A todos consta que yo he sido
siempre una persona muy bien dispuesta a prestar e incluso donar dinero o
muchas de mis cosas a quien lo necesite. Jamás he escatimado cuando se ha
tratado de ayudar sin importar si es peruano o extranjero, mujer u hombre, joven
o viejo, familia, amigo o extraño.
He defendido a los venezolanos de
la xenofobia porque yo mismo he sido inmigrante en Chile y sé todos los aspectos
intangibles pero muy reales de esa situación. Nostalgia, pobreza, angustia
económica, incertidumbre legal, maltratos, indiferencia, explotación,
persecución policial… todo eso produce mucha ansiedad y hasta depresión. Vi a
muchos peruanos sufriendo todo eso en Chile, y yo mismo estuve expuesto a las
mismas cosas a mediados de los noventa.
Encontrar a alguien lugareño que
ayude de forma práctica termina siendo una excepción, pero los hay. Los
encontré en Chile y yo siempre he querido ser de esos en nuestro país, como
gratitud a esos buenos chilenos que conocí hace casi 25 años y por quienes puse
como segundo nombre a mi hijo, “Santiago”.
Hay una anécdota en Santiago que
nunca olvidaré: Entre los muchos
trabajos que busqué, fui a “La Vega Central”, un mercado mayorista de verduras
similar al que ahora tenemos en Santa Anita, de Lima, pero mucho más céntrico. El caso
es que allí iba preguntando puesto por puesto si necesitaban a alguien para
limpieza, cargar bultos o lo que fuese. Solo uno de los propietarios se animó a
conversar conmigo con paciencia. Al final él me dijo: “Sí necesito a alguien
para que me ayude pero no contrato peruanos. Pero como veo que eres educado y
me has caído bien te voy a explicar por qué. Ustedes los peruanos tienen la
mala costumbre de hablar mal unos de otros, he tenido empleados peruanos y cada
uno venía a hablarme mal del otro. ¡Siempre pasa eso, con todos! Incluso los
nortinos (chilenos del norte de Chile en las regiones que antes fueron peruanas
y bolivianas) son iguales, todos esos que antes fueron peruanos son iguales de
hablar mal de los demás. Por eso poco a poco despedí a todos y ya no pienso
contratar peruanos nunca más.”
¿Cómo podía yo negarle su propia
experiencia, la que él mismo había vivido? Él me había hablado con mucha
consideración y afecto, como hermano mayor, sin intención de ofender pero
disculpándose porque era evidente que ese relato puede herir. No me ofendió
pero me decepcionó y entristeció mucho porque no me dio la oportunidad de
demostrar que al menos yo no soy así y que su confianza no sería defraudada en
mi caso.
Ahora, con la migración
venezolana los he ayudado en memoria de aquel tiempo de forma muy generosa, sin
embargo debo decir que al cabo del tiempo he terminado en la misma posición que
el chileno de La Vega Central. Y no porque hablen mal unos de otros, todos los
venezolanos que he conocido tienen sus propias debilidades.
Quiero exceptuar de esto a mi
gran amigo venezolano Hugo Mejía, maracucho de primerísima calidad ética y
moral, inigualable incluso para el mejor de los peruanos, a quien daría las
llaves de mi casa y de mi auto sin pensarlo dos veces si él así me lo pidiera.
Ha demostrado con creces que es un tipo de fiar a ojos cerrados. Lo considero
un hermano. Extraordinario trabajador, generoso, cumplidor, noble, educado,
alegre, fiel a su palabra, en fin.
Pero aparte de Hugo no tengo a
nadie de esa calidad –ni la mitad– para presentar, a nadie. Y he conocido un
montón de venezolanos, hombres y mujeres, de mi religión y los que no, amigos y
extraños… y todos han resultado una completa decepción, al menos hasta ahora.
Habiendo empezado creyendo en
todos los venezolanos por mis antecedentes de inmigrante, prestando dinero, donando dinero,
ropa y otras cosas, dando trabajo, recomendando para que otros los contraten,
toda la ayuda que ha estado a mi alcance he dado. Hasta les he comprado zapatos
nuevos en Ripley. El resultado ha sido que tanto a mi esposa como a mí nos
han estado tomando el pelo, no cumplen con ir a los trabajos que uno les
recomiendan porque son muy “humillantes” para su gloria perdida, o trabajan de
mala gana, no devuelven lo prestado, se desaparecen sabiendo que cambian de
vivienda porque son casi nómadas, y hasta robando. Porque como bien dijo un
amigo: si una persona pide prestado con la intención de no devolver, esto es en
realidad un robo.
Que quede claro que incluso
testigos de Jehová venezolanos han resultado traicionando la confianza de otros
compañeros de creencia suyos. Hasta está el caso de un testigo de Jehová
venezolano que se hizo novio de una testigo peruana, la cual le ayudó con
dinero para que traiga a su familia… y trajo a una mujer que resultó ser su
pareja desde Venezuela. Por supuesto que el tipo fue expulsado de la congregación,
pero algo se siguió rompiendo para siempre entre nosotros. Otro venezolano de
la congregación, un joven muy alegre obtuvo toda clase de ayuda al llegar a
Lima con lo puesto y terminó robando a varias personas, entre ellas a mi
esposa. Y por supuesto también ha sido expulsado… No me siento en la obligación
de callar estos casos entre los testigos de Jehová porque todos actuamos de
buena fe y hubo reacción disciplinaria al expulsarlos, pero queda la confianza
destruida en los inmigrantes de ese país, ya sin consideración religiosa ni de
ninguna clase.
¿Significa esto que solo los
venezolanos son ladrones, flojos, tramposos o engreídos? Claro que no, muchas
veces me ha pasado esto con peruanos también, cómo no, y de hecho hace algunos
meses les conté en Facebook y aquí el caso de una vecina peruana que llegó a mí a
contarme que tenía un embarazo ectópico y que en un mes me devolvería los 400
soles que le di para una supuesta colecta que estaba haciendo por esa
emergencia… y ya van varios años que estoy esperando esa devolución. Si alguien
es capaz de inventarse historias de ese tipo pues por eso digo que de aquí en
adelante pueden morirse en santa paz, no cuenten conmigo ni peruanos ni
extranjeros. Muéranse sin avisarme.
Este texto me ha salido muy largo
a pesar de que tengo muchas anécdotas más qué contar, de chilenos, de peruanos y de
venezolanos. Por lo pronto aprovechen este testimonio y cuídense mucho.