)[10]. El divorcio es algo mucho más común y aceptado, siendo los
Estados Unidos el país con uno de los índices más elevados de divorcios del mundo. Desde
1973, el aborto ha cobrado la vida de más de 45 millones de inocentes[11]. Al
mismo tiempo, los valores por los que se rige la industria del entretenimiento siguen desplomándose y la
pornografía se ha convertido en un azote que aflige a muchas víctimas y las
convierte en sus adictos. Cada vez más las diferencias entre sexos se tildan de
triviales, irrelevantes o efímeras, con lo que se mina el propósito de Dios al
crear al hombre y a la mujer.
En los últimos años, tanto
en los Estados Unidos como en otros países, ha surgido un movimiento que
defiende el matrimonio entre personas del mismo sexo como un derecho inherente o
constitucional. No es algo insignificante; supone un cambio radical: en vez de
que la sociedad permita o acepte la conducta sexual privada y consentida entre
adultos, aboga para que el matrimonio entre personas del mismo sexo logre apoyo
y reconocimiento oficiales.
Las decisiones adoptadas
por los tribunales de Massachussets (2004) y California (2008) aprueban los matrimonios
entre personas del mismo sexo. Esta tendencia supone una grave amenaza para el
matrimonio y la familia. La institución del matrimonio se debilitará, y esto redundará
en consecuencias negativas tanto para los adultos como para los niños.
En noviembre de 2008 los
votantes californianos decidirán si aprueban una enmienda para la constitución
de su estado a fin de definir el matrimonio como algo exclusivo entre un hombre
y una mujer. La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días se ha
sumado a una amplia coalición de instituciones religiosas, organizaciones y
personas para fomentar el voto positivo a esta enmienda. El pueblo de los
Estados Unidos, obrando de forma directa o a través
de sus representantes electos, ha reconocido la función crucial que el matrimonio
tradicional ha desempeñado y seguirá desempeñando en la sociedad estadounidense para proteger
a los niños y las familias, y la propagación de los valores morales.
Cuarenta y cuatro estados
han aprobado leyes que definen con claridad que el matrimonio es la unión de un
hombre y una mujer. Más de la mitad de esos estados, veintisiete para ser exactos,
lo han hecho a través de enmiendas constitucionales como las que están pendientes de ser
refrendadas en California, Arizona y Florida[12].
Por el contrario, aquellos
interesados, en la sociedad estadounidense, en imponer el matrimonio entre personas
del mismo sexo han optado por una vía diferente. Los abogados han llevado su
caso a los tribunales del estado y han solicitado a los jueces que hagan una nueva versión de
la institución del matrimonio que la sociedad ha aceptado y del que ha dependido
durante miles de años. Sin embargo, y aun en este contexto, una gran mayoría de
tribunales (seis de ocho tribunales supremos) ha mantenido las leyes del matrimonio tradicional.
Sólo dos, Massachussets y ahora California, han ido en sentido contrario, y en
ambos casos con diferencias mínimas: 4 votos a 3.
En resumen, los Estados
Unidos no abrigan duda alguna respecto a lo que es el matrimonio. Tal y como
reconocieron los habitantes de California cuando votaron a este respecto hace ocho años,
el matrimonio tradicional es esencial para la sociedad en conjunto, y en
especial para sus niños. Dado que esta consulta afecta a la naturaleza misma de
la familia, es una de las grandes cuestiones morales de nuestra época y tiene
el potencial de influir grandemente en la familia, la Iglesia se manifiesta a
este respecto y ruega la colaboración de sus miembros.
Tolerancia,
matrimonio homosexual y libertad religiosa
Aquellos que favorecen el
matrimonio homosexual sostienen que la “tolerancia” exige que se les conceda el
mismo derecho a casarse que tienen las parejas heterosexuales. Sin embargo,
este llamado a la “tolerancia” incorpora un significado y un resultado totalmente
diferentes a los que ha tenido a lo largo de la historia del país y muy
diferente al sentido que se encuentra
en el evangelio de Jesucristo. El Salvador enseñó un concepto mucho más elevado, el del
amor: “Amarás a tu prójimo”, amonestó[13]. Jesús
amaba al pecador aun cuando condenaba el pecado, como bien evidencia el caso de
la mujer sorprendida en adulterio:
la trató con bondad, aunque le mandó: “no peques más”[14]. La tolerancia, tal y como se
entiende en el Evangelio, significa amar al prójimo; equivale a perdonarse los unos a los
otros, en vez de “tolerar” la transgresión.
La sociedad laica de hoy
día ha adoptado una idea de tolerancia enteramente diferente. En vez de amar, “tolerar” se
ha convertido en sinónimo de aprobar: El precio de la amistad implica
aceptar una conducta impropia. Jesús enseñó que debemos amarnos y cuidarnos los
unos a los otros sin aprobar la transgresión. Pero la definición progresista
que se maneja en la actualidad insiste en que, a menos que se acepte el pecado,
no se está aceptando al pecador.
El élder Dallin H. Oaks
explicó:
Es evidente que la
tolerancia requiere una manera pacífica de abordar las diferencias entre las
personas; sin embargo, la tolerancia no requiere que abandonemos nuestras
normas y opiniones sobre cuestiones
políticas o de preferencia de leyes públicas. La tolerancia es una forma de
reaccionar a la diversidad, no un mandato para aislarnos de la crítica[15].
La Iglesia no aprueba que
se maltrate a las personas y alienta a sus miembros a tratar a todos con respeto. Aun
así, el manifestarse en contra de aquellas prácticas con las que la Iglesia discrepa en
cuestiones morales (incluido el matrimonio entre personas del mismo sexo) no
supone forma alguna de maltrato ni incurre en el con frecuencia mal empleado
término de “incitación al odio”.
Expresamos un amor sincero
y nuestra amistad por el familiar o el amigo homosexual sin aceptar por ello la
práctica de la homosexualidad ni cualquier redefinición del matrimonio.
Legalizar el matrimonio
entre personas del mismo sexo afectará a un amplio abanico de actividades y leyes
gubernamentales. Desde el momento en que el gobierno de un estado declara que las uniones
entre personas del mismo sexo es un derecho civil, casi con toda certeza esos mismos
gobiernos aprobarán una amplia gama de leyes con el fin de garantizar que no se
discrimine a los contrayentes de este tipo de unión. Esta decisión podría desembocar
en un “enfrentamiento entre iglesia y estado” [16].
La posibilidad del
matrimonio entre personas del mismo sexo ya ha provocado enfrentamientos
legales entre los defensores de la libertad de expresión y los de la libertad de acción en base a
creencias religiosas. Por ejemplo, abogados y representantes gubernamentales de varios
estados están poniendo en tela de juicio el derecho por largo tiempo adquirido por
agencias religiosas de adopción de ceñirse a sus creencias y de sólo dar en adopción a aquellos
niños que van a vivir en un hogar que cuente con una madre y un padre. Como
consecuencia de ello, Cáritas Católica de Boston, Massachusetts, ha descontinuado sus
actividades de servicios de adopción.
Otros abogados que
favorecen la causa del matrimonio entre personas del mismo sexo sugieren que se supriman
las exenciones de impuestos y los beneficios tributarios de cualquier organización
religiosa que no acepte este tipo de uniones [17]. Ya se
están aplicando leyes que regulan el derecho de admisión en un intento de
obligar a las organizaciones religiosas a celebrar matrimonios o recepciones en
aquellos edificios que suelen estar abiertos al público en general. En ciertos casos
hay organizaciones de prestigio que presionan a instituciones académicas de índole
religiosa para que ofrezcan alojamiento a matrimonios homosexuales. Algunas universidades
han comunicado a sus organizaciones
estudiantiles religiosas que podrían perder su estatus y beneficios universitarios si impiden
la afiliación a parejas del mismo sexo[18].
Muchos de estos ejemplos
son ya una realidad legal en varios países de la Unión Europea. El Parlamento
Europeo ha recomendado la elaboración de leyes que garanticen y protejan de manera uniforme en toda
la UE los derechos de los matrimonios constituidos por personas del mismo sexo [19]. De esto
se desprende que si el matrimonio entre personas del mismo sexo se
convierte en un derecho civil reconocido, surgirán importantes conflictos con la libertad religiosa. En
algunas zonas importantes, ésta podría llegar a reducirse.
¿Cómo
afectaría el matrimonio homosexual a la sociedad?
Las posibles restricciones
a la libertad religiosa no son las únicas implicaciones sociales en las que
incurriría la legalización de la unión entre personas del mismo sexo. Puede que
el argumento más común entre
sus postulantes sea el que es prácticamente inocuo y que en ningún modo afectará a la
institución del matrimonio heterosexual tradicional. “No les va a afectar, ¿por qué se
molestan?” es lo que se repite. Si bien pudiera ser cierto que permitir las
uniones entre personas del mismo sexo no afectaría de forma directa ni inmediata a los matrimonios ya formalizados,
la verdadera pregunta es cómo va a afectar a toda la sociedad con el tiempo,
incluyendo tanto a la generación actual como a las futuras. La experiencia de
los pocos países europeos que ya han legalizado este tipo de unión sugiere que
cualquier debilitamiento en la definición tradicional del matrimonio erosionará
aún más la ya debilitada estabilidad de los matrimonios y a la familia en
general. La formalización de este tipo
de uniones compromete el concepto tradicional de matrimonio y encierra repercusiones
dañinas para la sociedad.
Al margen de la muy grave
consecuencia de minar y debilitar la naturaleza sagrada del matrimonio entre un hombre
y una mujer, hay muchas implicaciones prácticas en el ámbito de la legislación pública
que supondrán una honda preocupación para los padres y la sociedad en general,
y son esenciales para entender la gravedad de toda esta cuestión del matrimonio homosexual.
Cuando un hombre y una
mujer se casan con la intención de formar una nueva familia, el éxito de su empresa
depende de su disposición a renunciar a la realización de sus intereses
particulares y a sacrificar su tiempo y sus recursos para nutrir y criar a sus
hijos. El matrimonio es, fundamentalmente, un acto generoso: goza de protección
jurídica porque sólo la unión entre un
hombre y una mujer puede crear una nueva vida y porque la crianza de los hijos
requiere el compromiso de toda una vida, el cual es también uno de los propósitos del matrimonio.
El que la sociedad reconozca el matrimonio entre personas del mismo sexo no se puede
justificar simplemente alegando que facilita la realización personal de los
contrayentes, pues no es la función del Gobierno brindar protección jurídica
plena a cada una de las maneras en que aparentemente las personas puedan
realizarse como tales. Por definición, toda unión entre personas del mismo sexo
es estéril, y dos personas
del mismo sexo, cualesquiera que sean los sentimientos que se profesen, no podrán nunca
formar un matrimonio dedicado a la crianza de su propia progenie.
Es verdad que algunas
uniones de este tipo obtendrán la custodia de hijos concebidos en relaciones heterosexuales
previas, mediante adopción en aquellos estados donde esto se permita o por medio de la
inseminación artificial. Sin embargo, la pregunta más importante que debiera
responder la legislación pública debe ser: ¿Qué entorno es el mejor para ese
hijo y para la generación futura? El matrimonio tradicional aporta a los niños
una identidad social sólida y bien definida. Aumenta la posibilidad de que
lleguen a formar una identidad de género clara, donde la sexualidad esté unida
tanto al amor como a la procreación. Por el contrario, la legalización del
matrimonio homosexual terminará por erosionar la identidad social, el
desarrollo del género y el carácter moral de los niños. ¿Es sabio que la
sociedad persiga un experimento radical de esta índole sin tener en cuenta las consecuencias
a largo plazo que podría suponer para los niños?
He aquí sólo un ejemplo de
cómo los niños se verían afectados negativamente: el otorgar rango de derecho civil al
matrimonio entre personas del mismo sexo supondría la obligatoriedad de
modificar el contenido de los cursos de estudio escolares. Cuando un estado declare que las
uniones homosexuales son equivalentes a los matrimonios heterosexuales, el
curso de estudio de las escuelas públicas deberá respaldar tal afirmación. En la
enseñanza primaria se enseñará a los niños que el matrimonio puede definirse como una
relación entre dos adultos y que las relaciones sexuales consentidas de común
acuerdo son de neutralidad moral. Cabría esperar que las clases de educación
sexual en la enseñanza
secundaria equiparen las relaciones homosexuales con las heterosexuales. Estas
innovaciones supondrán serias confrontaciones entre la agenda del sistema escolar laico y el
derecho de los padres a enseñar a sus hijos los valores morales tradicionales.
Por último, a lo largo de
la historia, la familia ha supuesto el baluarte de la libertad del individuo.
Las paredes de un hogar se erigen como una defensa frente a la influencia perjudicial
de la sociedad y los, en ocasiones, ambiciosos poderes del Gobierno. Ante la
falta de abuso o negligencia, el gobierno no tiene derecho alguno a intervenir
en la crianza ni en la educación moral de los hijos en el hogar.
Las familias fuertes son,
por ende, vitales para la libertad política. Pero cuando los gobiernos se atreven a redefinir la naturaleza
del matrimonio expidiendo regulaciones para garantizar la aceptación
pública de uniones no tradicionales, están un paso más cerca de intervenir en el sagrado
ámbito de la vida familiar. Las consecuencias de cruzar esos límites son muchas
e impredecibles, aunque igualmente supondrían un aumento del poder y el alcance
del estado en cualquier fin que se propusiera.
La
santidad del matrimonio
Las familias fuertes y
estables, encabezadas por un padre y una madre, son el ancla de la sociedad civilizada.
Cuando el matrimonio se ve socavado por la confusión del género y la distorsión del sentido que
Dios le ha otorgado, la nueva generación de niños y jóvenes hallará mayores dificultades para desarrollar
su identidad natural como hombres y mujeres. A algunos les costará mucho
disfrutar de un cortejo sano, formalizar un matrimonio estable o criar una nueva
generación imbuida de entereza y sentido morales.
La Iglesia de Jesucristo
de los Santos de los Últimos Días ha optado por participar, junto con muchas otras iglesias,
organizaciones y personas, en la defensa de la santidad del matrimonio entre un hombre
y una mujer por tratarse de una cuestión moral imperiosa de suma importancia para
nuestra religión y el futuro de nuestra sociedad.
La última línea de la
Proclamación de la Familia es una admonición de la Primera Presidencia y el
Quórum de los Doce Apóstoles al mundo: “Hacemos un llamado a los ciudadanos
responsables y a los representantes de los gobiernos de todo el mundo a fin de
que ayuden a promover medidas destinadas a fortalecer la familia y mantenerla
como base fundamental de la sociedad”. Tal es el rumbo trazado por los líderes
de la Iglesia, y es el único rumbo seguro para la Iglesia y para la nación.
____________________________________
[1] Génesis 2:24.
[2] Mateo 19:4-6.
[3] Génesis 1:27.
[4] M. Russell Ballard, “Lo
más importante es lo que perdura”, Liahona, noviembre de 2005, pág. 41.
[5] Véase, Naciones Unidas,
“Declaración Universal de los Derechos Humanos”, Resolución de la Asamblea General 217 A
(III), 10 de diciembre de 1948.
[6] Véase, David Blankenhorn, Fatherless America: Confronting Our
Most Urgent Social Problem (New York: Basic Books, 1995); Barbara Schneider, Allison Atteberry y Ann
Owens, Family Matters: Family Structure and Child Outcomes (Birmingham AL: Alabama Policy Institute: junio de 2005); David Popenoe,
Life Without Father (New York: Martin Kessler Books, 1996); David Popenoe y
Barbara Defoe Whitehead, The State of Our Unions 2007: The Social Health of
Marriage in America (Piscataway, NJ (Rutgers University): The National
Marriage Project, julio de 2007 ) págs. 21-25; y Maggie Gallagher y Joshua K.
Baker, “Do Moms and Dads Matter? Evidence from the Social Sciences on Family Structure
and the Best Interests of the Child,” Margins Law Journal tomo IV, pág.
161 (2004).
[7] Véase, David Popenoe, Life Without Father (New York: The Free
Press, 1996) pág. 146.
[8] Ibíd., pág. 145.
Véase también Spencer W. Kimball, “The
Role of Righteous Women,” Ensign, November 1979, págs. 102-104.
[9] Véase, David Blankenhorn, Fatherless America, págs. 219-220.
[10] Véase, Stephanie J. Ventura y Christine A. Bachrach, “Nonmarital
Childbearing in the United States, 1940-1999”, National Vital Statistics
Reports, tomo XLVIII, pág. 16 (18 de octubre de 2000); y Brady E. Hamilton,
Joyce A. Martin y Stephanie J. Ventura, “Births: Preliminary Data for 2006”, National
Vital Statistics
Reports, tomo LVI, pág. 7 (5 de diciembre de 2007).
[11] Véase, Alan Guttmacher Institute, “Facts on Induced Abortion in the
United States”, In Brief, julio de 2008.
[12] Véase, Christine Vestal, “California Gay Marriage Ruling Sparks New
Debate”, stateline.org, 16 de mayo 2008, actualizado el 12 de junio de 2008.
Stateline.org recibe financiación de Pew Charitable Trusts.
[13] Mateo 19:19.
[14] Juan 8:11.
[15] Élder Dallin H. Oaks, “Weightier Matters”, BYU Devotional speech, 9
de febrero de 1999.
[16] Véase, Maggie Gallagher, “Banned in Boston: The Coming Conflict
Between Same-Sex Marriage and Religious Liberty”, The Weekly Standard, 15 de mayo de 2006.
[17] Véase, Jonathan Turley, “An Unholy Union: Same-Sex Marriage and the
Use of Governmental Programs to Penalize Religious Groups with Unpopular
Practices”, en Douglas Laycock, Jr., et al., editores, Same-Sex
Marriage and Religious Liberty: Emerging Conflicts (Lanham, MD: Rowman
& Littlefield Publishers, Inc., 2008, en prensa).
[18] Véase, Marc D. Stern,
“Gay Marriage and the Churches”, artículo leído en la Conferencia de Expertos
sobre Matrimonio Homosexual y Libertad Religiosa, patrocinada por The Beckett
Fund, 4 de mayo de 2006.
[19] Véase, “Resolución del
Parlamento Europeo sobre la homofobia en Europa”, adoptada el 18 de enero de 2006.
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