Me
he hartado muchas veces, en realidad. A veces me he mantenido en el hartazgo pero
otras veces se me ha pasado y he dejado atrás esa cosa fea de estar a la
defensiva con cierta gente.
Por
ejemplo, hace unos años escribí aquí sobre el limeñista David Pino y la
sombrosa habilidad que tuvo (y no sé si aún tiene) de desaparecer sin despeinarse
unas contribuciones para actividades relacionadas a la concientización de la
población a favor del patrimonio histórico de Lima. Ha pasado el tiempo y ya no estoy enojado con él, en
serio, y no porque haya rendido cuenta de las donaciones recibidas. Simplemente
pasa que ya uno no puede cargar con ese muerto indefinidamente. Me basta y
sobra con no ser más su amigo. Quién sabe si, al verlo, hasta le daría la mano,
no en señal de aprobación sino de cordialidad civilizada. No sé. Basta de
odios, dicen los fujimoristas.
Eso
sí, aun me harta, me revienta, me consume de bronca, que alguien pique plata.
Yo he donado dinero y regalado plata cuando he visto la necesidad y ha estado
en mi posibilidad. Pero no aguanto el floro, el cuento, el embuste, para que me
saquen unos centavos. O a veces más que eso, incluso siendo familia.
Esos
(y esas) que te cuentan un drama para sacar plata. Pero uno va siempre de buena
fe, ¿verdad?, y uno cree sus historias porque uno está bien predispuesto y
parte de que la gente amiga es precisamente eso, amiga, y no van a aprovecharse
de eso para payasadas. Yo de partida siempre creo en la gente que conozco (o
creo conocer). La mayoría de las veces las cosas son ciertas y el apoyo va de
perillas y todos felices.
Pero
la verdad es que a veces no es así. Y pueden ser muchas veces o mucha plata.
¿Cuatrocientos soles es mucha plata, por ejemplo? Según, porque no alcanza para
comprar un auto pero sí alcanza para una buena bomba con la collera, con
fotitos en Facebook y toda la parafernalia publicitaria para que la gente crea
que el picador (o picadora) es feliz y se lo pasa súper bien.
Hace
unos días, mejor dicho, hace diez meses, una chica muy simpática, quizá hasta
bella, me pidió plata porque estaba embarazada, su chico se había borrado del mapa y
para colmo el embarazo era (siempre según su versión) ectópico, es decir, se
estaba desarrollando fuera del útero. Esto implica que definitivamente el bebé
jamás iba a vivir y, más aún, si no se lo aborta la propia madre va a morir. Me
pidió dos mil soles para hacerse la bajada pero, como comprenderán, soy
generoso pero tampoco yo era el papá del nene, al menos, hasta donde yo
recuerdo.
Siendo
hijo ajeno y no una amiga tan íntima le expliqué que yo sí estaba preocupado
por su situación pero no podía asumir toda esa cantidad, ni prestada ni donada.
Le sugerí que busque a otros amigos suyos y entre todos junte esa cantidad; de
esa forma su pedido final fue 400 soles.
Yo
no sé, ni nunca sabré, si le sobran amigos para sus fotitos de Facebook (a donde
jamás me ha invitado a aparecer) pero le falta gente cuando se trata de plata (ahí
sí yo fui el primer convocado, honor que me hizo). El caso es que me buscó con
gran insistencia para lograr el préstamo, el cual por cierto hice sin
intereses, con la promesa de la devolución “a fin de mes”. ¿Qué mes? No lo sé,
pero me lo pidió y entregué en febrero y ya se han cumplido once fines de mes y
aquí sigo esperando a que me devuelva al menos un sol.
Entre
tanto, abundan sus fotos en Facebook con tantos amigos (y yo sigo sin aparecer
ahí) y siempre tan feliz que yo creo que su felicidad está íntimamente
relacionada a mi cara de estúpido. Porque, eso sí, nadie vaya a creer que ella
es una embustera, cabeceadora, timadora, ni nada por el estilo. Esta es la
historia de Ronald, el gran tetudo de Mirones. ¿Será que el señuelo es que es
tocaya de mi madre? Es que por la madre a uno le sacan la madre, además de la
plata.
Si
no me equivoco, de febrero a agosto hay seis meses, tiempo, creo yo, más que
suficiente para al menos escribir y dar señales de vida. Mal. Tuve que ser yo,
desde entonces, quien le escribiera una y otra vez para pedirle, suplicarle,
implorarle, que muestre alguna voluntad práctica de pago. Qué va. Sí, que
ahorita, que espérame unos días, que ya conseguí trabajo, que le pido a mi
mamá, y bueno, ustedes ya saben, deben estar riéndose de mí mandíbula batiente,
lo admito. Está empezando el 2017 y ya un nuevo febrero se acerca… o sea que ya
podemos ir organizando la matinée del primer año del cabezazo. Qué lindo.
Bueno
pero el tema de este post es el hartazgo, ¿verdad? Entonces, ¿dónde está el
hartazgo aquí? Que ya me harté de esperar esa plata y renuncio a seguir creyendo que los judíos y los árabes algún día serán amigos. Me da pena porque esa plata
pude regalársela a mi hijo y no a ella, pude hacer una donación a mi iglesia y
no a ella, comprar un regalo para mi madre o mi esposa y no a ella, en fin,
pude hacerme un terno o tiralos al water en vez de ser tan pánfilo.
Ojo,
en todo esto jamás la agredí, jamás usé palabras subidas de tono ni sugerí una
devolución en especie, como algunos audaces me recomendaban con insistencia
proponer, no sé por qué. Tengo pruebas de todo lo que digo, tengo todos los
diálogos, todititos, para quien quiera divertirse comiendo canchita.
Pero
juro que jamás volveré a prestar ni donar a nadie, ni lo sueñen. O mejor sí,
vengan cuando quieran porque ahorita me olvido y vuelvo a ser el mismo pavo de
costumbre. Eso sí, usen otro cuento porque el de la bajada ahora ya me lo sé de
memoria, entre otros.