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Ya desde el fin del gobierno de Alberto Fujimori la
población se dividió en dos partes mayoritarias claramente definidas, de las
cuales pocos hemos podido mantenernos al margen, y es muy simple:
Por una parte los fujimoristas, quienes solo ven virtudes y
aciertos al gobierno de los 90. Cualquier delito, cualquier atrocidad,
cualquier desvergüenza es atribuible a Vladimiro Montesinos, el verdadero
engañador y mentiroso de toda una nación. Cualquier cosa que se evidencie
responsabilidad en Alberto Fujimori será llamada error o responsabilidad
exclusivamente política, jamás penal o de orden delictivo. Desde esa
perspectiva, Alberto Fujimori está preso injustamente, víctima de la persecución
de la vieja partidocracia y de la izquierda resentida por el desmantelamiento
de todo rastro del modelo velasquista y de su propia base social en los
sectores populares.
Por otra parte están los antifujimoristas, indignados por
todos los casos flagrantes de corrupción y de criminalidad mafiosa en ese
tiempo. Niegan que Alberto Fujimori tenga la más leve responsabilidad en
cualquier cosa bien hecha en ese tiempo. Así, entienden que él no es
responsable de la derrota del terrorismo, ni del fin de la hiperinflación y en
general de la recuperación económica que el país inició en los 90. De hecho
algunos de ellos hasta niegan que económicamente Perú haya mejorado y creen que
está peor que cuando Alan García terminó su primer gobierno. De lo único que es
plenamente responsable Fujimori es de crímenes, de ineptitud y de iniquidad
política.
TOLERANCIA CERO
Cualquier atisbo de término medio es inmediatamente denunciado
por los primeros de ingratitud, “comunismo”, “rojetes” y otras
descalificaciones, hasta la más reciente: “El odio”. Como contraparte, los
antifujimoristas acusan de fascista, vendepatria, corrupto, delincuente, antidemocrático,
etc.
Mucha gente ha querido ser más serena y objetiva en su
análisis, otorgando aciertos y errores (y también delitos despreciables) a
Alberto Fujimori, pero en un ambiente siempre intimidante. A nadie le gusta
vivir con estigmas encima, y estos intermedios han preferido ser discretos en
relación a sus convicciones ante la manifiesta sobrerreacción de ambas
vertientes.
EL TRAUMA
Explicaré mi punto de vista con una metáfora o ilustración
práctica:
Suponga usted que sufre una tremenda pobreza con una familia
a la cual mantener, tiene una hija pequeña que necesita lo más elemental, es
decir, comida, ropa y vivienda. Usted no tiene ni para la comida de mañana, la
ropa ya no le queda a su hija y la que usted mismo viste está vieja ,
desgastada y rotosa. Para colmo de males, no tiene vivienda propia y no le
alcanza para pagar el alquiler del pequeño cuarto en el cual se amontona la
familia. Quienes hemos pasado pobreza de ese tipo lo entendemos perfectamente,
el estrés que esa situación causa es espantosa, no tanto por uno mismo sino por
nuestros seres amados, por no poder asumir nuestra responsabilidad cabalmente.
Hasta nuestra autoestima empieza a venirse abajo y nos preguntamos si servimos
para algo, usted empieza a preguntarse si una vida así merece vivirse.
Ahora bien, usted se acuerda de que tiene un amigo de la
infancia al cual felizmente le va bien, o al menos mucho mejor que a usted. Un
día se encuentran y él le ofrece apoyarle en sus necesidades más urgentes. Hace
unas llamadas y logra conseguirle un trabajito, muy humilde pero al menos tiene
para sobrevivir a cada fin de mes. No sólo eso, su amigo nota que a pesar de
eso su hija no puede educarse porque no le alcanza para un colegio privado y
los nacionales son demasiado malos. Por lo tanto, le paga todos sus estudios en
uno de los mejores colegios de la ciudad, además de todos los materiales,
uniformes y cualquier necesidad logística que la niña necesite. Evidentemente,
este amigo se está comportando no solo como un amigo sino como un salvador. Ha
ido más allá de lo que cualquiera hubiera tenido la obligación de hacer.
Han pasado los años y la niña ya es toda una señorita y está
siguiendo estudios de posgrado (también financiados por su amigo benefactor) y ya
tiene un trabajo que le permite ver el futuro con optimismo realista. Usted
solo puede sentir orgullo por su hija y gratitud y admiración por su amigo.
Sin embargo un día su hija le cuenta algo terrible: Desde
hace años, mientras su amigo le ayudaba, la niña ha sufrido abusos por parte de
su amigo. La ha obligado a tener intimidad desde antes de ser mujer y ahora
ella está atormentada porque se trata de un secreto insoportable. Quizá al
principio le parece tan increíble, tan imposible de aceptar, pero la evidencia
de los relatos y de la franqueza de su hija son elocuentes: Ella fue abusada
por el benefactor de forma sistemática al mismo tiempo que usted recibía toda
esa ayuda. Como es de suponer, usted se llena de rabia e indignación y sale a
buscar al traidor, al amigo que hizo tanto bien como mal.
Al encontrarlo él maneja la situación alegando que son
debilidades humanas que cualquiera puede tener. Usted replica que no es una
debilidad sino un delito monstruoso cometido no sólo una sino muchas veces.
Finalmente le encaja esta declaración: “Si no te gusta lo que soy entonces
repudia toda la ayuda que te di, maldito ingrato. Porque yo soy uno solo y así
me aceptas o me repudias. Hoy tienes lo que tienes gracias a mí, hoy tu hija es
lo que es gracias a mí, has comido y vestido a tu familia gracias a mí, vivirías
en la calle como el vagabundo que eras cuando me buscaste. Repudia todo eso y
devuélveme todo lo que te di, y que tu hija no ejerza los estudios que yo financié”.
Y continúa: “No hay garantía en la vida. Mañana puedes necesitarme otra vez,
mañana te olvidarás de los errores que cometí. Te pido perdón si ofendí a alguien por
lo que hice (así, en condicional) pero puedo volverte a ayudar corrigiendo mis
errores”.
Algunos pueden pensar que igual mataría al tipo, y yo no los
culparía. Es un desgraciado. Pero le pido que razone como persona en la más
absoluta necesidad material, para la cual no hay nada más importante que comer
hoy. Usted que lee esto, ¿ha tenido hambre de verdad, hambre de pobre extremo?
¿realmente usted ha tenido que ver a sus hijos no tener qué comer, o repartirse
un pan entre varios? ¿ha buscado trabajo de barrendero y se lo han rechazado a
pesar de haber estudiado una carrera profesional? ¿ha querido ser mil oficios y
aun así no daba para nada? Usted que se indigna, ¿ha vendido caramelos en
micros o se ha resignado a ser vigilante con su título profesional en la mano?
¿ha hecho taxi luego de estudiar en la mejor universidad del país? ¿Ha llevado
alguna vez a su familia a hospitales públicos como el Loayza o a una simple
posta de provincia y sentir que eso es un verdadero infierno?
He visto personas soportar toda clase de vejámenes para
llevar algo de comer a su casa. Es deprimente sentirse totalmente solo, inútil,
miserable. No le deseo eso a nadie porque es lo más terrible, lo más
humillante, tanto que algunos pierden de vista la diferencia entre vivir
humillado por la pobreza o aceptar la humillación de saber que han tocado a un
hijo impunemente. Me conmuevo al recordar cómo puede haber personas humilladas
mentalmente que creen, por ejemplo, que mientras no haya penetración no hay
verdadero abuso. Me saltan las lágrimas al recordar cómo algunas personas
desmerecen el sufrimiento ajeno sólo porque pasó hace años.
La vida es mucho más difícil de decidir que lo que la
mayoría de personas cree. Quienes pasan por encrucijadas éticas no siempre la
pueden tener clara porque viven presas de un trauma. No se trata de
angurrientos detrás de un “tapper” o una vasija de comida, o un kilo de arroz. Es
gente que es víctima de un trauma, es víctima de alguien que ejerce control
mental de ellos a través de su pobreza.
Las personas más instruidas se sienten frecuentemente por encima de los demás, tienen un aire de suficiencia moral que muchas veces los vuelve indolentes. Es una paradoja porque esas personas sí quieren lo mejor, están razonando limpiamente “amando la justicia y odiando la maldad”.
Las personas más instruidas se sienten frecuentemente por encima de los demás, tienen un aire de suficiencia moral que muchas veces los vuelve indolentes. Es una paradoja porque esas personas sí quieren lo mejor, están razonando limpiamente “amando la justicia y odiando la maldad”.
Porque sí, se trata de amar la justicia y odiar la maldad.
Pero los traumas, muchas, muchísimas veces, no nos dejan reconocer ambas cosas. Nos
implantan fobia, miedos irracionales que ninguna marcha multitudinaria o exhortación
racional puede vencer. Nadie quiere el riesgo de volver a pasar tan
insoportable sufrimiento, la más elemental necesidad, ya no solo de comida,
ropa y vivienda, sino de dignidad.
¿Dignidad? Sí, porque el peso del trauma revela que hay dos dignidades en juego: La dignidad material y la dignidad moral. Solo quien ha sufrido la primera puede entender toda su magnitud y la monstruosa fuerza que puede tener ante toda ética y moral.
¿Dignidad? Sí, porque el peso del trauma revela que hay dos dignidades en juego: La dignidad material y la dignidad moral. Solo quien ha sufrido la primera puede entender toda su magnitud y la monstruosa fuerza que puede tener ante toda ética y moral.
SUPERANDO TRAUMAS
Hace falta mucha fuerza y ayuda psicológicas para
sobreponerse a nuestros traumas y fobias. En la ilustración yo igual
denunciaría a mi benefactor y aprovecharía todo lo logrado porque en el
argumento del delincuente hay una enorme falacia: El mérito, en última
instancia, es del hombre y de su familia, de su hija. Porque ningún dinero
produce prosperidad si no se le trabaja. Allí está el verdadero mérito
entonces: Tomar una oportunidad y jamás desaprovecharla, no importa quién la de
ni qué sepamos después. Y lo llevaría a los tribunales a que pague por sus
delitos, lo pondría en evidencia y que todos sepan de quién realmente se trata
aunque en el camino mi hija pueda quedar expuesta. Porque todo es preferible
antes que dejar a un delincuente en libertad de buscar nuevas víctimas.
Creo que la prosperidad que cada persona ha logrado es
mérito de esa persona, no de ningún presidente. ¿Gratitud a Fujimori? No. Pero
tampoco dejaría de darle mérito por lo evidentes aciertos que yo entiendo que
ocurrieron. Solo tratemos de imaginar a Alan García en 1990 siguiendo en la
presidencia y sus mismas barbaridades hasta el año 2000. ¿Eso es gratitud entonces? Otra
vez, no. Eso se llama RECONOCIMIENTO.
Alberto Fujimori no merece ni más ni
menos que eso: Reconocimiento y exposición pública como lección, la única forma
de superar nuestro trauma nacional, ya por más de veinte años. Y nunca más
votar por él ni por quienes niegan o restan importancia a los abusos y delitos de
su gobierno.
Fujimori es el retrato de una paradoja: Fue un excelente
gobernante y también un vulgar delincuente. Es imposible tener a uno sin tener
al otro. ¿Bebería usted un vaso con agua potable a la cual le añadieron un gota
de veneno?