martes, 11 de enero de 2011

La Clínica y el Estadio

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Y por fin, tuve la desgracia de ir al Seguro. Normalmente me atiendo en Solidaridad de Camaná porque es más barato, rápido y cerca de casa.


(Por eso y por su experiencia en el Seguro pienso que Castañeda sería un buen ministro de Salud. Tal vez no sepa solucionar el caos vehicular pero armó un buen sistema alternativo de salud municipal, aunque no esa no es la labor principal del alcalde.)


El caso es que no pude ir a Solidaridad porque estaba misio y porque, caramba, no está bien que no use un sistema que está siendo pagado religiosamente por años. A mí me corresponde la llamada “Clínica” Castilla, a la espalda de las Plazas Unión y Dos de Mayo. Una podredumbre, como en realidad ya sabía desde que he estado yendo a ver a mi viejita que ha tenido algunos problemas de salud. Tal vez ella ya se haya acostumbrado y resignado a ese trato y a ese lugar, pero a mí, hasta ahora, me deja la sensación de haber entrado a una novela de Kafka o al penal de Lurigancho.


Pequeño, hacinado, envejecido, sucio y con todos los ingredientes tercermundistas: largas colas, ancianos enfermos y a pie buscando orientación y atención personal, niños que lloran mientras sus padres buscan atención, baños encharcados, paredes que piden pintura hace años, láminas de madera que hacen las veces de paredes mal improvisadas, módulos de atención en zonas de tránsito, vigilantes que deciden qué es emergencia y qué no, y se atiende a la gente en tiendas de campaña como si se tratara de una situación de emergencia luego del terremoto en Haití. Bueno, es verdad, los haitianos están aun peor. Ellos ya no son tercermundistas, simplemente ya no son parte del mundo, en ningún orden.


Pero quizá lo que más me sublevó de esta visita fue constatar, por enésima vez, que los trabajadores de Estado son gente que no merece existir. Tratan a los demás como si fueran un completo estorbo o como si fuera una mierda de gente la que se va a atender. Desde el portero, un malnutrido con aires de monarca, se permite pedir identificación y citas como si supiera siquiera leer, como si su criterio sirviera para algo. Luego, no hay quién dé información coherente y veraz a quienes van llegando, ya de por sí incómodos por su estado de salud. No. Allá cada quien si sabe dónde está cada cosa o por dónde empezar para ser atendido por un médico. Los voluntarios bromean con los vigilantes y ninguno sabe cuál es el orden establecido para los pacientes. A uno lo huevean de aquí para allá, “tiene que ir admisión”, “eso es solo por teléfono”, “es en la fila del costado”, en fin, completa falta de información. Y, por supuesto, cada respuesta es con una aspereza y agresividad como si los pacientes se enfermaran adrede con el único fin de estropear la existencias de estos infelices burócratas. Decidí escribir esto luego de ver a una pobre mujer que lloraba de dolor mientras se iba a su casa, según contaba, porque el encargado de emergencias le dijo que lo suyo no era realmente una emergencia, pese a lo evidente de su dolor y su deterioro. Apenas podía caminar arrastrando los pies.


El Seguro está quebrado, los aportes son insuficientes y los robos son muchos. Pero no creamos que Fernando Barrios es el primer malnacido en esta institución pública. Bueno fuera. Los hospitales de Essalud podrían estar peor, claro, como los del Ministerio, por ejemplo, un monumento al olvido humano, verdaderos antros en honor a lo miserable que puede ser la existencia humana.


Mientras me sentaba bajo un toldo en el patio a la espera de ser atendido en una carpa por un médico general para que me diga lo que ya sabía (recordemos que, a diferencia de cualquier clínica privada, por ejemplo, aunque usted sepa que necesita un neurólogo no puede ir a él sino que tiene que tiene que pasar por esta especie de peaje), me imaginaba cómo sería esa misma “Clínica” Castilla si por fin cayera en manos de gente competente, la cual probablemente la reconstruiría desde los cimientos, haciéndola mucho más amplia, con el mejor equipamiento y, ante todo, con personal que ame y cuide su trabajo.


Cuando digo “gente competente” no me refiero necesariamente al director de la "Clínica", quien seguramente hace malabares con el exiguo presupuesto que soporta. Más bien pienso en cierto sexagenario de ego descomunal, primer y último responsable de cómo se asigna el presupuesto en Salud. Ese egocéntrico ha preferido meter millones de dólares en remodelar el Estadio Nacional más bien que hacer que las enfermedades dejen de ser una Humillación Nacional.


El Estadio Nacional, el cual sin duda quedará hermoso y arrancará aplausos de los votantes del 2016, es, ante todo, escenario para el deporte más perdedor del país, sí, el fútbol. El atletismo es un pretexto bastante idiota si consideramos que nunca ha llenado el viejo estadio, ni el anterior, ni el anterior. Menos lo hará ahora que aumenta su aforo. Ese estadio sólo podrá llenarse con la butifarra moderna, es decir, fútbol. Pero eso que veremos llenar las tribunas, no olvidemos, no es realmente fútbol. Porque fútbol es el que se juega en Europa, en Argentina, en Brasil o en México. Eso que le han vendido malamente a la población es lentitud, borrachera y puterío con pelota. Y en las tribunas, puro lumpen.


En eso se ha metido una millonada, en cuyo contorno parece que tampoco estarán más los nombres de deportistas exitosos pero, pueden estar seguros, estará el nombre inmortal del ególatra más descomunal que ha soportado la Presidencia de nuestro país.


Y algunos de nosotros diremos “qué hermoso y moderno quedó el Estadio Nacional”, “por fin estamos a la altura de los demás países”, “aquí una muestra de que el Perú avanza”.


Mientras, la gente día a día sigue siendo humillada, no sólo en la Clínica Castilla de Essalud. Fíjense que les he mencionado una clínica de una institución que recibe aportes, o sea, que no es gratuita, y que está en pleno Cercado de Lima, a escasos minutos del Palacio de Gobierno, más cerca geográficamente de Alan García que el Estadio Nacional, pero mucho más lejos de su corazón.


Siendo así, no quiero ni imaginar lo que será enfermarse en la sierra o selva de nuestro país, allí donde no hay un estadio para distraer a la gente para que olvide que para este bananero presidente (y los anteriores) los pobres saldrán de la pobreza como puedan. Y que la salud y la educación empiezan con cemento que lleve su nombre, mientras la calidad humana se la encargan mucho al próximo gobierno.

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