lunes, 4 de agosto de 2014

Las sonrisas que no tienen precio

.


Estimados lectores de La Sala de Ensayo, tengo que darles dos importantes noticias personales. Se las doy un poco tarde, sé que podría haberlo hecho antes, pero igual creo que no puedo escribir un artículo más sin antes hacer esto. Como muchos de ustedes saben yo renuncié a los testigos de Jehová hace bastantes años. Sin más preámbulos les comunico que desde el 1 de mayo de este año 2014 he vuelto a serlo. No solo eso, la segunda noticia –no menos importante para mí- es que luego de un año de separación he restaurado mi relación con mi esposa Ruth y vivimos otra vez todos juntos como familia.

Es evidente que tengo que explicar qué ha pasado aquí, sobre todo en cuanto a mi retorno a los testigos de Jehová, siendo que cuando me he referido a ellos aquí varias veces he sido crítico de ellos.

Se los voy a decir tal como se lo he dicho a cada persona que me lo ha preguntado: Tarde o temprano nos enfrentamos a la disyuntiva ética de decidir nuestro rumbo existencial. Esta disyuntiva, en determinadas circunstancias puede tener elementos de juicio no sólo individuales sino que puede involucrar a otras personas.

En mi caso, yo había renunciado hacía más de ocho años a los testigos de Jehová principalmente porque me sentía asfixiado ante la imposibilidad de siquiera comentar privadamente algunas desavenencias personales respecto a ciertos usos, costumbres, doctrinas y disposiciones de dicha organización. Mi fastidio no era causado tanto por las controversias propiamente dichas sino por la imposibilidad de expresarlas. Soy un amante de la libertad, especialmente de las libertades individuales, no solo las mías sino las de todos los demás.


LA CARTA

Para no ser reiterativo ni parecer que a unos doy una explicación y a otros otra, he preferido transcribir íntegramente el texto de la carta que presenté a los ancianos de la congregación a efectos de que me permitan volver a ser testigo de Jehová. Quiero ser transparente con todo el mundo, y en esta ocasión muy particularmente con los seguidores de La Sala de Ensayo. El texto es el siguiente:


Estimados ancianos de la Congregación Naciones:

Como ustedes saben, en diciembre de 2005 decidí renunciar a la congregación por razones que no expuse en ese momento, pero que luego he informado a algunos de ustedes.

Aunque es normal y aceptable que un siervo de Dios a veces no entienda o hasta no comparta alguna de las luces que iluminan el camino de su pueblo, siempre decide mantenerse al lado de la congregación en un espíritu de fe y confianza en que Jehová, de un modo u otro, sabe dirigir los asuntos hacia un final brillante y apropiado.

Esta confianza en los hombres de mayor edad de la congregación mundial se traduce en una actitud discreta y paciente ante la situación antes expuesta. Dicha actitud revela madurez y amor hacia sus consiervos, hacia Jehová y hacia sí mismo, de modo que prevalezca un ambiente positivo y pacífico en la congregación. Tal ambiente amoroso prioriza y produce unidad, no el debate estéril y conflictivo.

Sin embargo, en una muestra tanto de impaciencia como de soberbia, decidí que no debería soportar el mantener reservadas dichas dudas u objeciones. Realmente lo importante para mí no eran las objeciones en sí mismas, sino el no poder compartirlas con nadie. Esto fue lo que en visita posterior de los ancianos llamé “una libertad a la cubana”, queriendo decir que en la congregación, a la manera política de Cuba, solo hay libertad para aplaudir, no para opinar constructivamente ni para expresar otros puntos de vista.

Creo que dicha comparación ha sido totalmente cruel, pues la intención y la atmósfera que se respira en la congregación no es el de una dictadura criminal, sino el de exhortación protectora, la cual puede ser criticada por algunos, pero de ninguna manera puede ser denostada como si fuera impulsada por la maldad o la corrupción.

Hoy me resulta definitivamente claro que por tan poca cosa uno no puede abandonar a la congregación ni a Jehová y a Cristo porque eso finalmente es autodestructivo. Es muy conocida la ilustración de los carbones que se mantienen calientes solo si están juntos y cómo poco a poco, quienes se apartan terminan totalmente fríos y desechados. Pese a conocer dicha ilustración y las permanentes advertencias de la Palabra de Dios respecto a estos asuntos, he sido lo bastante petulante para creer que yo solo podría ser de utilidad a Jehová, sin necesidad de congregarme con nadie.

Efectivamente, no he sido de utilidad a Cristo y Jehová para la salvación de más almas en favor de su Reino. Ni les he alabado ni les he servido de forma práctica. Todo no ha pasado de mera palabrería que tarde o temprano me degradó hasta convertirme en alguien que antes hubiera repudiado, no solo por el daño que me he hice a mí mismo sino principalmente por el enorme dolor que he infligido a quienes me rodean, mi hijo Claudio y su madre Ruth, quienes pese a ello mantuvieron siempre una posición firme en favor de la verdad. Ni ellos ni nadie merecen pasar por las faltas de respeto y humillaciones que en su momento soportaron tan amorosa e indulgentemente. Creo que jamás podré pedirles perdón lo suficiente para resarcirles tal injusticia. Es sobre todo dicho amor que mostraron en estos ocho años lo que ahora me hace sentir sinceramente arrepentido de mi actuación egoísta.

De qué poco valor es esa supuesta “libertad de opinar” si a cambio se destruye todo lo que uno ama y se hiere a quienes solo mostraron amor inquebrantable, incluyendo, por supuesto, al propio Padre Jehová y a nuestro salvador Jesucristo.

Tras algunos meses de haber decidido pensar seriamente en estos asuntos, ahora les pido que me permitan el retorno al pueblo de Dios para servir a él de una forma en que no he logrado hacerlo antes, difundiendo su palabra y poniendo a su disposición mi experiencia personal y cualquier cosa que de mí se requiera.

Atentamente,

Ronald Castillo Vásquez.



Pues bien, esto es lo que ha pasado. Tras presentar esta carta a mediados de abril me reuní con los ancianos el domingo 27 de ese mes y felizmente fue aceptada mi solicitud, de modo que el jueves 1 de mayo fue anunciado mi restablecimiento ante toda la congregación. Algunas semanas después también reinicié mi matrimonio con la madre de mi hijo, con quien ya tenía un ambiente de franca paz, muy amistosa, que se convirtió en una enorme expectativa de su parte cuando supo que volví a ser su compañero de fe. Sin ánimo vanidoso debo reconocer que ella me cortejó hasta vencer mi resistencia y temor a un nuevo fracaso.


AGRADECIENDO

Doy íntimas gracias al Padre Jehová y a su Hijo Jesucristo porque todas las experiencias que tuve me permitieron dar un golpe de timón en mi vida. No soy el mismo chiquillo iluso, inmaduro y antisocial que buscaba escapar de una vida que entendía hostil, que se bautizó a los veinte años de edad y se casó virgen a los veinticuatro. Hoy me considero más preparado para dar importancia a lo importante y pasar por alto lo que, aun teniendo su propia importancia, debe considerarse subordinado a lo prioritario. Hoy mi cristianismo no es acto de amarga o histérica protesta sino de paz y alegría.

¿Ambas decisiones han sido un sacrificio y un esfuerzo para mí?  ¡Por supuesto que sí, no es nada fácil!  Pero justamente las decisiones más serias de nuestras vidas no pueden tomarse simplemente buscando autocomplacernos. Uno tiene que tomar decisiones buscando hacer lo correcto, no hacer lo meramente placentero y cómodo. 

En efecto, ya tenía al alcance un justo y razonable acuerdo económico con Ruth para nuestro divorcio, mi hijo Claudio estaba básicamente resignado a dicha ruptura, nadie me pedía ni exigía volver a la iglesia, de hecho, no iba casi nunca y el resto de mis familiares se sentían aliviados de que dejé esta organización y sus costumbres. Como si fuera poco, en mi vida personal no faltó quien me amó, no faltó quienes me ofrecieron la oportunidad de reiniciar mi vida a su lado.


UNA CONTROVERSIA ÉTICA

No es que tenga un ánimo autorrepresor o masoquista de buscar problemas o de contradecir gratuitamente a los demás. Nada está más lejos de la verdad de mi decisión. Gradualmente me di cuenta de que  tenía que pensar en mi legado a mi familia, a quienes me aman y me respetan. Conozco otros que no han tenido mayor problema en abandonar a su esposa e hijos y se van con mujeres más bellas y jóvenes, mujeres que serían la envidia de cualquier varón. A mí no me liga ser tan indolente con los demás, especialmente con mi hijo.

En mi caso tengo que pedir perdón a quien se ilusionó conmigo porque no es justo ni correcto crear falsas expectativas en los demás. Aunque vi a alguien brevemente apenas me separé, durante el año que estuve separado decidí no salir con nadie, y así fue. De haber estado saliendo con diferentes personas a lo largo de varios años de pronto encontré que me sentía bien estar solo. Irónicamente toda la libertad de mi separación no la aproveché para andar por ahí complaciéndome con amigos o amigas -como ya lo había hecho antes durante buen tiempo- sino para pensar. No me obligué a que esto fuese así, simplemente no tuve ganas de ver a nadie. Pensar y escribir. Ocuparme apenas de trabajar y atender mis necesidades personales. Y, otra vez, pensar y escribir.


EL EJEMPLO DE UN PATRIARCA

Entonces decidí hacer lo correcto. Uno no puede vivir engañando a los demás para pasarlo bien. Y sí, lo pasé muy bien durante ocho años, no lo voy a negar. Hice excelentes amigos y amigas. Basta de hipocresías. Las mejores amigas que tengo son aquellas con las que tuve algún flirt o me acosté. Basta de fingir sufrimiento mientras uno se está levantando a las mujeres que todos quieren. No voy a decir, como en testimonio religioso barato, que sufrí, que me sentí vacío y sucio. No, yo sí me divertí mucho mientras lo hice.

Como narra la Biblia en el caso de Moisés, yo “disfruté temporalmente del pecado”. Pero precisamente siguiendo el ejemplo del patriarca, luego uno entiende que es preferible sufrir por hacer lo correcto que vivir en la indolencia de disfrutar mientras otros sufren. Esto lo entendió Moisés, pero a mí me costó un año entero entenderlo. Y al entender lo que hice sí sufrí, solo entonces fui capaz de sentir lo que ellos sienten, llegué a sufrir su sufrimiento. En esas circunstancias escribí mis posts titulados “Diálogos infelices”. ¡Cuánto lamento no haber sabido amar a mi esposa, a mi hijo, a mi Dios y a mi Señor!

Luego de esos posts me llovieron mensajes internos de ánimo y consejo, la mayoría de los cuales apuntaban a acudir a un psicólogo, consejo que acepté y que también fue muy efectivo y esclarecedor. Estuardo, mi psicólogo, tiene el brutamente efectivo don de hacer las preguntas precisas en el momento preciso, sin escapatoria posible. A él también le agradezco por ayudarme a mirarme al espejo.

Finalmente no quiero dejar de agradecer a un amigo a quien quiero como un hermano, una voz amiga que me aconsejó con verdadera franqueza y desinterés. Él, siendo mormón, me dio un consejo que jamás olvidaré cuando no sabía qué decisión tomar respecto a elegir a mi familia o a mi vida personal. Sus palabras fueron más o menos así:

Ronald, no te voy a invitar a mi iglesia: Te invito a TU IGLESIA. Para nosotros los mormones no hay nada más importante que la familia, los lazos entre padres e hijos. Si por tu hijo tienes que cortarte un brazo entonces córtatelo. Si por tu hijo tienes que volver a tu dios entonces vuelve a él. Si por tu hijo tienes que ir allí donde no crees nada entonces ve y empieza a creer. Y verás que poco a poco esa dura decisión te devolverá la paz y sabrás que no ha sido un esfuerzo inútil ni infeliz. Será una decisión que te hará feliz porque no hay nada más feliz que tener una familia unida que sirve junta a su dios.”

Creo que allí empezó seriamente la reflexión que finalmente me llevó a la decisión de volver a Jehová con un ánimo completamente sumiso a Cristo, como cuando el hijo pródigo tuvo que envidiar la comida de los cerdos para recién reaccionar y admitir que se había equivocado. ¿Cómo se llama mi amigo? Prefiero no decirlo, no vaya a ser que no invitarme a su iglesia le traiga problemas. Además él es tan chévere que seguramente prefiere el anonimato. Es un tipazo.

Y ahora sí, a escribir. Por si acaso, La Sala de Ensayo sigue sin ser un blog religioso. Y también por si acaso, aquí aun se respira libertad.

domingo, 4 de mayo de 2014

¿Cuestión de amor, de libertad, de leyes, de mayorías, de Dios, o de ninguno? (3)


¿Por qué a las religiones no les basta con tener sus propias reglas internas y convicciones para sus feligreses, a la espera de que éstos conduzcan sus vidas según la moralidad aprendida en su comunidad? ¿Por qué insisten en que las leyes -que son de todos- reflejen sus propias convicciones?

Es difícil de entender y apoyar todo ese esfuerzo por presionar  y persuadir a las autoridades para que las leyes reflejen las convicciones morales de los grupos religiosos. En realidad el matrimonio o unión civil entre personas del mismo género demuestra un grave vicio de casi todas las religiones: Más allá de cualquier crítica fundada que tengan hacia la moralidad del mundo, ellas están siempre involucrándose en asuntos jurídicos, políticos y legales del mundo. ¿Es esto lo que Dios espera de ellas?

En esta tercera y última parte no perderé el tiempo ni el espacio tratando de convencer a los religiosos de lo conveniente de que la ley diga tal o cual cosa. Las religiones merecen un trato mucho más enérgico y directo. ¿Están haciendo las cosas a la manera del Dios al cual sirven? Este es un breve repaso de lo que realmente dice la Biblia sobre la relación Iglesia-Estado.


¿SE ACUERDAN DE CRISTO?

El apóstol Pablo en su primera carta a los cristianos corintios les dijo: "Háganse imitadores de mí, así como yo lo soy de Cristo" (1ª Corintios 11:1). Este texto es muy interesante porque marca la pauta sobre cómo los cristianos deberían llevar sus creencias, su estilo de vida, sus valores, etc., sea como individuos o como institución. Partiendo de este principio las iglesias cristianas y sus feligreses harían bien en preguntarse: "¿Cuál es el ejemplo de Pablo y Cristo? ¿Se involucraron ellos en asuntos tales como las leyes que proyectan o promulgan los Estados?".

En efecto, NO HAY UN SOLO TEXTO en todo el Nuevo Testamento en el que encontremos a alguno de los apóstoles o al propio Jesucristo diciéndole a los romanos cómo ejercer su autoridad. No hay ninguna referencia en la que alguno de los cristianos, con o sin autoridad religiosa, hiciera condena o hiciera participación activa en la política del mundo. Estaban demasiado ocupados en su verdadera misión: Difundir el mensaje cristiano y fortalecer a sus hermanos de creencia.

Algunos corren a deslindar: "Esos eran otros tiempos, ahora el cristiano hace bien en proponer leyes, en involucrarse en los asuntos de su comunidad, de su patria, en buscar soluciones". Pero precisamente de ahí nació la unión entre la Iglesia y el Estado. Apenas murieron Cristo y sus apóstoles, los demás cristianos olvidaron por completo el consejo de imitarlos y fueron seducidos por el poder, precisamente el mismo poder que inspiró a los fariseos a matar al salvador.


LA NOSTALGIA POR EL PODER

Es cierto que hoy ya no hay unión FORMAL entre la Iglesia y el Estado, pero tercamente las iglesias insisten en meter la nariz en los asuntos del mundo político y civil en vez de concentrar todas sus fuerzas en persuadir a más personas de servir a Cristo, lo cual, probablemente, les daría mejor efecto en la población a largo plazo.

Las iglesias y muchos de sus feligreses  han abandonado su labor espiritual para irse detrás de los lugares más prominentes de la política mundial. Los clérigos de todas las religiones gustan de ser invitados a las convocatorias que hacen los políticos oportunistas para fingir que les importa un pepino el bienestar de la población. Ni siquiera a los feligreses les interesa seguir el ejemplo de Pablo y de Jesús, ellos también prefieren la política y el protagonismo mediático.


¿Y A TI QUÉ TE IMPORTA?

Es especialmente llamativo lo que dijo el propio apóstol Pablo a los cristianos cuando se trataba de la moralidad y conducta de los integrantes de la iglesia cristiana y de quienes no son parte de ella. En este sentido dijo lo siguiente en la Primera de Corintios 5:9-13:

En mi carta les escribí que cesaran de mezclarse en la compañía de fornicadores, no queriendo decir enteramente con los fornicadores de este mundo, o personas dominadas por la avidez y los que practican extorsión, o idólatras. De otro modo, ustedes realmente tendrían que salirse del mundo. Pero ahora les escribo que cesen de mezclarse en la compañía de cualquiera que, llamándose hermano, sea fornicador, o persona dominada por la avidez, o idólatra, o injuriador, o borracho, o que practique extorsión, y ni siquiera coman con tal hombre. Pues, ¿qué tengo yo que ver con juzgar a los de afuera? ¿No juzgan ustedes a los de adentro, mientras Dios juzga a los de afuera? Remuevan al hombre inicuo de entre ustedes.

Fíjense bien lo que acabamos de leer, si quieren léanlo otra vez, muy despacio. A Pablo y a los cristianos NO LES INCUMBE lo que hagan quienes no son parte de su iglesia, de hecho, Pablo ni siquiera prohíbe a los cristianos tener contacto abierto con personas con moralidad diferente (como gays, por ejemplo). Los cristianos más bien se preocupan por quienes están dentro de su fe.

Consecuentemente, no tiene ningún sentido que los clérigos y sus parroquianos estén metiendo las manos en lo que hacen "los de afuera" con sus leyes. Si los gays quieren y logran casarse civilmente es algo que a ningún cristiano le incumbe. Este texto es clarísimo: Los cristianos, sean dirigentes o no, deben concentrarse en sus propias necesidades espirituales, no en lo que ocurre "afuera".

Lo que esto conlleva finalmente es una posición neutral respecto a los asuntos del mundo civil o político. Los cristianos sinceros no apedrean jurídicamente a los pecadores, sino que los atraen. El amor atrae y libera, no esclaviza por la fuerza. El cristiano no lucha por aislar jurídicamente a los gays ni hace marchas para ejercer presión social ni política hacia "los de afuera".

Leo estas palabras de Pablo y me pregunto cómo hicieron las iglesias de la cristiandad para alejarse tanto de este pensamiento, si está tan claramente escrito allí en la Biblia que todos tienen en sus propias casas.

Cuando veo el sufrimiento innecesario que pasan mis amigos gays no me dan pena ellos: Me da indignación cómo quienes se dicen esclavos de Cristo en realidad son esclavos del prejuicio y de sus propios complejos de superioridad moral. En vez de limpiar sus propias casas han preferido limpiar casa ajena, contradiciendo el libro que ellos pomposamente llaman "palabra de Dios".


LA BIBLIA Y LOS CRISTIANOS

Me da la impresión de que la Biblia es un libro que la mayoría de cristianos lee sin entender, tal vez porque los ciega el deseo de ejercer poder e influencia sobre el mundo, no lo sé. Supongo que finalmente todos queremos lo mejor para los demás, pero tenemos que entender que no podemos obligar a nadie a pensar y sentir lo que no le nace.

Los cristianos sinceros tienen la obligación moral -esa sí- de difundir un mensaje de esperanza y cambio personales a toda la gente que encuentren. Pero, como hemos visto, esto no puede incluir el maniatar ni a homosexuales ni a nadie de forma que los obliguemos a ser unos marginales civiles. Eso no es amoroso, es completamente abusivo y cruel.

Me sorprende particularmente que religiones minoritarias se opongan a la libertad individual de quienes no son parte de su comunidad. Quienes han soportado el ostracismo legal, quienes han sufrido persecución y discriminación social y legal deberían ser los mejor capacitados para comprender el valor de la libertad, no solo la suya, sino la de todos los demás. Es penosamente desconcertante que tomen una posición de superioridad moral y se unan a una mayoría intolerante que en el pasado también les hizo sufrir la exclusión.


HACIÉNDOSE EJEMPLOS MÁS BIEN QUE DUEÑOS DE LA CONCIENCIA AJENA

Termino esta serie con un texto bíblico, no para fariseos ni hipócritas religiosos, sino para quienes con sinceridad quieren seguir el luminoso ejemplo de Pablo y Cristo en vez de apedrear a los demás:

Mateo 5: 14-16
Ustedes son la luz del mundo. No se puede esconder una ciudad cuando está situada sobre una montaña. No se enciende una lámpara y se pone debajo de la cesta de medir, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en la casa. Así mismo resplandezca la luz de ustedes delante de los hombres, para que ellos vean sus obras excelentes y den gloria al Padre de ustedes que está en los cielos.

sábado, 26 de abril de 2014

¿Cuestión de amor, de libertad, de leyes, de mayorías, de Dios, o de ninguno? (2)

.



Ya desde hace varios años La Sala de Ensayo ha mostrado su propuesta frente a lo que debería ser un verdadero matrimonio libre, en términos legales y civiles. En el post “Libertad y Matrimonio”, de enero de 2010, se esbozó -de forma festiva pero completamente consistente- que el Estado no debería regir ni reglamentar las relaciones de pareja. *

Tendríamos que preguntarnos: ¿Por qué el Estado tiene esta atribución de casar gente? ¿Cómo es que llegamos a tener que prometer amor ante un burócrata, rendir cuentas ante la ley, ser sometido a escrutinio fiscal, hacer juicio para decir basta a quien no amamos más, etcétera?


Sería demasiado largo y tedioso pormenorizar tal historia, pero valga resumir que esta tutoría estatal es una de las herencias recibidas de la antigua alianza entre Iglesia y Estado. Efectivamente, cuando ambas instituciones eran una sola, se decía que la bendición de Dios debería ser acompañada por el correspondiente registro del Estado. En aquellos tiempos lejanos probablemente esto parecía muy natural y apropiado.

El matrimonio tradicional tiene características y requisitos igualmente tradicionales de Occidente: Solo dos contrayentes, duración vitalicia, es decir, sin divorcio, contrayentes de sexos opuestos, propósito reproductivo, etcétera.


SEPARANDO A LA IGLESIA Y AL ESTADO

Hoy, sin embargo, el mundo occidental ha aprendido acertadamente que la alianza entre la Iglesia y el Estado prostituye a ambas partes, debido a que convierte a la religión oficial no solo en influencia decisiva sino en un imperativo legal (y económico) para las minorías que no comulgaban con la fe oficial. Hoy nadie quiere al Estado supervisando ni aprobando religiones, ni iglesias influyendo en las decisiones de la Nación.

Cuando finalmente Occidente rompe ese paradigma, llegamos a la existencia de dos matrimonios: El Civil, regido por el Estado, y el Religioso, regido por cada iglesia.

Sin embargo, en la mente de los individuos, estos dos ámbitos en realidad seguían unidos, de forma que las parejas solían casarse simultáneamente de ambas formas. Eran dos matrimonios en uno; o un matrimonio en dos partes.


RASTROS DE UNA HERENCIA

Por esta herencia nos cuesta mucho separar ambos matrimonios como dos compromisos diferentes, aunque se hagan entre los mismos contrayentes. De ahí que los conservadores siempre estén invocando razones morales (que en realidad son religiosas) cuando se debate sobre el matrimonio civil.

Las religiones son instituciones privadas, por ende, tienen pleno derecho a tener sus propias restricciones y requisitos cuando desean celebrar matrimonios entre sus feligreses. El Estado no tiene derecho a obligarles a admitir matrimonios fuera de lo que ellas hayan determinado para los suyos según sus convicciones.

De forma correspondiente, las religiones cometen un grave error al pretender que el matrimonio civil se ajuste a parámetros religiosos, por más bienintencionados y sustentados que tengan dichos parámetros.

Les ofrecí en el post anterior el punto de vista mormón debido a su exquisito respeto y también porque han expuesto razones muy válidas para oponerse al matrimonio gay. En ese sentido el texto mostrado es muy refrescante. Seguramente estos argumentos son similares a las que propugnan todas las iglesias cristianas y muchas de otras vertientes religiosas.


EL MATRIMONIO LIBERAL

Por lo tanto, aquí La Sala de Ensayo reitera su posición original, distinta a las dos posiciones que generalmente encontramos. La Sala de Ensayo insiste cuando se trata de matrimonio o unión civil:

El matrimonio o unión civil es un acuerdo o contrato privado que no tiene por qué ser patrocinado, regido, reglamentado, controlado ni disuelto por el Estado.

Partiendo de allí, se entiende que el matrimonio debe concordarse de forma similar a cualquier otro contrato privado para formación de empresas, préstamos, transacciones, etc.:

Debe ser redactado por quienes lo firman de acuerdo a su real y libre parecer, estableciendo allí sus condiciones, requisitos, exigencias, objetivo del contrato, cláusulas de resolución, fechas de inicio y fin o renovación automática, condiciones de exclusividad, tratamiento de activos y pasivos incorporados al contrato, cantidad de contrayentes, lugar y modo de convivencia, atención médica y todo otro aspecto que los firmantes deseen incluir. Luego bastará elevar este contrato a Registros Públicos a través de un notario. Esto sí que es una unión verdaderamente civil y libre.

Sé que esta propuesta es radicalmente más audaz que la que proponen la comunidad LGTBI, pero es la que más se acerca al respeto pleno de las libertades individuales sin control estatal.


DIOS Y EL MUNDO

En el próximo post haré una reflexión sobre el partido que han tomado las religiones en su oposición activa al matrimonio entre personas del mismo sexo, haciendo marchas, recolectando firmas, publicando comunicados, presionando a presidentes y congresistas, etcétera, sin bastarles con asegurar la calidad espiritual y moral de sus feligreses desde su propia labor pastoral interna.

Se trata de un análisis de cómo es que las religiones persisten en su añorada influencia sobre los asuntos políticos y legales que son tarea de Estado, pese a que ya no hay alianza Iglesia-Estado.

No se lo pierdan. Se sorprenderán.



*  Para ver el artículo “Libertad y Matrimonio”, de enero de 2010, haga click AQUÍ.

domingo, 20 de abril de 2014

¿Cuestión de amor, de libertad, de leyes, de mayorías, de Dios, o de ninguno? (1)



Tal vez uno de los mayores cambios sociales de nuestros tiempos es el de los derechos civiles de los integrantes de las comunidades LGTBI (Lesbianas, gays, transexuales, bisexuales e intersexuales). Como cualquier reforma profunda en favor de minorías, recibe decidida oposición de las mayorías conservadoras, así como a veces demasiado exaltado apoyo de sus partidarios.

No hay que olvidar que anteriores reformas en favor de minorías ya desataron pasiones que hoy nos parecen totalmente superadas. Esto, como ya sabemos, ocurrió también con la liberación de los esclavos, con el voto femenino, con el reconocimiento de nuevas religiones y cultos, etc. Siempre el escenario ha sido el mismo: Odios, prejuicios y confrontaciones.

¿Estamos ante un cambio similar cuando hablamos de individuos y comunidades no-heterosexuales? Es probable que sí, a juzgar por los progresivos avance legal y aceptación social de estas formas alternativas de sexualidad. Los más conservadores suelen ser las generaciones mayores. Conforme pasan los años, las nuevas generaciones no son tan resistentes al cambio, y hasta lo apoyan. Con los anteriores procesos de cambio también fue así.

Se han dado muchos argumentos en un sentido y en otro, pero quiero compartir con ustedes, en primer lugar, un texto oficial que publicó la iglesia mormona estadounidense cuando este tema se trataba en ese país, en 2008. Hoy, en América Latina, estamos discutiendo este mismo tema un lustro después.

Aunque hay muchos textos y comentarios tanto de corte religioso como científico que no admiten la unión homosexual, creo que éste en particular esgrime buenos argumentos, muy atendibles. Además, lo hace en forma clara y respetuosa, evitando los ya conocidos excesos insultantes y claramente homofóbicos en los que suelen caer muchos agitados líderes religiosos y políticos de extrema derecha.

Les pido leerlo con paciencia, pues es un poco extenso, pero no deja de ser muy interesante. En los próximos posts espero contraponer otras opiniones y mi propia perspectiva sobre este asunto:


La institución divina del matrimonio

SALT LAKE CITY 13 de agosto de 2008


Introducción

Recientemente, el Tribunal Supremo de California dictaminó que el matrimonio entre personas del mismo sexo era legal en ese estado. Reconociendo la importancia del matrimonio en la sociedad, la Iglesia aceptó la invitación a tomar parte en ProtectMarriageuna coalición de iglesias, organizaciones y personas que promueven la medida conocida como “Propuesta 8”, para el plebiscito de noviembre, y que es una enmienda a la constitución del estado de California para garantizar el reconocimiento jurídico exclusivo del matrimonio entre un hombre y una mujer.

(Para saber más sobre esta coalición, visite http://www.protectmarriage.com/.)

El 20 de junio de 2008 la Primera Presidencia de la Iglesia hizo público el documento “Preservemos el matrimonio tradicional y fortalezcamos a las familias”, donde se comunicaba la participación de la Iglesia en dicha coalición. El documento, leído durante los servicios religiosos de los Santos de los Últimos Días de California, pedía a los miembros de la Iglesia que “[hicieran] todo lo posible para respaldar la propuesta de enmienda a la constitución”.

Los miembros de la Iglesia que residen en Arizona y en Florida también son llamados a votar por enmiendas constitucionales en sus estados, donde se están formando  coaliciones similares a la de California, también relacionadas con el matrimonio. El interés de la intervención de la Iglesia radica específicamente en el matrimonio entre personas del mismo sexo y sus consecuencias. La Iglesia no se opone a los derechos (ya aprobados en California) relacionados con la hospitalización y la atención médica, la vivienda, el trabajo o la sucesión testamentaria siempre y cuando éstos no atenten contra la integridad de la
familia o los derechos constitucionales que tienen las iglesias y sus feligreses para conducir y practicar su religión libre de interferencias gubernamentales. En cuanto a la moralidad sexual, la Iglesia sólo tiene una norma directa y firme: las relaciones íntimas son correctas únicamente entre un hombre y una mujer unidos mediante los votos matrimoniales.

La oposición de la Iglesia al matrimonio entre personas del mismo sexo no constituye ni aprueba ningún tipo de hostilidad hacia los hombres y mujeres homosexuales. Proteger el matrimonio entre un hombre y una mujer no afecta a las obligaciones que tienen los miembros de la Iglesia de mostrar amor, bondad y sensibilidad a toda persona.

Al decidir su nivel de participación en la protección del matrimonio entre un hombre y una mujer, los miembros de la Iglesia deberán abordar este asunto con respeto,  comprensión, franqueza y civismo hacia el prójimo.

A fin de reducir al mínimo la falta de entendimiento y la animadversión, la Iglesia ha preparado el siguiente documento (“La institución divina del matrimonio”) junto con los vínculos a otros materiales que en él se incluyen con el propósito de explicar las razones por las que defiende el matrimonio entre un hombre y una mujer como un asunto imperativo de lo moral.


La institución divina del matrimonio

El matrimonio es sagrado y ordenado por Dios desde antes de la fundación del mundo. Después de crear a Adán y a Eva, el Señor Dios los declaró esposo y esposa, y Adán dijo:

“Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne”[1]. Jesucristo citó estas palabras de Adán mientras reafirmaba el origen divino del convenio del matrimonio: “¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? Así que no son ya más dos, sino una sola carne” [2].

En 1995, “La Familia: Una proclamación para el mundo” declaraba las siguientes verdades invariables respecto al matrimonio: Nosotros, la Primera Presidencia y el Consejo de los Doce Apóstoles de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días,  solemnemente proclamamos que el matrimonio entre el hombre y la mujer es ordenado por Dios y que la familia es la parte central del plan del Creador para el destino eterno de Sus hijos... La familia es ordenada por Dios. El matrimonio entre el hombre y la mujer es esencial para Su plan eterno. Los hijos tienen el derecho de nacer dentro de los lazos del matrimonio, y de ser criados por un padre y una madre que honran sus promesas matrimoniales con fidelidad completa.

La Proclamación también enseña que “el ser hombre o mujer es una característica esencial de la identidad y el propósito eternos de los seres humanos en la vida premortal, mortal y eterna”. El relato del génesis de Adán y Eva, de su creación y establecimiento en la tierra, recalca la creación de dos sexos diferentes: “Y yo, Dios, creé al hombre a mi propia imagen, a imagen de mi Unigénito lo creé; varón y hembra los creé” [3].

El matrimonio entre un hombre y una mujer es esencial en el plan de salvación. La naturaleza sagrada del matrimonio está íntimamente ligada al poder de la procreación: sólo la unión de un hombre y una mujer tiene la capacidad biológica natural para concebir hijos. El poder procreador, que permite crear la vida y traer a los hijos espirituales de Dios al mundo, es sagrado y muy valioso. Su uso incorrecto socava la institución de la familia y, por ende, debilita el tejido social[4]. Las familias fuertes son la institución fundamental para transmitir a las generaciones futuras la entereza, las tradiciones y los valores sociales sobre los que se sustenta la civilización. La Declaración Universal de los Derechos Humanos afirma:

“La familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad” [5].

El matrimonio es más que un contrato entre personas para ratificar sus afectos y garantizar sus obligaciones mutuas. El matrimonio y la familia son también instrumentos vitales para criar a los hijos y enseñarles a ser adultos responsables. Si bien el matrimonio no es fruto de ningún gobierno, durante los siglos, los gobiernos de toda índole han reconocido y declarado que éste es una institución esencial en la preservación de la estabilidad social y la perpetuación de la vida. Por consiguiente, independientemente de si se celebraban en un rito religioso o en una ceremonia civil, los matrimonios de casi todas las culturas han tenido beneficios especiales dirigidos, principalmente, a preservar su relación y fomentar un entorno en el cual criar a los hijos. Ambos cónyuges, marido y mujer, no reciben estos beneficios con el fin de situarse por encima de otras dos personas que compartan un domicilio o un vínculo social, sino para preservar, proteger y defender las tan importantes instituciones que son el matrimonio y la familia.

Es verdad que hay matrimonios que no van a tener hijos, bien por decisión propia o debido a causas biológicas (esterilidad), pero ello no reduce su condición especial estrechamente vinculada a los poderes y las responsabilidades inherentes de la procreación, así como a las diferencias también inherentes entre ambos sexos. La cohabitación, en sus diversas manifestaciones y circunstancias, no constituye motivo suficiente para definir nuevos conceptos del matrimonio.

Las elevadas tasas de divorcio y de nacimientos fuera del matrimonio han resultado en un elevado número de padres solteros en la sociedad estadounidense, muchos de los cuales han criado a hijos ejemplares. Sin embargo, numerosos estudios han demostrado que, en términos generales, un marido y una mujer, unidos en un matrimonio amoroso y  comprometido, constituyen el entorno ideal para que los hijos gocen de protección, alimentación y buena crianza[6]. Esto no se debe exclusivamente a los importantes recursos materiales que ambos padres puedan incorporar a la crianza de un hijo, sino a las diversas aptitudes que aportan un padre y una madre en virtud de su sexo. El prominente sociólogo David Popenoe declaró:

La abundante evidencia que aporta la ciencia social apoya la idea de que la paternidad y la maternidad, funciones asumidas por ambos sexos, es crucial para el desarrollo humano y que la aportación del progenitor varón a la crianza de sus hijos es única e irreemplazable[7].

Popenoe explicó:

[...] La complementariedad de los estilos del hombre y la mujer en la crianza de los hijos es asombrosa y tiene una gran importancia en el desarrollo general de los hijos. Se suele decir que el padre manifiesta mayor preocupación por el desarrollo a largo plazo del hijo mientras que la madre se centra en su bienestar más inmediato (lo cual, claro está, también tiene que ver con el bienestar a largo plazo del pequeño). Lo que es evidente es que los hijos tienen necesidades duales que se deben atender: una de independencia y otra de vinculación, una de retos y otra de apoyo[8].

El historiador social David Blankenhorn argumenta algo similar en su libro Fatherless America[9] [Los Estados Unidos sin padres]. En una sociedad ideal, todo hijo debería ser criado por un padre y una madre.


Los retos que encaran el matrimonio y la familia

La era moderna ha presenciado de qué manera el matrimonio y la familia tradicionales (definido como un marido y una mujer con hijos en un matrimonio intacto) ha ido sufriendo un mayor número de ataques.

Hemos presenciado un descenso de la moralidad sexual y un aumento de la infidelidad. Desde 1960, el porcentaje de niños nacidos fuera de los vínculos del matrimonio ha aumentado del 5,3 % al 38,5 % (2006)[10]. El divorcio es algo mucho más común y aceptado, siendo los Estados Unidos el país con uno de los índices más elevados de divorcios del mundo. Desde 1973, el aborto ha cobrado la vida de más de 45 millones de inocentes[11]. Al mismo tiempo, los valores por los que se rige la industria del  entretenimiento siguen desplomándose y la pornografía se ha convertido en un azote que aflige a muchas víctimas y las convierte en sus adictos. Cada vez más las diferencias entre sexos se tildan de triviales, irrelevantes o efímeras, con lo que se mina el propósito de Dios al crear al hombre y a la mujer.

En los últimos años, tanto en los Estados Unidos como en otros países, ha surgido un movimiento que defiende el matrimonio entre personas del mismo sexo como un derecho inherente o constitucional. No es algo insignificante; supone un cambio radical: en vez de que la sociedad permita o acepte la conducta sexual privada y consentida entre adultos, aboga para que el matrimonio entre personas del mismo sexo logre apoyo y reconocimiento oficiales.

Las decisiones adoptadas por los tribunales de Massachussets (2004) y California (2008) aprueban los matrimonios entre personas del mismo sexo. Esta tendencia supone una grave amenaza para el matrimonio y la familia. La institución del matrimonio se debilitará, y esto redundará en consecuencias negativas tanto para los adultos como para los niños.

En noviembre de 2008 los votantes californianos decidirán si aprueban una enmienda para la constitución de su estado a fin de definir el matrimonio como algo exclusivo entre un hombre y una mujer. La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días se ha sumado a una amplia coalición de instituciones religiosas, organizaciones y personas para fomentar el voto positivo a esta enmienda. El pueblo de los Estados Unidos, obrando de forma directa o a través de sus representantes electos, ha reconocido la función crucial que el matrimonio tradicional ha desempeñado y seguirá desempeñando en la sociedad estadounidense para proteger a los niños y las familias, y la propagación de los valores morales.

Cuarenta y cuatro estados han aprobado leyes que definen con claridad que el matrimonio es la unión de un hombre y una mujer. Más de la mitad de esos estados, veintisiete para ser exactos, lo han hecho a través de enmiendas constitucionales como las que están pendientes de ser refrendadas en California, Arizona y Florida[12].

Por el contrario, aquellos interesados, en la sociedad estadounidense, en imponer el matrimonio entre personas del mismo sexo han optado por una vía diferente. Los abogados han llevado su caso a los tribunales del estado y han solicitado a los jueces que hagan una nueva versión de la institución del matrimonio que la sociedad ha aceptado y del que ha dependido durante miles de años. Sin embargo, y aun en este contexto, una gran mayoría de tribunales (seis de ocho tribunales supremos) ha mantenido las leyes del matrimonio tradicional. Sólo dos, Massachussets y ahora California, han ido en sentido contrario, y en ambos casos con diferencias mínimas: 4 votos a 3.

En resumen, los Estados Unidos no abrigan duda alguna respecto a lo que es el matrimonio. Tal y como reconocieron los habitantes de California cuando votaron a este respecto hace ocho años, el matrimonio tradicional es esencial para la sociedad en conjunto, y en especial para sus niños. Dado que esta consulta afecta a la naturaleza misma de la familia, es una de las grandes cuestiones morales de nuestra época y tiene el potencial de influir grandemente en la familia, la Iglesia se manifiesta a este respecto y ruega la colaboración de sus miembros.


Tolerancia, matrimonio homosexual y libertad religiosa

Aquellos que favorecen el matrimonio homosexual sostienen que la “tolerancia” exige que se les conceda el mismo derecho a casarse que tienen las parejas heterosexuales. Sin embargo, este llamado a la “tolerancia” incorpora un significado y un resultado totalmente diferentes a los que ha tenido a lo largo de la historia del país y muy diferente al sentido que se encuentra en el evangelio de Jesucristo. El Salvador enseñó un concepto mucho más elevado, el del amor: “Amarás a tu prójimo”, amonestó[13]. Jesús amaba al pecador aun cuando condenaba el pecado, como bien evidencia el caso de la mujer sorprendida en adulterio: la trató con bondad, aunque le mandó: “no peques más”[14]. La tolerancia, tal y como se entiende en el Evangelio, significa amar al prójimo; equivale a perdonarse los unos a los otros, en vez de “tolerar” la transgresión.

La sociedad laica de hoy día ha adoptado una idea de tolerancia enteramente diferente. En vez de amar, “tolerar” se ha convertido en sinónimo de aprobar: El precio de la amistad implica aceptar una conducta impropia. Jesús enseñó que debemos amarnos y cuidarnos los unos a los otros sin aprobar la transgresión. Pero la definición progresista que se maneja en la actualidad insiste en que, a menos que se acepte el pecado, no se está aceptando al pecador.

El élder Dallin H. Oaks explicó:

Es evidente que la tolerancia requiere una manera pacífica de abordar las diferencias entre las personas; sin embargo, la tolerancia no requiere que abandonemos nuestras normas y opiniones sobre cuestiones políticas o de preferencia de leyes públicas. La tolerancia es una forma de reaccionar a la diversidad, no un mandato para aislarnos de la crítica[15].

La Iglesia no aprueba que se maltrate a las personas y alienta a sus miembros a tratar a todos con respeto. Aun así, el manifestarse en contra de aquellas prácticas con las que la Iglesia discrepa en cuestiones morales (incluido el matrimonio entre personas del mismo sexo) no supone forma alguna de maltrato ni incurre en el con frecuencia mal empleado término de “incitación al odio”.

Expresamos un amor sincero y nuestra amistad por el familiar o el amigo homosexual sin aceptar por ello la práctica de la homosexualidad ni cualquier redefinición del matrimonio.

Legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo afectará a un amplio abanico de actividades y leyes gubernamentales. Desde el momento en que el gobierno de un estado declara que las uniones entre personas del mismo sexo es un derecho civil, casi con toda certeza esos mismos gobiernos aprobarán una amplia gama de leyes con el fin de garantizar que no se discrimine a los contrayentes de este tipo de unión. Esta decisión podría desembocar en un “enfrentamiento entre iglesia y estado” [16].

La posibilidad del matrimonio entre personas del mismo sexo ya ha provocado enfrentamientos legales entre los defensores de la libertad de expresión y los de la libertad de acción en base a creencias religiosas. Por ejemplo, abogados y representantes gubernamentales de varios estados están poniendo en tela de juicio el derecho por largo tiempo adquirido por agencias religiosas de adopción de ceñirse a sus creencias y de sólo dar en adopción a aquellos niños que van a vivir en un hogar que cuente con una madre y un padre. Como consecuencia de ello, Cáritas Católica de Boston, Massachusetts, ha descontinuado sus actividades de servicios de adopción.

Otros abogados que favorecen la causa del matrimonio entre personas del mismo sexo sugieren que se supriman las exenciones de impuestos y los beneficios tributarios de cualquier organización religiosa que no acepte este tipo de uniones [17]. Ya se están aplicando leyes que regulan el derecho de admisión en un intento de obligar a las organizaciones religiosas a celebrar matrimonios o recepciones en aquellos edificios que suelen estar abiertos al público en general. En ciertos casos hay organizaciones de prestigio que presionan a instituciones académicas de índole religiosa para que ofrezcan alojamiento a matrimonios homosexuales. Algunas universidades han comunicado a sus organizaciones estudiantiles religiosas que podrían perder su estatus y beneficios universitarios si impiden la afiliación a parejas del mismo sexo[18].

Muchos de estos ejemplos son ya una realidad legal en varios países de la Unión Europea. El Parlamento Europeo ha recomendado la elaboración de leyes que garanticen y protejan de manera uniforme en toda la UE los derechos de los matrimonios constituidos por personas del mismo sexo [19]. De esto se desprende que si el matrimonio entre personas del mismo sexo se convierte en un derecho civil reconocido, surgirán importantes  conflictos con la libertad religiosa. En algunas zonas importantes, ésta podría llegar a  reducirse.


¿Cómo afectaría el matrimonio homosexual a la sociedad?

Las posibles restricciones a la libertad religiosa no son las únicas implicaciones sociales en las que incurriría la legalización de la unión entre personas del mismo sexo. Puede que el argumento más común entre sus postulantes sea el que es prácticamente inocuo y que en ningún modo afectará a la institución del matrimonio heterosexual tradicional. “No les va a afectar, ¿por qué se molestan?” es lo que se repite. Si bien pudiera ser cierto que permitir las uniones entre personas del mismo sexo no afectaría de forma directa ni  inmediata a los matrimonios ya formalizados, la verdadera pregunta es cómo va a afectar a toda la sociedad con el tiempo, incluyendo tanto a la generación actual como a las futuras. La experiencia de los pocos países europeos que ya han legalizado este tipo de unión sugiere que cualquier debilitamiento en la definición tradicional del matrimonio erosionará aún más la ya debilitada estabilidad de los matrimonios y a la familia en general. La  formalización de este tipo de uniones compromete el concepto tradicional de matrimonio y encierra repercusiones dañinas para la sociedad.

Al margen de la muy grave consecuencia de minar y debilitar la naturaleza sagrada del matrimonio entre un hombre y una mujer, hay muchas implicaciones prácticas en el ámbito de la legislación pública que supondrán una honda preocupación para los padres y la sociedad en general, y son esenciales para entender la gravedad de toda esta cuestión del matrimonio homosexual.

Cuando un hombre y una mujer se casan con la intención de formar una nueva familia, el éxito de su empresa depende de su disposición a renunciar a la realización de sus intereses particulares y a sacrificar su tiempo y sus recursos para nutrir y criar a sus hijos. El matrimonio es, fundamentalmente, un acto generoso: goza de protección jurídica porque sólo la unión entre un hombre y una mujer puede crear una nueva vida y porque la crianza de los hijos requiere el compromiso de toda una vida, el cual es también uno de los propósitos del matrimonio. El que la sociedad reconozca el matrimonio entre personas del mismo sexo no se puede justificar simplemente alegando que facilita la realización personal de los contrayentes, pues no es la función del Gobierno brindar protección jurídica plena a cada una de las maneras en que aparentemente las personas puedan realizarse como tales. Por definición, toda unión entre personas del mismo sexo es estéril, y dos personas del mismo sexo, cualesquiera que sean los sentimientos que se profesen, no podrán nunca formar un matrimonio dedicado a la crianza de su propia progenie.

Es verdad que algunas uniones de este tipo obtendrán la custodia de hijos concebidos en relaciones heterosexuales previas, mediante adopción en aquellos estados donde esto se permita o por medio de la inseminación artificial. Sin embargo, la pregunta más importante que debiera responder la legislación pública debe ser: ¿Qué entorno es el mejor para ese hijo y para la generación futura? El matrimonio tradicional aporta a los niños una identidad social sólida y bien definida. Aumenta la posibilidad de que lleguen a formar una identidad de género clara, donde la sexualidad esté unida tanto al amor como a la procreación. Por el contrario, la legalización del matrimonio homosexual terminará por erosionar la identidad social, el desarrollo del género y el carácter moral de los niños. ¿Es sabio que la sociedad persiga un experimento radical de esta índole sin tener en cuenta las consecuencias a largo plazo que podría suponer para los niños?

He aquí sólo un ejemplo de cómo los niños se verían afectados negativamente: el otorgar rango de derecho civil al matrimonio entre personas del mismo sexo supondría la obligatoriedad de modificar el contenido de los cursos de estudio escolares. Cuando un estado declare que las uniones homosexuales son equivalentes a los matrimonios heterosexuales, el curso de estudio de las escuelas públicas deberá respaldar tal afirmación. En la enseñanza primaria se enseñará a los niños que el matrimonio puede definirse como una relación entre dos adultos y que las relaciones sexuales consentidas de común acuerdo son de neutralidad moral. Cabría esperar que las clases de educación
sexual en la enseñanza secundaria equiparen las relaciones homosexuales con las heterosexuales. Estas innovaciones supondrán serias confrontaciones entre la agenda del sistema escolar laico y el derecho de los padres a enseñar a sus hijos los valores morales tradicionales.

Por último, a lo largo de la historia, la familia ha supuesto el baluarte de la libertad del individuo. Las paredes de un hogar se erigen como una defensa frente a la influencia perjudicial de la sociedad y los, en ocasiones, ambiciosos poderes del Gobierno. Ante la falta de abuso o negligencia, el gobierno no tiene derecho alguno a intervenir en la crianza ni en la educación moral de los hijos en el hogar.

Las familias fuertes son, por ende, vitales para la libertad política. Pero cuando los  gobiernos se atreven a redefinir la naturaleza del matrimonio expidiendo regulaciones para garantizar la aceptación pública de uniones no tradicionales, están un paso más cerca de intervenir en el sagrado ámbito de la vida familiar. Las consecuencias de cruzar esos límites son muchas e impredecibles, aunque igualmente supondrían un aumento del poder y el alcance del estado en cualquier fin que se propusiera.


La santidad del matrimonio

Las familias fuertes y estables, encabezadas por un padre y una madre, son el ancla de la sociedad civilizada. Cuando el matrimonio se ve socavado por la confusión del género y la distorsión del sentido que Dios le ha otorgado, la nueva generación de niños y jóvenes  hallará mayores dificultades para desarrollar su identidad natural como hombres y mujeres. A algunos les costará mucho disfrutar de un cortejo sano, formalizar un matrimonio estable o criar una nueva generación imbuida de entereza y sentido morales.

La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días ha optado por participar, junto con muchas otras iglesias, organizaciones y personas, en la defensa de la santidad del matrimonio entre un hombre y una mujer por tratarse de una cuestión moral imperiosa de suma importancia para nuestra religión y el futuro de nuestra sociedad.

La última línea de la Proclamación de la Familia es una admonición de la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce Apóstoles al mundo: “Hacemos un llamado a los ciudadanos responsables y a los representantes de los gobiernos de todo el mundo a fin de que ayuden a promover medidas destinadas a fortalecer la familia y mantenerla como base fundamental de la sociedad”. Tal es el rumbo trazado por los líderes de la Iglesia, y es el único rumbo seguro para la Iglesia y para la nación.
____________________________________

[1] Génesis 2:24.
[2] Mateo 19:4-6.
[3] Génesis 1:27.
[4] M. Russell Ballard, “Lo más importante es lo que perdura”, Liahona, noviembre de 2005, pág. 41.
[5] Véase, Naciones Unidas, “Declaración Universal de los Derechos Humanos”, Resolución de la Asamblea General 217 A (III), 10 de diciembre de 1948.
[6] Véase, David Blankenhorn, Fatherless America: Confronting Our Most Urgent Social Problem (New York: Basic Books, 1995); Barbara Schneider, Allison Atteberry y Ann Owens, Family Matters: Family Structure and Child Outcomes (Birmingham AL: Alabama Policy Institute: junio de 2005); David Popenoe, Life Without Father (New York: Martin Kessler Books, 1996); David Popenoe y Barbara Defoe Whitehead, The State of Our Unions 2007: The Social Health of Marriage in America (Piscataway, NJ (Rutgers University): The National Marriage Project, julio de 2007 ) págs. 21-25; y Maggie Gallagher y Joshua K. Baker, “Do Moms and Dads Matter? Evidence from the Social Sciences on Family Structure and the Best Interests of the Child,” Margins Law Journal tomo IV, pág. 161 (2004).
[7] Véase, David Popenoe, Life Without Father (New York: The Free Press, 1996) pág. 146.
[8] Ibíd., pág. 145. Véase también Spencer W. Kimball, “The Role of Righteous Women,” Ensign, November 1979, págs. 102-104.
[9] Véase, David Blankenhorn, Fatherless America, págs. 219-220.
[10] Véase, Stephanie J. Ventura y Christine A. Bachrach, “Nonmarital Childbearing in the United States, 1940-1999”, National Vital Statistics Reports, tomo XLVIII, pág. 16 (18 de octubre de 2000); y Brady E. Hamilton, Joyce A. Martin y Stephanie J. Ventura, “Births: Preliminary Data for 2006”, National Vital Statistics Reports, tomo LVI, pág. 7 (5 de diciembre de 2007).
[11] Véase, Alan Guttmacher Institute, “Facts on Induced Abortion in the United States”, In Brief, julio de 2008.
[12] Véase, Christine Vestal, “California Gay Marriage Ruling Sparks New Debate”, stateline.org, 16 de mayo 2008, actualizado el 12 de junio de 2008. Stateline.org recibe financiación de Pew Charitable Trusts.
[13] Mateo 19:19.
[14] Juan 8:11.
[15] Élder Dallin H. Oaks, “Weightier Matters”, BYU Devotional speech, 9 de febrero de 1999.
[16] Véase, Maggie Gallagher, “Banned in Boston: The Coming Conflict Between Same-Sex Marriage and Religious Liberty”, The Weekly Standard, 15 de mayo de 2006.
[17] Véase, Jonathan Turley, “An Unholy Union: Same-Sex Marriage and the Use of Governmental Programs to Penalize Religious Groups with Unpopular Practices”, en Douglas Laycock, Jr., et al., editores, Same-Sex Marriage and Religious Liberty: Emerging Conflicts (Lanham, MD: Rowman & Littlefield Publishers, Inc., 2008, en prensa).
[18] Véase, Marc D. Stern, “Gay Marriage and the Churches”, artículo leído en la Conferencia de Expertos sobre Matrimonio Homosexual y Libertad Religiosa, patrocinada por The Beckett Fund, 4 de mayo de 2006.
[19] Véase, “Resolución del Parlamento Europeo sobre la homofobia en Europa”, adoptada el 18 de enero de 2006.


© 2008 Intellectual Reserve, Inc. All rights reserved.