martes, 27 de octubre de 2009

INFLANDO PECHO (Con pulmones robados, claro)


Querida Susanita Hoefken, me he dado cuenta de que tienes un valor que ningún peruano ha sido capaz de reconocer.

Ante todo: ¿Por qué te creímos? No, no es que hayamos tenido simple buena fe a una pituquita culturosa. No es tu cabello rubio natural (aunque con mechas artificiales), no es tu piel nívea, no es tu arrogante nariz respingada, no es que seas ojiclara, no es tu acento aristocrático ni nada que se parezca al entrañable complejo racial del peruano mestizo promedio. Esta vez no.

Nosotros (y el mundo entero) nos tragamos tu cuento simplemente porque es cabalmente verosímil. Sí pues, te creímos porque en el fondo todos sabemos que un robo como ese sólo puede ocurrir en el Perú, por eso todos sin excepción dimos crédito a tus palabras porque los peruanos nos robamos hasta las piedras de la calle.

Decir que Susanita nos ha desprestigiado implica que antes de su cuento teníamos prestigio.

Dios salve nuestro prestigio, gimen los hipócritas. Dios salve nuestro prestigio porque Dios es peruano. ¿Pero cuál prestigio? ¡¡¡Ayyyyayaayyy!!! ¿Quién no se agarró un billete suelto en la calle o en cualquier lugar? ¿Los peruanos no tomamos las cosas que nos encontramos por ahí? ¿Quién recuperó su celular perdido al llamar a quien se lo encontró? ¿Quién devuelve los vueltos excesivos? ¿Quién contrata empleadas domésticas con todos los beneficios sociales que prevé la ley? ¿Quién da y pide siempre comprobantes de pago por sus ventas y compras? ¿Quién compra o alquila sólo películas y música originales? ¿Quién paga impuestos por alquilar su local o vivienda? ¿Qué micro empresa pone en planilla a todos sus empleados? ¿ENTONCES QUÉ TIENE DE RARO QUE ALGUIEN SE ROBE UN PULMÓN? ¿CÓMO NOS DESPRESTIGIA DE MANERA PARTICULAR? ¿Acaso no sabemos que en todos los países siempre se generaliza las características negativas de los grupos sociales?

Y bueno, si somos un país de hipócritas (además de ladrones) entonces no podía faltar el representante constitucional de esos hipócritas (y ladrones): Alan García, sí, precisamente él, pidió linchamiento, retiro de nacionalidad y todo lo que su retórica oportunista olfateaba para subirse al carro de la hipocresía nacionalista. Inflamó su gordo y tetudo pecho para defender la teoría del Perú prestigioso, de la honestidad ciudadana, contra la mentira, el robo y las falsas poses políticas. No, de las poses no habló, sólo las hizo.

Y a todo esto... ¿estoy siendo antiperuano por comentar esto? ¿Estoy calumniando a todo un país? Caray, no vaya a ser que yo también deba abandonar esta prestigiosa y sagrada nacionalidad, mientras otros simplemente abandonaron el país por un futuro, ese sí, más prestigioso y sagrado. Entonces surge la pregunta ¿qué es peor, abandonar el país o abandonar la nacionalidad?

¿Ya ves Susanita? Ahí está tu acierto. Has hecho que los peruanos quedemos revelados dos veces de un plumazo: Primero como ladrones, y ahora como hipócritas. Por eso no mereces ser peruana, tú no eres de los nuestros, ni siquiera te liga ser criolla ni pendeja. Lárgate del país.

martes, 13 de octubre de 2009

El Eterno Dilema Belicista


Cuando en los países del primer mundo se habla de “La Guerra del Pacífico” todos entienden al conflicto entre Estados Unidos y Japón durante la Segunda Guerra Mundial, a mediados del siglo XX. Los sudamericanos, en cambio, la entienden como aquella derrota bélica de peruanos y bolivianos a fines del siglo XIX ante Chile, en el el siglo XIX. Es curioso que siendo la primera de las mencionadas una confrontación mucho más reciente y más grave, sea la segunda la que no logra ser superada. Me explico.

Hoy estadounidenses y japoneses viven como socios competitivos en toda la amplitud del término. Los japoneses atacaron con total sorpresa y traición a los estadounidenses en Pearl Harbor sin siquiera declararles la guerra. Los norteamericanos sometieron a través de bombas atómicas a los asiáticos, Hiroshima y Nagasaki son las únicas poblaciones del mundo que han soportado semejante masacre. Ni chilenos, bolivianos ni peruanos pueden alegar un ataque de esos aun cuando, efectivamente, toda guerra es deplorable per sé. Más aun, todavía quedan testigos presenciales, que vivieron en su propia piel la guerra entre los del hemisferio norte. Por otra parte, hoy no hay ni testigos directos ni sobrevivientes de la guerra sudamericana, por lo que éste es un sentimiento que debería ser naturalmente más lejano.

Perú, Bolivia y Chile siguen atascados en un resentimiento tan mutuo como anacrónico, tan real como injustificado. Desde que aquella guerra terminó, Perú y Bolivia han sido unos malos perdedores, quejumbrosos y victimistas, y Chile ha sido un mal ganador, arrogante y prepotente. Por parte de los perdedores, puede alegarse de todo… el expansionismo, el belicismo, el robo, las violaciones de mujeres y el asesinato de niños y ancianos durante a invasión que hicieron los del extremo sur, entre otras atrocidades. Hay los que se autoinculpan como perdedores por su falta de visión geoplítica, improvisación, luchas intestinas, etc. Los ganadores también tienen su propia palabrería… pactos secretos, abusos gubernamentales contra empresas nacionales, expansionismo. En fin. Entre perdedores se recriminan. Entre ganadores se felicitan.

Hoy, ciento treinta años después, tenemos que soportar el penoso espectáculo de tres países de poca monta que no saben seguir el ejemplo de los verdaderos ganadores de la Historia. Japón y Estados Unidos son líderes globales en casi todo aspecto en que se lo han propuesto (y se lo han propuesto en todo). Es cierto que hoy tenemos una crisis capitalista, pero que no festejen los izquierdistas ni los intelectuales: es una mala racha nomás. Estos dos países, así como Europa y Asia capitalista (incluyendo a China) miran para adelante, son una clase de vanguardia que va más allá de tener más plata que el resto. La principal diferencia no la tienen en el bolsillo sino dentro de la cabeza.

Hoy no nos imaginamos a Polonia buscando la revancha contra Alemania, ni a Alemania, Japón o Italia resentidos contra los aliados, ni a Francia haciendo ejercicios militares en la frontera alemana con un libreto aparentemente ficticio de luchar contra un vecino invasor, ni nada que equivalga a los sentimientos de muchos peruanos, bolivianos y chilenos. ¿De qué caverna salen esos supuestos pragmáticos del siglo antepasado? ¿En qué jaula les enseñaron historia? “Si uno no aprende de la historia está condenado a repetirla” dicen sin el pudor que Pedro Picapiedra sentiría con un Ipod en la mano.

No, esa gente aprende la historia de modo atemporal, estudian los hechos de hace 130 años y los aplican al presente atendiendo únicamente lo que pasó en esa guerra pero principalmente sin darse cuenta de lo que ha venido pasando después.

Nos relatan la pre y post Guerra del Pacífico con lujo de detalles, que el salitre, que las salitreras chilenas, que el armamentismo chileno, que los impuestos bolivianos, que Grau, que Prat, que el Huáscar, que el mar boliviano, que Tacna y un interminable blablablá estadístico.

Lo que no dicen, y no se les da la gana de decir, es que el mundo hoy funciona muy diferente, claro, cuando digo mundo me refiero al primer mundo, no a estas tres tribus tercermundistas que tienen delirios de grandeza bélica.



Mira Perú, en vez de soñar con territorios perdidos, pregúntate para qué diablos los tendrías si aun hoy tienes olvidado y mal nutrido al trapecio andino.
Mira Bolivia, en vez de soñar con ser campeón mundial de surf, aprende que Suiza no tiene mar y no le echa la culpa a Chile ni a Dios ni al maldito destino.
Mira Chile, en vez de creerte la versión araucana de Rambo y Terminator, mejor fíjate cómo integrar a tus comunidades nativas en tu sociedad racista con complejos de europeos mal copiados.

La vergüenza latina es arar mirando para atrás, es querer ganar una carrera de autos en pura reversa. Esa estupidez es la que a veces hace pírricas las cifras macroeconómicas. Todo se puede ir por la borda porque nuestro disco duro sigue siendo, en esencia, el mismo de hace siglos.

Hoy deberíamos estar hablando de integración económica, de derribar barreras fronterizas a capitales, a pobladores, a culturas. Hoy un boliviano debería viajar a Santiago como si fuera turismo interno, un chileno pasearía en la selva peruana con la misma libertad que en su propio barrio y un peruano en visitaría Santa Cruz con la comodidad de su propia casa. Todo sin pasaporte ni permisos ni plazos ni nada, con toda la región. Hoy sería tan hermoso, por ejemplo, un proyecto multinacional para hacer un modernísimo tren panamericano de norte a sur, desde Norteamérica hasta la Tierra del Fuego. Sería futurista destruir barreras económicas, establecer políticas modernas que nos conviertan por inercia en un solo Estado a la manera europea, en donde los países compitan por liberalizarse, no por protegerse. Sería increíble que por fin entendamos que las diferencias nos dan colorido y variedad, no desunión ni intolerancia. La educación de esos países debería destilar armonía y optimismo, no veneno y matonería. En Europa coexisten muchos idiomas y están unidos, aquí no nos unimos pese a hablar un solo idioma.

Pero seamos realistas. Nada de eso está ocurriendo. Por el contrario, hay una corriente retrógrada, hay una anticorriente, belicista y populista, muy fuerte, que de un modo u otro empuja hacia una guerra mientras palabrea que no, que sólo es disuasión y defensa. Los belicistas juran que no quieren la guerra pero promueven el armamentismo, fíjese bien. En todos los países. Esos extremistas ganan terreno pidiendo más presupuesto en armas, alarmistas que falazmente estimulan el miedo nacionalista a la derrota en vez de promover el repudio a la guerra.

Algo hay que hacer para no predicar en el desierto. No podemos gastar fortunas en una carrera armamentista. No podemos poner en segunda fila a la salud, las escuelas, los bajos salarios, la infraestructura vial, las comunidades nativas, la seguridad ciudadana, las obras de saneamiento, la modernización judicial y carcelaria, la jubilación, el consumidor, y un largo etcétera. Pero tampoco podemos quedarnos sin hacer nada. Tampoco podemos ser hippies hueveando entre las nubes.

Soy peruano. No soy nacionalista pero tengo identidad nacional. No creo que mi país sea superior ni mejor que cualquier otro ni viceversa. Soy contrario a los militares pero reconozco que, en el mejor de los casos, pueden ser un mal necesario. Soy pacifista pero no tonto útil de los supremacistas del otro lado de la frontera.

Perú debe promover la formación de un bloque occidental en América Latina, aliado de los Estados Unidos. En otras palabras, debe aliarse con los ganadores de verdad, debe unirse al equipo de los que hoy lideran el mundo y debe traer esa alianza a Sudamérica. Hoy Colombia nos ha dado el ejemplo. Importa poco lo que opinen los demás. No le vamos a pedir permiso a nadie para hacer con nuestro país lo que más nos conviene. Hoy Perú no puede hacer frente a una carrera armamentista, pero sí puede unirse a quien le garantice la victoria sin disparar un solo tiro. Los Estados Unidos quieren luchar directamente contra las mafias narcoterroristas. No queremos que Sendero llegue a ser unas FARC, un mal endémico apoyado por Chávez rastreramente. Que los norteamericanos instalen sus bases militares, todas las que quieran y donde quieran, pero como mínimo en Puno, Tacna y Tumbes. Cuanto antes y que se unan más países que crean en el progreso y la libertad. Basta de aliarse con perdedores como los bolivianos, hoy entregados a la demagogia izquierdista y al oportunismo por un poco de mar. Buenos para nada es lo que siempre han sido. Perú debe ser socio económico, político y militar de Estados Unidos. A corto plazo, Perú debe lograr lo que Colombia y unirse a ella. A largo plazo, Perú debe proponerse llegar al estatus de Puerto Rico.

De esta forma, nadie se atreverá mirar a Perú como presa fácil, que miren para otro lado. Cualquier país preferirá ser nuestro socio y no nuestro enemigo.

¿No es fácil? ¿Y quién dijo que es fácil?





Créditos por las fotos:
Todas tomadas de www.flickr.com

En orden de aparición:
Motostefano - Cementerio Memorial de la IIGM, Firenze, Italia
Sergioranall - Guerreros de la Selva de Brasil
Altamar - Ojos Curiosos, México.

sábado, 10 de octubre de 2009

¡Bienvenidos! (Hasta siempre Miau)

Hoy comienza este blog, pero pensé comenzarlo muy diferente. Como todo proyecto nuevo, se trataba de darle un tono alegre y divertido. De fiesta pues. Sin embargo hay una penosa coincidencia que me obliga, en el buen sentido de la expresión, a contarles lo que me acaba de pasar. O, mejor dicho, lo que le acaba de pasar a uno de mis pequeños gatitos cachorros.

Él se llama Miau, un cruce de siamés y atigrado chusco. Le pusimos ese nombre porque era igualito al gato malo de Pokemon, malo pero divertido, malo pero astuto, malo pero de los que uno quiere tanto. Beige con patas cafés, pero con ojos azules.

Nos lo dieron cuando apenas tenía un mes de nacido y han pasado solo dos más. Vino con uno de sus hermanos, a quien llamamos Nino, un atigrado color café oscuro. Queríamos uno pero nos recomendaron dos porque uno se siente solo y no desarrolla tan bien como cuando tiene compañía. Así que vinieron Miau y Nino, para alegrarnos la vida.

Dos meses apenas es suficiente para amar a dos gotitas de vida, dos gotitas que nos refrescan con miraditas traviesas e inocentes. Mi hijo Claudio ha sido muy feliz desde entonces, jugando con ambos y contraviniendo la recomendación médica contra la tenencia de animales por su debilidad de bronquios.

No importa. Hemos sido felices con ellos, pero creo que esa felicidad era inconsciente, no la sabíamos del todo hasta hace un par de días, cuando todo cambió.

De pronto, Miau dejó de correr, de jugar con el aire, dejó de revolcarse en falsas peleas con su hermano. Se la pasó tendido en su cama. Recién al día siguiente fuimos conscientes de la gravedad de su estado y lo llevamos a un veterinario. Desde chico me han contado lo terribles que son las emergencias cuando ocurren en feriado. Y ese día era feriado. No había veterinarios ni clínicas por ninguna parte y a duras penas encontramos un doctor para nuestro cachorrito. Mal, muy mal, decía él, deshidratadísimo y con una anemia severísima, como si no hubiera comido ni bebido en semanas. Para colmo, estaba todo amoratado y no se podía ponerle suero ni inyección alguna. La cuenta era altísima si queríamos hacer análisis, radiografías, ecografías y todo eso…

En fin, una de mis hermanas llamó a una amiga suya del colegio, Susan, quien vino a casa para tratar de salvarlo. Susan es veterinaria. Tratar, digo, porque Miau ya tenía la mirada de la muerte, tan chiquito, de apenas tres meses, y ya intuía en su mirada el desenlace fatal. Lloré al ver su mirada, lloré al sentir ese frío vacío en sus pupilas dilatadas y hundidas. La mirada perdida y tiesa, carente de la vida que apenas el día anterior tenía. Lloré ante el miedo a la muerte de una vida tan frágil, pequeña, tierna.

Susan puso todo su empeño, se llevó a nuestro gatito para cuidarlo bien de cerca, sin el menor descuido. Todo lo posible, todo el esfuerzo, todo el amor, no fueron suficientes. ¿Es que debimos dormirlo al notar la gravedad de su estado? No, porque cuando uno ama trata de salvar en primera instancia, uno no puede tener la eutanasia como primera opción cuando un animalito se enferma. La eutanasia es para los desahuciados, no para todos los enfermos.

Lo malo es que Miau no estaba enfermo, había sido condenado a muerte y no lo sabíamos, por un terrible accidente. Hacía muchos meses tuvimos una breve plaga de ratas por un vecino negligente, cuando aun no había gatos en nuestra casa. En unos meses resolvimos el tema al impedir el acceso con unas recias mallas metálicas desde la casa vecina. Pero en el trajín del combate habíamos colocado toda suerte de trampas y venenos por los lugares preferidos de esos animales. Al vencer la plaga, retiré personalmente todas esas trampas y venenos, o al menos creí que lo había hecho: Olvidé un cúmulo de veneno raticida en una cornisa alta en la cocina, un cúmulo que por su ubicación no recordé, inaccesible visualmente pero que al madurar mis gatos, resultó estar al alcance de ellos, tan curiosos como todos los gatos.

Miau tuvo que ser el más curioso de ambos y eso le costó la vida. Al notar que era veneno lo que le causaba la muerte a Miau, busqué nuevamente todos los rincones donde yo había, muchos meses antes, colocado veneno. Un solo olvido bastó para que uno de mis gatos partiera a la eternidad con apenas tres meses en este mundo.

Oh, Miau, cuánto quisiera volver todo atrás, quererte aún más de lo que te quisimos, cuánto quisiera haber recordado correctamente los puntos en los que yo había puesto ese maldito veneno, cuánto quisiera jamás haber tenido una plaga de ratas, cuánto quisiera tener un vecino más atento a lo que pasa en su casa. En resumen, cuánto quisiera no haberte traído a la muerte.

Miau, cornéame otra vez para que te acaricie, pídeme un poquito más de cariño, déjame verte una vez más cazando una polilla, maúlla una vez más llamando a tu hermano, afílate una vez más las uñas en los muebles, duerme otra vez en mi regazo, corre otra vez tras tu propia cola.

Miau, lloraré cada vez que vea Pokemon, lloraré cada vez que digas "órale jaleo" con Jessy y James, lloraré cuando vea tus fotos llenas de tus ojos azules. Dos meses apenas, dos meses para que te escriba esto, dos meses para hacerme llorar, dos meses para que Claudito entienda el impacto de la muerte, el vacío de tu ausencia.

No es para irte tan rápido que viniste, viniste para quedarte, viniste para vivir. Perdóname por favor, gatito lindo, no quiero seguir llorando, no quiero que mi corazón salte tanto, no quiero que me tiemble así la voz, sólo quiero empezar este blog de alguna forma apropiada. Sin querer te amé, sin querer empiezo así este blog, declarando cuánto pude amar a un gato en apenas dos meses.

Hasta siempre Miau.