lunes, 4 de agosto de 2014

Las sonrisas que no tienen precio

.


Estimados lectores de La Sala de Ensayo, tengo que darles dos importantes noticias personales. Se las doy un poco tarde, sé que podría haberlo hecho antes, pero igual creo que no puedo escribir un artículo más sin antes hacer esto. Como muchos de ustedes saben yo renuncié a los testigos de Jehová hace bastantes años. Sin más preámbulos les comunico que desde el 1 de mayo de este año 2014 he vuelto a serlo. No solo eso, la segunda noticia –no menos importante para mí- es que luego de un año de separación he restaurado mi relación con mi esposa Ruth y vivimos otra vez todos juntos como familia.

Es evidente que tengo que explicar qué ha pasado aquí, sobre todo en cuanto a mi retorno a los testigos de Jehová, siendo que cuando me he referido a ellos aquí varias veces he sido crítico de ellos.

Se los voy a decir tal como se lo he dicho a cada persona que me lo ha preguntado: Tarde o temprano nos enfrentamos a la disyuntiva ética de decidir nuestro rumbo existencial. Esta disyuntiva, en determinadas circunstancias puede tener elementos de juicio no sólo individuales sino que puede involucrar a otras personas.

En mi caso, yo había renunciado hacía más de ocho años a los testigos de Jehová principalmente porque me sentía asfixiado ante la imposibilidad de siquiera comentar privadamente algunas desavenencias personales respecto a ciertos usos, costumbres, doctrinas y disposiciones de dicha organización. Mi fastidio no era causado tanto por las controversias propiamente dichas sino por la imposibilidad de expresarlas. Soy un amante de la libertad, especialmente de las libertades individuales, no solo las mías sino las de todos los demás.


LA CARTA

Para no ser reiterativo ni parecer que a unos doy una explicación y a otros otra, he preferido transcribir íntegramente el texto de la carta que presenté a los ancianos de la congregación a efectos de que me permitan volver a ser testigo de Jehová. Quiero ser transparente con todo el mundo, y en esta ocasión muy particularmente con los seguidores de La Sala de Ensayo. El texto es el siguiente:


Estimados ancianos de la Congregación Naciones:

Como ustedes saben, en diciembre de 2005 decidí renunciar a la congregación por razones que no expuse en ese momento, pero que luego he informado a algunos de ustedes.

Aunque es normal y aceptable que un siervo de Dios a veces no entienda o hasta no comparta alguna de las luces que iluminan el camino de su pueblo, siempre decide mantenerse al lado de la congregación en un espíritu de fe y confianza en que Jehová, de un modo u otro, sabe dirigir los asuntos hacia un final brillante y apropiado.

Esta confianza en los hombres de mayor edad de la congregación mundial se traduce en una actitud discreta y paciente ante la situación antes expuesta. Dicha actitud revela madurez y amor hacia sus consiervos, hacia Jehová y hacia sí mismo, de modo que prevalezca un ambiente positivo y pacífico en la congregación. Tal ambiente amoroso prioriza y produce unidad, no el debate estéril y conflictivo.

Sin embargo, en una muestra tanto de impaciencia como de soberbia, decidí que no debería soportar el mantener reservadas dichas dudas u objeciones. Realmente lo importante para mí no eran las objeciones en sí mismas, sino el no poder compartirlas con nadie. Esto fue lo que en visita posterior de los ancianos llamé “una libertad a la cubana”, queriendo decir que en la congregación, a la manera política de Cuba, solo hay libertad para aplaudir, no para opinar constructivamente ni para expresar otros puntos de vista.

Creo que dicha comparación ha sido totalmente cruel, pues la intención y la atmósfera que se respira en la congregación no es el de una dictadura criminal, sino el de exhortación protectora, la cual puede ser criticada por algunos, pero de ninguna manera puede ser denostada como si fuera impulsada por la maldad o la corrupción.

Hoy me resulta definitivamente claro que por tan poca cosa uno no puede abandonar a la congregación ni a Jehová y a Cristo porque eso finalmente es autodestructivo. Es muy conocida la ilustración de los carbones que se mantienen calientes solo si están juntos y cómo poco a poco, quienes se apartan terminan totalmente fríos y desechados. Pese a conocer dicha ilustración y las permanentes advertencias de la Palabra de Dios respecto a estos asuntos, he sido lo bastante petulante para creer que yo solo podría ser de utilidad a Jehová, sin necesidad de congregarme con nadie.

Efectivamente, no he sido de utilidad a Cristo y Jehová para la salvación de más almas en favor de su Reino. Ni les he alabado ni les he servido de forma práctica. Todo no ha pasado de mera palabrería que tarde o temprano me degradó hasta convertirme en alguien que antes hubiera repudiado, no solo por el daño que me he hice a mí mismo sino principalmente por el enorme dolor que he infligido a quienes me rodean, mi hijo Claudio y su madre Ruth, quienes pese a ello mantuvieron siempre una posición firme en favor de la verdad. Ni ellos ni nadie merecen pasar por las faltas de respeto y humillaciones que en su momento soportaron tan amorosa e indulgentemente. Creo que jamás podré pedirles perdón lo suficiente para resarcirles tal injusticia. Es sobre todo dicho amor que mostraron en estos ocho años lo que ahora me hace sentir sinceramente arrepentido de mi actuación egoísta.

De qué poco valor es esa supuesta “libertad de opinar” si a cambio se destruye todo lo que uno ama y se hiere a quienes solo mostraron amor inquebrantable, incluyendo, por supuesto, al propio Padre Jehová y a nuestro salvador Jesucristo.

Tras algunos meses de haber decidido pensar seriamente en estos asuntos, ahora les pido que me permitan el retorno al pueblo de Dios para servir a él de una forma en que no he logrado hacerlo antes, difundiendo su palabra y poniendo a su disposición mi experiencia personal y cualquier cosa que de mí se requiera.

Atentamente,

Ronald Castillo Vásquez.



Pues bien, esto es lo que ha pasado. Tras presentar esta carta a mediados de abril me reuní con los ancianos el domingo 27 de ese mes y felizmente fue aceptada mi solicitud, de modo que el jueves 1 de mayo fue anunciado mi restablecimiento ante toda la congregación. Algunas semanas después también reinicié mi matrimonio con la madre de mi hijo, con quien ya tenía un ambiente de franca paz, muy amistosa, que se convirtió en una enorme expectativa de su parte cuando supo que volví a ser su compañero de fe. Sin ánimo vanidoso debo reconocer que ella me cortejó hasta vencer mi resistencia y temor a un nuevo fracaso.


AGRADECIENDO

Doy íntimas gracias al Padre Jehová y a su Hijo Jesucristo porque todas las experiencias que tuve me permitieron dar un golpe de timón en mi vida. No soy el mismo chiquillo iluso, inmaduro y antisocial que buscaba escapar de una vida que entendía hostil, que se bautizó a los veinte años de edad y se casó virgen a los veinticuatro. Hoy me considero más preparado para dar importancia a lo importante y pasar por alto lo que, aun teniendo su propia importancia, debe considerarse subordinado a lo prioritario. Hoy mi cristianismo no es acto de amarga o histérica protesta sino de paz y alegría.

¿Ambas decisiones han sido un sacrificio y un esfuerzo para mí?  ¡Por supuesto que sí, no es nada fácil!  Pero justamente las decisiones más serias de nuestras vidas no pueden tomarse simplemente buscando autocomplacernos. Uno tiene que tomar decisiones buscando hacer lo correcto, no hacer lo meramente placentero y cómodo. 

En efecto, ya tenía al alcance un justo y razonable acuerdo económico con Ruth para nuestro divorcio, mi hijo Claudio estaba básicamente resignado a dicha ruptura, nadie me pedía ni exigía volver a la iglesia, de hecho, no iba casi nunca y el resto de mis familiares se sentían aliviados de que dejé esta organización y sus costumbres. Como si fuera poco, en mi vida personal no faltó quien me amó, no faltó quienes me ofrecieron la oportunidad de reiniciar mi vida a su lado.


UNA CONTROVERSIA ÉTICA

No es que tenga un ánimo autorrepresor o masoquista de buscar problemas o de contradecir gratuitamente a los demás. Nada está más lejos de la verdad de mi decisión. Gradualmente me di cuenta de que  tenía que pensar en mi legado a mi familia, a quienes me aman y me respetan. Conozco otros que no han tenido mayor problema en abandonar a su esposa e hijos y se van con mujeres más bellas y jóvenes, mujeres que serían la envidia de cualquier varón. A mí no me liga ser tan indolente con los demás, especialmente con mi hijo.

En mi caso tengo que pedir perdón a quien se ilusionó conmigo porque no es justo ni correcto crear falsas expectativas en los demás. Aunque vi a alguien brevemente apenas me separé, durante el año que estuve separado decidí no salir con nadie, y así fue. De haber estado saliendo con diferentes personas a lo largo de varios años de pronto encontré que me sentía bien estar solo. Irónicamente toda la libertad de mi separación no la aproveché para andar por ahí complaciéndome con amigos o amigas -como ya lo había hecho antes durante buen tiempo- sino para pensar. No me obligué a que esto fuese así, simplemente no tuve ganas de ver a nadie. Pensar y escribir. Ocuparme apenas de trabajar y atender mis necesidades personales. Y, otra vez, pensar y escribir.


EL EJEMPLO DE UN PATRIARCA

Entonces decidí hacer lo correcto. Uno no puede vivir engañando a los demás para pasarlo bien. Y sí, lo pasé muy bien durante ocho años, no lo voy a negar. Hice excelentes amigos y amigas. Basta de hipocresías. Las mejores amigas que tengo son aquellas con las que tuve algún flirt o me acosté. Basta de fingir sufrimiento mientras uno se está levantando a las mujeres que todos quieren. No voy a decir, como en testimonio religioso barato, que sufrí, que me sentí vacío y sucio. No, yo sí me divertí mucho mientras lo hice.

Como narra la Biblia en el caso de Moisés, yo “disfruté temporalmente del pecado”. Pero precisamente siguiendo el ejemplo del patriarca, luego uno entiende que es preferible sufrir por hacer lo correcto que vivir en la indolencia de disfrutar mientras otros sufren. Esto lo entendió Moisés, pero a mí me costó un año entero entenderlo. Y al entender lo que hice sí sufrí, solo entonces fui capaz de sentir lo que ellos sienten, llegué a sufrir su sufrimiento. En esas circunstancias escribí mis posts titulados “Diálogos infelices”. ¡Cuánto lamento no haber sabido amar a mi esposa, a mi hijo, a mi Dios y a mi Señor!

Luego de esos posts me llovieron mensajes internos de ánimo y consejo, la mayoría de los cuales apuntaban a acudir a un psicólogo, consejo que acepté y que también fue muy efectivo y esclarecedor. Estuardo, mi psicólogo, tiene el brutamente efectivo don de hacer las preguntas precisas en el momento preciso, sin escapatoria posible. A él también le agradezco por ayudarme a mirarme al espejo.

Finalmente no quiero dejar de agradecer a un amigo a quien quiero como un hermano, una voz amiga que me aconsejó con verdadera franqueza y desinterés. Él, siendo mormón, me dio un consejo que jamás olvidaré cuando no sabía qué decisión tomar respecto a elegir a mi familia o a mi vida personal. Sus palabras fueron más o menos así:

Ronald, no te voy a invitar a mi iglesia: Te invito a TU IGLESIA. Para nosotros los mormones no hay nada más importante que la familia, los lazos entre padres e hijos. Si por tu hijo tienes que cortarte un brazo entonces córtatelo. Si por tu hijo tienes que volver a tu dios entonces vuelve a él. Si por tu hijo tienes que ir allí donde no crees nada entonces ve y empieza a creer. Y verás que poco a poco esa dura decisión te devolverá la paz y sabrás que no ha sido un esfuerzo inútil ni infeliz. Será una decisión que te hará feliz porque no hay nada más feliz que tener una familia unida que sirve junta a su dios.”

Creo que allí empezó seriamente la reflexión que finalmente me llevó a la decisión de volver a Jehová con un ánimo completamente sumiso a Cristo, como cuando el hijo pródigo tuvo que envidiar la comida de los cerdos para recién reaccionar y admitir que se había equivocado. ¿Cómo se llama mi amigo? Prefiero no decirlo, no vaya a ser que no invitarme a su iglesia le traiga problemas. Además él es tan chévere que seguramente prefiere el anonimato. Es un tipazo.

Y ahora sí, a escribir. Por si acaso, La Sala de Ensayo sigue sin ser un blog religioso. Y también por si acaso, aquí aun se respira libertad.