sábado, 11 de mayo de 2019

NO ME RECONOZCO PERO NO TENGO MÁS REMEDIO

Un testimonio sobre chilenos, venezolanos y peruanos.

A todos consta que yo he sido siempre una persona muy bien dispuesta a prestar e incluso donar dinero o muchas de mis cosas a quien lo necesite. Jamás he escatimado cuando se ha tratado de ayudar sin importar si es peruano o extranjero, mujer u hombre, joven o viejo, familia, amigo o extraño.

He defendido a los venezolanos de la xenofobia porque yo mismo he sido inmigrante en Chile y sé todos los aspectos intangibles pero muy reales de esa situación. Nostalgia, pobreza, angustia económica, incertidumbre legal, maltratos, indiferencia, explotación, persecución policial… todo eso produce mucha ansiedad y hasta depresión. Vi a muchos peruanos sufriendo todo eso en Chile, y yo mismo estuve expuesto a las mismas cosas a mediados de los noventa.

Encontrar a alguien lugareño que ayude de forma práctica termina siendo una excepción, pero los hay. Los encontré en Chile y yo siempre he querido ser de esos en nuestro país, como gratitud a esos buenos chilenos que conocí hace casi 25 años y por quienes puse como segundo nombre a mi hijo, “Santiago”.

Hay una anécdota en Santiago que nunca olvidaré:  Entre los muchos trabajos que busqué, fui a “La Vega Central”, un mercado mayorista de verduras similar al que ahora tenemos en Santa Anita, de Lima, pero mucho más céntrico. El caso es que allí iba preguntando puesto por puesto si necesitaban a alguien para limpieza, cargar bultos o lo que fuese. Solo uno de los propietarios se animó a conversar conmigo con paciencia. Al final él me dijo: “Sí necesito a alguien para que me ayude pero no contrato peruanos. Pero como veo que eres educado y me has caído bien te voy a explicar por qué. Ustedes los peruanos tienen la mala costumbre de hablar mal unos de otros, he tenido empleados peruanos y cada uno venía a hablarme mal del otro. ¡Siempre pasa eso, con todos! Incluso los nortinos (chilenos del norte de Chile en las regiones que antes fueron peruanas y bolivianas) son iguales, todos esos que antes fueron peruanos son iguales de hablar mal de los demás. Por eso poco a poco despedí a todos y ya no pienso contratar peruanos nunca más.”

¿Cómo podía yo negarle su propia experiencia, la que él mismo había vivido? Él me había hablado con mucha consideración y afecto, como hermano mayor, sin intención de ofender pero disculpándose porque era evidente que ese relato puede herir. No me ofendió pero me decepcionó y entristeció mucho porque no me dio la oportunidad de demostrar que al menos yo no soy así y que su confianza no sería defraudada en mi caso.

Ahora, con la migración venezolana los he ayudado en memoria de aquel tiempo de forma muy generosa, sin embargo debo decir que al cabo del tiempo he terminado en la misma posición que el chileno de La Vega Central. Y no porque hablen mal unos de otros, todos los venezolanos que he conocido tienen sus propias debilidades.

Quiero exceptuar de esto a mi gran amigo venezolano Hugo Mejía, maracucho de primerísima calidad ética y moral, inigualable incluso para el mejor de los peruanos, a quien daría las llaves de mi casa y de mi auto sin pensarlo dos veces si él así me lo pidiera. Ha demostrado con creces que es un tipo de fiar a ojos cerrados. Lo considero un hermano. Extraordinario trabajador, generoso, cumplidor, noble, educado, alegre, fiel a su palabra, en fin.

Pero aparte de Hugo no tengo a nadie de esa calidad –ni la mitad– para presentar, a nadie. Y he conocido un montón de venezolanos, hombres y mujeres, de mi religión y los que no, amigos y extraños… y todos han resultado una completa decepción, al menos hasta ahora.

Habiendo empezado creyendo en todos los venezolanos por mis antecedentes de inmigrante, prestando dinero, donando dinero, ropa y otras cosas, dando trabajo, recomendando para que otros los contraten, toda la ayuda que ha estado a mi alcance he dado. Hasta les he comprado zapatos nuevos en Ripley. El resultado ha sido que tanto a mi esposa como a mí nos han estado tomando el pelo, no cumplen con ir a los trabajos que uno les recomiendan porque son muy “humillantes” para su gloria perdida, o trabajan de mala gana, no devuelven lo prestado, se desaparecen sabiendo que cambian de vivienda porque son casi nómadas, y hasta robando. Porque como bien dijo un amigo: si una persona pide prestado con la intención de no devolver, esto es en realidad un robo.

Que quede claro que incluso testigos de Jehová venezolanos han resultado traicionando la confianza de otros compañeros de creencia suyos. Hasta está el caso de un testigo de Jehová venezolano que se hizo novio de una testigo peruana, la cual le ayudó con dinero para que traiga a su familia… y trajo a una mujer que resultó ser su pareja desde Venezuela. Por supuesto que el tipo fue expulsado de la congregación, pero algo se siguió rompiendo para siempre entre nosotros. Otro venezolano de la congregación, un joven muy alegre obtuvo toda clase de ayuda al llegar a Lima con lo puesto y terminó robando a varias personas, entre ellas a mi esposa. Y por supuesto también ha sido expulsado… No me siento en la obligación de callar estos casos entre los testigos de Jehová porque todos actuamos de buena fe y hubo reacción disciplinaria al expulsarlos, pero queda la confianza destruida en los inmigrantes de ese país, ya sin consideración religiosa ni de ninguna clase.

¿Significa esto que solo los venezolanos son ladrones, flojos, tramposos o engreídos? Claro que no, muchas veces me ha pasado esto con peruanos también, cómo no, y de hecho hace algunos meses les conté en Facebook y aquí el caso de una vecina peruana que llegó a mí a contarme que tenía un embarazo ectópico y que en un mes me devolvería los 400 soles que le di para una supuesta colecta que estaba haciendo por esa emergencia… y ya van varios años que estoy esperando esa devolución. Si alguien es capaz de inventarse historias de ese tipo pues por eso digo que de aquí en adelante pueden morirse en santa paz, no cuenten conmigo ni peruanos ni extranjeros. Muéranse sin avisarme.

Este texto me ha salido muy largo a pesar de que tengo muchas anécdotas más qué contar, de chilenos, de peruanos y de venezolanos. Por lo pronto aprovechen este testimonio y cuídense mucho.

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