domingo, 20 de abril de 2014

¿Cuestión de amor, de libertad, de leyes, de mayorías, de Dios, o de ninguno? (1)



Tal vez uno de los mayores cambios sociales de nuestros tiempos es el de los derechos civiles de los integrantes de las comunidades LGTBI (Lesbianas, gays, transexuales, bisexuales e intersexuales). Como cualquier reforma profunda en favor de minorías, recibe decidida oposición de las mayorías conservadoras, así como a veces demasiado exaltado apoyo de sus partidarios.

No hay que olvidar que anteriores reformas en favor de minorías ya desataron pasiones que hoy nos parecen totalmente superadas. Esto, como ya sabemos, ocurrió también con la liberación de los esclavos, con el voto femenino, con el reconocimiento de nuevas religiones y cultos, etc. Siempre el escenario ha sido el mismo: Odios, prejuicios y confrontaciones.

¿Estamos ante un cambio similar cuando hablamos de individuos y comunidades no-heterosexuales? Es probable que sí, a juzgar por los progresivos avance legal y aceptación social de estas formas alternativas de sexualidad. Los más conservadores suelen ser las generaciones mayores. Conforme pasan los años, las nuevas generaciones no son tan resistentes al cambio, y hasta lo apoyan. Con los anteriores procesos de cambio también fue así.

Se han dado muchos argumentos en un sentido y en otro, pero quiero compartir con ustedes, en primer lugar, un texto oficial que publicó la iglesia mormona estadounidense cuando este tema se trataba en ese país, en 2008. Hoy, en América Latina, estamos discutiendo este mismo tema un lustro después.

Aunque hay muchos textos y comentarios tanto de corte religioso como científico que no admiten la unión homosexual, creo que éste en particular esgrime buenos argumentos, muy atendibles. Además, lo hace en forma clara y respetuosa, evitando los ya conocidos excesos insultantes y claramente homofóbicos en los que suelen caer muchos agitados líderes religiosos y políticos de extrema derecha.

Les pido leerlo con paciencia, pues es un poco extenso, pero no deja de ser muy interesante. En los próximos posts espero contraponer otras opiniones y mi propia perspectiva sobre este asunto:


La institución divina del matrimonio

SALT LAKE CITY 13 de agosto de 2008


Introducción

Recientemente, el Tribunal Supremo de California dictaminó que el matrimonio entre personas del mismo sexo era legal en ese estado. Reconociendo la importancia del matrimonio en la sociedad, la Iglesia aceptó la invitación a tomar parte en ProtectMarriageuna coalición de iglesias, organizaciones y personas que promueven la medida conocida como “Propuesta 8”, para el plebiscito de noviembre, y que es una enmienda a la constitución del estado de California para garantizar el reconocimiento jurídico exclusivo del matrimonio entre un hombre y una mujer.

(Para saber más sobre esta coalición, visite http://www.protectmarriage.com/.)

El 20 de junio de 2008 la Primera Presidencia de la Iglesia hizo público el documento “Preservemos el matrimonio tradicional y fortalezcamos a las familias”, donde se comunicaba la participación de la Iglesia en dicha coalición. El documento, leído durante los servicios religiosos de los Santos de los Últimos Días de California, pedía a los miembros de la Iglesia que “[hicieran] todo lo posible para respaldar la propuesta de enmienda a la constitución”.

Los miembros de la Iglesia que residen en Arizona y en Florida también son llamados a votar por enmiendas constitucionales en sus estados, donde se están formando  coaliciones similares a la de California, también relacionadas con el matrimonio. El interés de la intervención de la Iglesia radica específicamente en el matrimonio entre personas del mismo sexo y sus consecuencias. La Iglesia no se opone a los derechos (ya aprobados en California) relacionados con la hospitalización y la atención médica, la vivienda, el trabajo o la sucesión testamentaria siempre y cuando éstos no atenten contra la integridad de la
familia o los derechos constitucionales que tienen las iglesias y sus feligreses para conducir y practicar su religión libre de interferencias gubernamentales. En cuanto a la moralidad sexual, la Iglesia sólo tiene una norma directa y firme: las relaciones íntimas son correctas únicamente entre un hombre y una mujer unidos mediante los votos matrimoniales.

La oposición de la Iglesia al matrimonio entre personas del mismo sexo no constituye ni aprueba ningún tipo de hostilidad hacia los hombres y mujeres homosexuales. Proteger el matrimonio entre un hombre y una mujer no afecta a las obligaciones que tienen los miembros de la Iglesia de mostrar amor, bondad y sensibilidad a toda persona.

Al decidir su nivel de participación en la protección del matrimonio entre un hombre y una mujer, los miembros de la Iglesia deberán abordar este asunto con respeto,  comprensión, franqueza y civismo hacia el prójimo.

A fin de reducir al mínimo la falta de entendimiento y la animadversión, la Iglesia ha preparado el siguiente documento (“La institución divina del matrimonio”) junto con los vínculos a otros materiales que en él se incluyen con el propósito de explicar las razones por las que defiende el matrimonio entre un hombre y una mujer como un asunto imperativo de lo moral.


La institución divina del matrimonio

El matrimonio es sagrado y ordenado por Dios desde antes de la fundación del mundo. Después de crear a Adán y a Eva, el Señor Dios los declaró esposo y esposa, y Adán dijo:

“Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne”[1]. Jesucristo citó estas palabras de Adán mientras reafirmaba el origen divino del convenio del matrimonio: “¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? Así que no son ya más dos, sino una sola carne” [2].

En 1995, “La Familia: Una proclamación para el mundo” declaraba las siguientes verdades invariables respecto al matrimonio: Nosotros, la Primera Presidencia y el Consejo de los Doce Apóstoles de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días,  solemnemente proclamamos que el matrimonio entre el hombre y la mujer es ordenado por Dios y que la familia es la parte central del plan del Creador para el destino eterno de Sus hijos... La familia es ordenada por Dios. El matrimonio entre el hombre y la mujer es esencial para Su plan eterno. Los hijos tienen el derecho de nacer dentro de los lazos del matrimonio, y de ser criados por un padre y una madre que honran sus promesas matrimoniales con fidelidad completa.

La Proclamación también enseña que “el ser hombre o mujer es una característica esencial de la identidad y el propósito eternos de los seres humanos en la vida premortal, mortal y eterna”. El relato del génesis de Adán y Eva, de su creación y establecimiento en la tierra, recalca la creación de dos sexos diferentes: “Y yo, Dios, creé al hombre a mi propia imagen, a imagen de mi Unigénito lo creé; varón y hembra los creé” [3].

El matrimonio entre un hombre y una mujer es esencial en el plan de salvación. La naturaleza sagrada del matrimonio está íntimamente ligada al poder de la procreación: sólo la unión de un hombre y una mujer tiene la capacidad biológica natural para concebir hijos. El poder procreador, que permite crear la vida y traer a los hijos espirituales de Dios al mundo, es sagrado y muy valioso. Su uso incorrecto socava la institución de la familia y, por ende, debilita el tejido social[4]. Las familias fuertes son la institución fundamental para transmitir a las generaciones futuras la entereza, las tradiciones y los valores sociales sobre los que se sustenta la civilización. La Declaración Universal de los Derechos Humanos afirma:

“La familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad” [5].

El matrimonio es más que un contrato entre personas para ratificar sus afectos y garantizar sus obligaciones mutuas. El matrimonio y la familia son también instrumentos vitales para criar a los hijos y enseñarles a ser adultos responsables. Si bien el matrimonio no es fruto de ningún gobierno, durante los siglos, los gobiernos de toda índole han reconocido y declarado que éste es una institución esencial en la preservación de la estabilidad social y la perpetuación de la vida. Por consiguiente, independientemente de si se celebraban en un rito religioso o en una ceremonia civil, los matrimonios de casi todas las culturas han tenido beneficios especiales dirigidos, principalmente, a preservar su relación y fomentar un entorno en el cual criar a los hijos. Ambos cónyuges, marido y mujer, no reciben estos beneficios con el fin de situarse por encima de otras dos personas que compartan un domicilio o un vínculo social, sino para preservar, proteger y defender las tan importantes instituciones que son el matrimonio y la familia.

Es verdad que hay matrimonios que no van a tener hijos, bien por decisión propia o debido a causas biológicas (esterilidad), pero ello no reduce su condición especial estrechamente vinculada a los poderes y las responsabilidades inherentes de la procreación, así como a las diferencias también inherentes entre ambos sexos. La cohabitación, en sus diversas manifestaciones y circunstancias, no constituye motivo suficiente para definir nuevos conceptos del matrimonio.

Las elevadas tasas de divorcio y de nacimientos fuera del matrimonio han resultado en un elevado número de padres solteros en la sociedad estadounidense, muchos de los cuales han criado a hijos ejemplares. Sin embargo, numerosos estudios han demostrado que, en términos generales, un marido y una mujer, unidos en un matrimonio amoroso y  comprometido, constituyen el entorno ideal para que los hijos gocen de protección, alimentación y buena crianza[6]. Esto no se debe exclusivamente a los importantes recursos materiales que ambos padres puedan incorporar a la crianza de un hijo, sino a las diversas aptitudes que aportan un padre y una madre en virtud de su sexo. El prominente sociólogo David Popenoe declaró:

La abundante evidencia que aporta la ciencia social apoya la idea de que la paternidad y la maternidad, funciones asumidas por ambos sexos, es crucial para el desarrollo humano y que la aportación del progenitor varón a la crianza de sus hijos es única e irreemplazable[7].

Popenoe explicó:

[...] La complementariedad de los estilos del hombre y la mujer en la crianza de los hijos es asombrosa y tiene una gran importancia en el desarrollo general de los hijos. Se suele decir que el padre manifiesta mayor preocupación por el desarrollo a largo plazo del hijo mientras que la madre se centra en su bienestar más inmediato (lo cual, claro está, también tiene que ver con el bienestar a largo plazo del pequeño). Lo que es evidente es que los hijos tienen necesidades duales que se deben atender: una de independencia y otra de vinculación, una de retos y otra de apoyo[8].

El historiador social David Blankenhorn argumenta algo similar en su libro Fatherless America[9] [Los Estados Unidos sin padres]. En una sociedad ideal, todo hijo debería ser criado por un padre y una madre.


Los retos que encaran el matrimonio y la familia

La era moderna ha presenciado de qué manera el matrimonio y la familia tradicionales (definido como un marido y una mujer con hijos en un matrimonio intacto) ha ido sufriendo un mayor número de ataques.

Hemos presenciado un descenso de la moralidad sexual y un aumento de la infidelidad. Desde 1960, el porcentaje de niños nacidos fuera de los vínculos del matrimonio ha aumentado del 5,3 % al 38,5 % (2006)[10]. El divorcio es algo mucho más común y aceptado, siendo los Estados Unidos el país con uno de los índices más elevados de divorcios del mundo. Desde 1973, el aborto ha cobrado la vida de más de 45 millones de inocentes[11]. Al mismo tiempo, los valores por los que se rige la industria del  entretenimiento siguen desplomándose y la pornografía se ha convertido en un azote que aflige a muchas víctimas y las convierte en sus adictos. Cada vez más las diferencias entre sexos se tildan de triviales, irrelevantes o efímeras, con lo que se mina el propósito de Dios al crear al hombre y a la mujer.

En los últimos años, tanto en los Estados Unidos como en otros países, ha surgido un movimiento que defiende el matrimonio entre personas del mismo sexo como un derecho inherente o constitucional. No es algo insignificante; supone un cambio radical: en vez de que la sociedad permita o acepte la conducta sexual privada y consentida entre adultos, aboga para que el matrimonio entre personas del mismo sexo logre apoyo y reconocimiento oficiales.

Las decisiones adoptadas por los tribunales de Massachussets (2004) y California (2008) aprueban los matrimonios entre personas del mismo sexo. Esta tendencia supone una grave amenaza para el matrimonio y la familia. La institución del matrimonio se debilitará, y esto redundará en consecuencias negativas tanto para los adultos como para los niños.

En noviembre de 2008 los votantes californianos decidirán si aprueban una enmienda para la constitución de su estado a fin de definir el matrimonio como algo exclusivo entre un hombre y una mujer. La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días se ha sumado a una amplia coalición de instituciones religiosas, organizaciones y personas para fomentar el voto positivo a esta enmienda. El pueblo de los Estados Unidos, obrando de forma directa o a través de sus representantes electos, ha reconocido la función crucial que el matrimonio tradicional ha desempeñado y seguirá desempeñando en la sociedad estadounidense para proteger a los niños y las familias, y la propagación de los valores morales.

Cuarenta y cuatro estados han aprobado leyes que definen con claridad que el matrimonio es la unión de un hombre y una mujer. Más de la mitad de esos estados, veintisiete para ser exactos, lo han hecho a través de enmiendas constitucionales como las que están pendientes de ser refrendadas en California, Arizona y Florida[12].

Por el contrario, aquellos interesados, en la sociedad estadounidense, en imponer el matrimonio entre personas del mismo sexo han optado por una vía diferente. Los abogados han llevado su caso a los tribunales del estado y han solicitado a los jueces que hagan una nueva versión de la institución del matrimonio que la sociedad ha aceptado y del que ha dependido durante miles de años. Sin embargo, y aun en este contexto, una gran mayoría de tribunales (seis de ocho tribunales supremos) ha mantenido las leyes del matrimonio tradicional. Sólo dos, Massachussets y ahora California, han ido en sentido contrario, y en ambos casos con diferencias mínimas: 4 votos a 3.

En resumen, los Estados Unidos no abrigan duda alguna respecto a lo que es el matrimonio. Tal y como reconocieron los habitantes de California cuando votaron a este respecto hace ocho años, el matrimonio tradicional es esencial para la sociedad en conjunto, y en especial para sus niños. Dado que esta consulta afecta a la naturaleza misma de la familia, es una de las grandes cuestiones morales de nuestra época y tiene el potencial de influir grandemente en la familia, la Iglesia se manifiesta a este respecto y ruega la colaboración de sus miembros.


Tolerancia, matrimonio homosexual y libertad religiosa

Aquellos que favorecen el matrimonio homosexual sostienen que la “tolerancia” exige que se les conceda el mismo derecho a casarse que tienen las parejas heterosexuales. Sin embargo, este llamado a la “tolerancia” incorpora un significado y un resultado totalmente diferentes a los que ha tenido a lo largo de la historia del país y muy diferente al sentido que se encuentra en el evangelio de Jesucristo. El Salvador enseñó un concepto mucho más elevado, el del amor: “Amarás a tu prójimo”, amonestó[13]. Jesús amaba al pecador aun cuando condenaba el pecado, como bien evidencia el caso de la mujer sorprendida en adulterio: la trató con bondad, aunque le mandó: “no peques más”[14]. La tolerancia, tal y como se entiende en el Evangelio, significa amar al prójimo; equivale a perdonarse los unos a los otros, en vez de “tolerar” la transgresión.

La sociedad laica de hoy día ha adoptado una idea de tolerancia enteramente diferente. En vez de amar, “tolerar” se ha convertido en sinónimo de aprobar: El precio de la amistad implica aceptar una conducta impropia. Jesús enseñó que debemos amarnos y cuidarnos los unos a los otros sin aprobar la transgresión. Pero la definición progresista que se maneja en la actualidad insiste en que, a menos que se acepte el pecado, no se está aceptando al pecador.

El élder Dallin H. Oaks explicó:

Es evidente que la tolerancia requiere una manera pacífica de abordar las diferencias entre las personas; sin embargo, la tolerancia no requiere que abandonemos nuestras normas y opiniones sobre cuestiones políticas o de preferencia de leyes públicas. La tolerancia es una forma de reaccionar a la diversidad, no un mandato para aislarnos de la crítica[15].

La Iglesia no aprueba que se maltrate a las personas y alienta a sus miembros a tratar a todos con respeto. Aun así, el manifestarse en contra de aquellas prácticas con las que la Iglesia discrepa en cuestiones morales (incluido el matrimonio entre personas del mismo sexo) no supone forma alguna de maltrato ni incurre en el con frecuencia mal empleado término de “incitación al odio”.

Expresamos un amor sincero y nuestra amistad por el familiar o el amigo homosexual sin aceptar por ello la práctica de la homosexualidad ni cualquier redefinición del matrimonio.

Legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo afectará a un amplio abanico de actividades y leyes gubernamentales. Desde el momento en que el gobierno de un estado declara que las uniones entre personas del mismo sexo es un derecho civil, casi con toda certeza esos mismos gobiernos aprobarán una amplia gama de leyes con el fin de garantizar que no se discrimine a los contrayentes de este tipo de unión. Esta decisión podría desembocar en un “enfrentamiento entre iglesia y estado” [16].

La posibilidad del matrimonio entre personas del mismo sexo ya ha provocado enfrentamientos legales entre los defensores de la libertad de expresión y los de la libertad de acción en base a creencias religiosas. Por ejemplo, abogados y representantes gubernamentales de varios estados están poniendo en tela de juicio el derecho por largo tiempo adquirido por agencias religiosas de adopción de ceñirse a sus creencias y de sólo dar en adopción a aquellos niños que van a vivir en un hogar que cuente con una madre y un padre. Como consecuencia de ello, Cáritas Católica de Boston, Massachusetts, ha descontinuado sus actividades de servicios de adopción.

Otros abogados que favorecen la causa del matrimonio entre personas del mismo sexo sugieren que se supriman las exenciones de impuestos y los beneficios tributarios de cualquier organización religiosa que no acepte este tipo de uniones [17]. Ya se están aplicando leyes que regulan el derecho de admisión en un intento de obligar a las organizaciones religiosas a celebrar matrimonios o recepciones en aquellos edificios que suelen estar abiertos al público en general. En ciertos casos hay organizaciones de prestigio que presionan a instituciones académicas de índole religiosa para que ofrezcan alojamiento a matrimonios homosexuales. Algunas universidades han comunicado a sus organizaciones estudiantiles religiosas que podrían perder su estatus y beneficios universitarios si impiden la afiliación a parejas del mismo sexo[18].

Muchos de estos ejemplos son ya una realidad legal en varios países de la Unión Europea. El Parlamento Europeo ha recomendado la elaboración de leyes que garanticen y protejan de manera uniforme en toda la UE los derechos de los matrimonios constituidos por personas del mismo sexo [19]. De esto se desprende que si el matrimonio entre personas del mismo sexo se convierte en un derecho civil reconocido, surgirán importantes  conflictos con la libertad religiosa. En algunas zonas importantes, ésta podría llegar a  reducirse.


¿Cómo afectaría el matrimonio homosexual a la sociedad?

Las posibles restricciones a la libertad religiosa no son las únicas implicaciones sociales en las que incurriría la legalización de la unión entre personas del mismo sexo. Puede que el argumento más común entre sus postulantes sea el que es prácticamente inocuo y que en ningún modo afectará a la institución del matrimonio heterosexual tradicional. “No les va a afectar, ¿por qué se molestan?” es lo que se repite. Si bien pudiera ser cierto que permitir las uniones entre personas del mismo sexo no afectaría de forma directa ni  inmediata a los matrimonios ya formalizados, la verdadera pregunta es cómo va a afectar a toda la sociedad con el tiempo, incluyendo tanto a la generación actual como a las futuras. La experiencia de los pocos países europeos que ya han legalizado este tipo de unión sugiere que cualquier debilitamiento en la definición tradicional del matrimonio erosionará aún más la ya debilitada estabilidad de los matrimonios y a la familia en general. La  formalización de este tipo de uniones compromete el concepto tradicional de matrimonio y encierra repercusiones dañinas para la sociedad.

Al margen de la muy grave consecuencia de minar y debilitar la naturaleza sagrada del matrimonio entre un hombre y una mujer, hay muchas implicaciones prácticas en el ámbito de la legislación pública que supondrán una honda preocupación para los padres y la sociedad en general, y son esenciales para entender la gravedad de toda esta cuestión del matrimonio homosexual.

Cuando un hombre y una mujer se casan con la intención de formar una nueva familia, el éxito de su empresa depende de su disposición a renunciar a la realización de sus intereses particulares y a sacrificar su tiempo y sus recursos para nutrir y criar a sus hijos. El matrimonio es, fundamentalmente, un acto generoso: goza de protección jurídica porque sólo la unión entre un hombre y una mujer puede crear una nueva vida y porque la crianza de los hijos requiere el compromiso de toda una vida, el cual es también uno de los propósitos del matrimonio. El que la sociedad reconozca el matrimonio entre personas del mismo sexo no se puede justificar simplemente alegando que facilita la realización personal de los contrayentes, pues no es la función del Gobierno brindar protección jurídica plena a cada una de las maneras en que aparentemente las personas puedan realizarse como tales. Por definición, toda unión entre personas del mismo sexo es estéril, y dos personas del mismo sexo, cualesquiera que sean los sentimientos que se profesen, no podrán nunca formar un matrimonio dedicado a la crianza de su propia progenie.

Es verdad que algunas uniones de este tipo obtendrán la custodia de hijos concebidos en relaciones heterosexuales previas, mediante adopción en aquellos estados donde esto se permita o por medio de la inseminación artificial. Sin embargo, la pregunta más importante que debiera responder la legislación pública debe ser: ¿Qué entorno es el mejor para ese hijo y para la generación futura? El matrimonio tradicional aporta a los niños una identidad social sólida y bien definida. Aumenta la posibilidad de que lleguen a formar una identidad de género clara, donde la sexualidad esté unida tanto al amor como a la procreación. Por el contrario, la legalización del matrimonio homosexual terminará por erosionar la identidad social, el desarrollo del género y el carácter moral de los niños. ¿Es sabio que la sociedad persiga un experimento radical de esta índole sin tener en cuenta las consecuencias a largo plazo que podría suponer para los niños?

He aquí sólo un ejemplo de cómo los niños se verían afectados negativamente: el otorgar rango de derecho civil al matrimonio entre personas del mismo sexo supondría la obligatoriedad de modificar el contenido de los cursos de estudio escolares. Cuando un estado declare que las uniones homosexuales son equivalentes a los matrimonios heterosexuales, el curso de estudio de las escuelas públicas deberá respaldar tal afirmación. En la enseñanza primaria se enseñará a los niños que el matrimonio puede definirse como una relación entre dos adultos y que las relaciones sexuales consentidas de común acuerdo son de neutralidad moral. Cabría esperar que las clases de educación
sexual en la enseñanza secundaria equiparen las relaciones homosexuales con las heterosexuales. Estas innovaciones supondrán serias confrontaciones entre la agenda del sistema escolar laico y el derecho de los padres a enseñar a sus hijos los valores morales tradicionales.

Por último, a lo largo de la historia, la familia ha supuesto el baluarte de la libertad del individuo. Las paredes de un hogar se erigen como una defensa frente a la influencia perjudicial de la sociedad y los, en ocasiones, ambiciosos poderes del Gobierno. Ante la falta de abuso o negligencia, el gobierno no tiene derecho alguno a intervenir en la crianza ni en la educación moral de los hijos en el hogar.

Las familias fuertes son, por ende, vitales para la libertad política. Pero cuando los  gobiernos se atreven a redefinir la naturaleza del matrimonio expidiendo regulaciones para garantizar la aceptación pública de uniones no tradicionales, están un paso más cerca de intervenir en el sagrado ámbito de la vida familiar. Las consecuencias de cruzar esos límites son muchas e impredecibles, aunque igualmente supondrían un aumento del poder y el alcance del estado en cualquier fin que se propusiera.


La santidad del matrimonio

Las familias fuertes y estables, encabezadas por un padre y una madre, son el ancla de la sociedad civilizada. Cuando el matrimonio se ve socavado por la confusión del género y la distorsión del sentido que Dios le ha otorgado, la nueva generación de niños y jóvenes  hallará mayores dificultades para desarrollar su identidad natural como hombres y mujeres. A algunos les costará mucho disfrutar de un cortejo sano, formalizar un matrimonio estable o criar una nueva generación imbuida de entereza y sentido morales.

La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días ha optado por participar, junto con muchas otras iglesias, organizaciones y personas, en la defensa de la santidad del matrimonio entre un hombre y una mujer por tratarse de una cuestión moral imperiosa de suma importancia para nuestra religión y el futuro de nuestra sociedad.

La última línea de la Proclamación de la Familia es una admonición de la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce Apóstoles al mundo: “Hacemos un llamado a los ciudadanos responsables y a los representantes de los gobiernos de todo el mundo a fin de que ayuden a promover medidas destinadas a fortalecer la familia y mantenerla como base fundamental de la sociedad”. Tal es el rumbo trazado por los líderes de la Iglesia, y es el único rumbo seguro para la Iglesia y para la nación.
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[1] Génesis 2:24.
[2] Mateo 19:4-6.
[3] Génesis 1:27.
[4] M. Russell Ballard, “Lo más importante es lo que perdura”, Liahona, noviembre de 2005, pág. 41.
[5] Véase, Naciones Unidas, “Declaración Universal de los Derechos Humanos”, Resolución de la Asamblea General 217 A (III), 10 de diciembre de 1948.
[6] Véase, David Blankenhorn, Fatherless America: Confronting Our Most Urgent Social Problem (New York: Basic Books, 1995); Barbara Schneider, Allison Atteberry y Ann Owens, Family Matters: Family Structure and Child Outcomes (Birmingham AL: Alabama Policy Institute: junio de 2005); David Popenoe, Life Without Father (New York: Martin Kessler Books, 1996); David Popenoe y Barbara Defoe Whitehead, The State of Our Unions 2007: The Social Health of Marriage in America (Piscataway, NJ (Rutgers University): The National Marriage Project, julio de 2007 ) págs. 21-25; y Maggie Gallagher y Joshua K. Baker, “Do Moms and Dads Matter? Evidence from the Social Sciences on Family Structure and the Best Interests of the Child,” Margins Law Journal tomo IV, pág. 161 (2004).
[7] Véase, David Popenoe, Life Without Father (New York: The Free Press, 1996) pág. 146.
[8] Ibíd., pág. 145. Véase también Spencer W. Kimball, “The Role of Righteous Women,” Ensign, November 1979, págs. 102-104.
[9] Véase, David Blankenhorn, Fatherless America, págs. 219-220.
[10] Véase, Stephanie J. Ventura y Christine A. Bachrach, “Nonmarital Childbearing in the United States, 1940-1999”, National Vital Statistics Reports, tomo XLVIII, pág. 16 (18 de octubre de 2000); y Brady E. Hamilton, Joyce A. Martin y Stephanie J. Ventura, “Births: Preliminary Data for 2006”, National Vital Statistics Reports, tomo LVI, pág. 7 (5 de diciembre de 2007).
[11] Véase, Alan Guttmacher Institute, “Facts on Induced Abortion in the United States”, In Brief, julio de 2008.
[12] Véase, Christine Vestal, “California Gay Marriage Ruling Sparks New Debate”, stateline.org, 16 de mayo 2008, actualizado el 12 de junio de 2008. Stateline.org recibe financiación de Pew Charitable Trusts.
[13] Mateo 19:19.
[14] Juan 8:11.
[15] Élder Dallin H. Oaks, “Weightier Matters”, BYU Devotional speech, 9 de febrero de 1999.
[16] Véase, Maggie Gallagher, “Banned in Boston: The Coming Conflict Between Same-Sex Marriage and Religious Liberty”, The Weekly Standard, 15 de mayo de 2006.
[17] Véase, Jonathan Turley, “An Unholy Union: Same-Sex Marriage and the Use of Governmental Programs to Penalize Religious Groups with Unpopular Practices”, en Douglas Laycock, Jr., et al., editores, Same-Sex Marriage and Religious Liberty: Emerging Conflicts (Lanham, MD: Rowman & Littlefield Publishers, Inc., 2008, en prensa).
[18] Véase, Marc D. Stern, “Gay Marriage and the Churches”, artículo leído en la Conferencia de Expertos sobre Matrimonio Homosexual y Libertad Religiosa, patrocinada por The Beckett Fund, 4 de mayo de 2006.
[19] Véase, “Resolución del Parlamento Europeo sobre la homofobia en Europa”, adoptada el 18 de enero de 2006.


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