Hace unos días supe el caso (bastante común, ya verán) de una empresa constructora que tenía un asistente contable, Benjamín, que en realidad hacía todo el trabajo operativo de esa parte de la empresa. El Contador aportaba su firma mientras monitoreaba el trabajo de su asistente.
El caso es que este asistente ganaba poco pero era muy competente. Dos años fueron suficientes para que acumulara una buena experiencia y por fin lograra emigrar a un futuro mejor en otra empresa. Allí comenzaron los problemas para la empresa que dejaba.
Los empresarios tradicionales, o sea, casi todos, tienen la idea de que sus empleados son sus lacayos, simples piezas de recambio, tuercas de repuesto, que hoy usan y mañana echan a la basura sin mayor congoja. Es decir, es célebre el pensamiento empresarial según el cual, si un empleado pide un aumento, se le doblegará la voluntad recordándole que hay decenas de otros que pugnan por su puesto, de modo que más le vale quedarse quieto, silencioso, además de sonriente y agradecido. Así hemos criado largas generaciones de empleados cobardes y con poca autoestima, incapaces de zafarse de esa esclavitud mental que los hace sentirse menos, incapaces de llegar a ser productores de su propia riqueza.
Lo digo reconociendo que también he tenido la desgracia de pasar duros tiempos de desempleo y dolor, profundo dolor de no poder dar a mi familia lo que todo hombre de bien desea: una buena educación, alimentación, vestimenta y salud, es decir, no solo mantenerlos sino permitirles la oportunidad de ser hombres y mujeres prósperos en el futuro.
Volviendo al caso de Benjamín y la empresa constructora, parece que subestimaron el peso del empleado que se fue. La primera persona que lo reemplazó no satisfizo al empresario-gerente-constructor porque no parecía tener el nivel de Benjamín ni su dinamismo, de modo que le pidió al Contador que busque a otra persona en su lugar. Pasaron muchos meses de búsqueda, porque no es fácil de complacer al empresario-gerente-constructor, y finalmente han encontrado otra tuerca, es decir, otro asistente. Pero han pasado de Guatemala a Guatepeor, en un par de semanas tampoco lo quieren, y el Contador, aparentemente ya sin ganas de pasar el suplicio de una nueva búsqueda, consultó con un antiguo asistente de otra empresa cercana, Ernesto, que hoy ya trabaja en niveles más altos y mejor pagados. Cuando Ernesto hizo saber su propuesta, para nada leonina, fue resignadamente descartado en una, no porque no lo mereciese sino porque el empresario-gerente-constructor quiere lo mejor a precio de remate.
Me pregunto si realmente es cierto lo que con arrogancia piensan los empresarios tradicionales, o sea, casi todos, si realmente es tan fácil cambiar una tuerca por otra, que hay decenas de desempleados pugnado por ese puesto. Y yo creo que sí. Yo creo que sí hay decenas de personas pugnando por ese puesto; lo que pasa es que esa multitud que pugna difícilmente tendrá la calidad y la química con el empresario-gerente-constructor y eso es lo que él no sopesó cuando dejó ir a Benjamín sin ofrecerle algo sustancialmente mejor.
Por supuesto, el empresario-gerente-constructor no admitirá que tal vez pudo manejar un poco mejor esta situación, siempre podrá persuadirse y convencerse a sí mismo de que la falla fue del Contador que no sabe buscar reemplazos o que falló el propio Benjamín por exceso de ambición personal y poca camiseta.
En su libro “Fabricantes de Miseria”, los liberales Plinio Apuleyo, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa responsabilizan a los empresarios de ser la clase de personas del título del libro debido a que quieren generar riqueza, no a través de la creatividad y la competitividad, sino pagando sueldos de hambre. Bullseye!!!
En la otra cara de la moneda, también me trae a la memoria la situación que hoy pasan algunos de mis alumnos en el instituto Idat, donde jalan cursos y luego del sustitutorio ofrecen de todo por aprobar, menos estudiar. El más reciente caso es el de Eduardo, un alumno aparentemente tranquilo pero definitivamente un desastre a la hora de evaluarlo. Tenía cara de pánico cuando supo que iría al sustitutorio, las razones de su pánico son obvias, pero al principio creí, ingenuo yo, que su examen final había sido un mero tropiezo (es que la primera parte del curso no la dicté yo, pero ese es otro tema). En el sustitutorio yo puse dos preguntas para marcar (o sea, para no pensar), súper fáciles, y además de 4 puntos para cada una. La desgracia de Eduardo es que necesitaba 10 y el resto del examen no fue tan fácil y requería un mínimo de conocimientos y práctica que el buen Eduardo no tenía ni para medio punto.
Cuando comuniqué los resultados por correo electrónico, esta fue su penosa solicitud (cito textualmente, por si acaso):
“profe porfabor regalemes 2 puntos ps si no boy repito el siglo ps yo se que estute es bueno bueno me despido espero q me de una manito”.
Soy bueno, pero detesto esa mala escritura y peor redacción. Mi respuesta, más reflexiva, fue la siguiente:
“Hola Eduardo:
En realidad estoy convencido de que te haría más daño si te “regalo” los dos puntos que me pides. Más aún, en mi concepto hay varios alumnos más que deberían repetir el curso, pero la estadística manda y la tenemos que respetar.
Si yo te doy esos dos puntos aparentemente te haría el bien de no repetir el curso, pero tienes que entender que más adelante eso te haría un pésimo profesional, serías de esos mediocres que aprueban a la mala y luego no consiguen trabajo porque allí no perdonan ni regalan puestos como si fueran puntos para aprobar.
Así serías un mediocre sin trabajo y sólo te quedaría ser taxista, sí, de esos taxistas que se quejan de su suerte y dicen que no hay trabajo pese a estar instruidos y con cartón. Yo te haría ese daño si te doy esos dos puntos. Lo mismo pienso de Billie y él lo sabe, se lo dije cuando salía del examen, sólo que él necesitaba menos puntos que tú para aprobar. Así también te podría mencionar a alguna persona más, pero no viene al caso ahondar en detalles.
Me da mucha pena que seas jalado pero puedes estar seguro que Billie dará más pena en el futuro si no cambia su manera de aprobar los cursos. Es mejor que rectifiques ahora que es oportuno y no después cuando ya sea tarde, con el cartón en la mano y sin tener idea de nada.
Te aseguro que esto no es maldad, tampoco pretendo ser el mejor del mundo, sólo quiero que haya un nivel mínimo que no has demostrado ni a mí ni a ti mismo.
Tal vez ahora yo te parezca malo e indolente, pero con el tiempo me entenderás y espero que cambie tu impresión de mí. Yo siempre guardaré un buen recuerdo de ti como persona, y me sentiré feliz cuando en el futuro seas un excelente profesional.
Saludos,
Ronald.”
Le he dicho todo esto a pesar de que yo también he taxeado temporalmente, padre de familia que saca plata de donde sea en tiempos de sequía laboral. Lo digo sin avergonzarme, pero sabiendo que esas son pequeñas temporadas invernales que pasan pronto en la medida que uno es lo más competitivo y esforzado posible.
Llego al punto en el que creo que probablemente los empresarios tradicionales, o sea, casi todos, creen que tratan solo con trabajadores mediocres que pasaron por estudios superiores aprobando a la mala como pretende hacerlo Eduardo, o sea, casi todos.
Mezquindad, neo-esclavismo, mediocridad, temor… salir de esto, definitivamente, no va a ser fácil. La palabra es actitud.